Indicadores alternativos al PIB
Bienestar: Los nuevos indicadores de prosperidad penetran cada vez más en las esferas oficiales. Pasamos revista a las nuevas experiencias en varios países y a las lecciones que se deben sacar de ellas.
La calidad de vida no depende sólo del PIB. FOTOGRAFÍA: 123RF
El pasado septiembre, France Strategie, think tank que aconseja al Gobierno francés, hizo pública una nota en la que recomendaba que se adoptaran siete nuevos indicadores con el fin de medir mejor la calidad del crecimiento en Francia. Estos indicadores de prosperidad y riqueza van más allá del producto interior bruto (PIB), conceptos en creciente discusión en el mundo que corresponden a una misma voluntad: sustituir o completar el PIB. Este objetivo se ve, evidentemente, alimentado por la falta de crecimiento sostenible que sufren actualmente Francia y Europa. El debate ha salido de las esferas militantes o universitarias para entrar en las estatales.
PROCESO AL PIB
Las limitaciones del PIB como principal medida del estado de una sociedad y de una economía son muy conocidas y cada vez más aceptadas, incluso en las esferas más reacias a priori a todo cuestionamiento. Esta magnitud no toma en cuenta los daños medioambientales y la degradación del patrimonio natural. Sólo mide la parte monetarizada de la producción de bienes y de servicios y se olvida de toda la autoproducción doméstica. No proporciona ninguna información sobre el nivel de bienestar que experimentan los miembros de una sociedad ni sobre la evolución de las desigualdades. Una vez instruido el proceso al PIB y, en consecuencia, a su índice de crecimiento anual, hay que ponerse de acuerdo sobre el modo de completarlo mediante otros indicadores o incluso sustituirlo por otro tipo de indicador. Llegados a este punto surgen las diferencias tanto de opiniones como de enfoques.
Aunque existen numerosas experiencias interesantes a escala local y regional, Francia no está muy adelantada en este asunto. En 2009, impulsado por el entonces presidente Nicolas Sarkozy, el Gobierno francés encargó a un grupo de estudiosos —encabezado por el premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz y secundado en esta ocasión por otro Nobel, Amartya Sen, uno de los autores del índice de desarrollo humano (IDH)— un índice sintético alternativo al PIB, establecido por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) desde 1990.
A raíz de este trabajo, el Insee (Instituto Nacional de la Estadística y de los Estudios Económicos) publica un cuadro de indicadores anual del desarrollo sostenible que cuenta con una veintena de indicadores. Pero está tan escondido entre los anexos estadísticos de un informe de varios centenares de páginas que pasa prácticamente inadvertido para el gran público y para el mundo político. La diputada ecologista Eva Sas presentó hace meses una proposición de ley para que varios de esos indicadores se incluyeran en el proceso de debate presupuestario, sobre todo para evaluar las políticas públicas desde el punto de vista de su impacto sobre las emisiones de CO2, la sanidad y las desigualdades. Su proyecto inicial fue rechazado, pero recientemente ha presentado un texto modificado. Veremos lo que le reserva la suerte.
NUMEROSAS INICIATIVAS EN EL EXTRANJERO
Otros países, sin embargo, están más avanzados. Australia estableció en 2002 nuevos indicadores de bienestar. Afectan a cuatro dimensiones: la sociedad, la economía, el medio ambiente y la gobernanza. Los 26 indicadores australianos están pensados para que los ciudadanos vean más fácilmente la evolución de sus condiciones de vida y de su medio ambiente y no para evaluar la acción de los gobernantes. Sin embargo, los medios de comunicación solicitan regularmente a los políticos que comenten esos indicadores. El instituto nacional de estadística australiano es el encargado de desarrollarlos… aunque alteren las representaciones tradicionales de los estadísticos.
Desde 2011, el Reino Unido elabora también un cuadro con más de 30 indicadores. Reagrupados en 10 dimensiones, comprenden fundamentalmente el bienestar individual o social, el estado de salud de las familias o la calidad de su marco de vida. Se da especial importancia a los indicadores subjetivos que reflejan, por ejemplo, el estado de ansiedad de los individuos o el sentido que los británicos dan a su vida. Mensualmente, se publican informes para comentar el estado del país en función de las diferentes dimensiones del bienestar y se acude a algunos indicadores para apoyar determinadas decisiones políticas, sobre todo en lo que a sanidad y transporte se refiere. El propio primer ministro conservador, David Cameron, ha sido el impulsor del proyecto, en consonancia con su Big Society: autoorganización de la sociedad civil como sustituto de la acción del Estado. Su Gabinete sigue directamente la iniciativa.
Las limitaciones del PIB como principal medidor son cada vez más aceptadas
La promoción de nuevos indicadores no es exclusiva de la izquierda y ecologistas
A comienzos de 2014, Bélgica aprobó una ley para establecer indicadores complementarios del PIB. Éstos están aún en período de elaboración, pero a escala regional, Valonia se ha dotado desde 2013 de cinco indicadores de este tipo que miden sobre todo la huella ecológica y un índice de situación social elaborado conjuntamente por el instituto de estadística valón y la sociedad civil. Está previsto que estos nuevos indicadores sean objeto de un debate anual en el Parlamento nacional.
LA CLASE POLÍTICA MÁS IMPLICADA
Otros países —Alemania, Japón y Nueva Zelanda— han adoptado ya estos indicadores o han decidido hacerlo en un futuro próximo. El debate de los nuevos indicadores no agita ya únicamente a algunas ONG o algunos universitarios; ha entrado ya en el nivel más alto de los Estados: poderes ejecutivo y legislativo. Incluso por lo general son los institutos nacionales de estadística los que los toman a su cargo.
Además, la promoción de estos nuevos indicadores no es exclusiva de la izquierda o los ecologistas. En Francia, con Nicolas Sarkozy, o en Gran Bretaña, con David Cameron, son los conservadores quienes han tomado la iniciativa, aunque no todos defienden los mismos indicadores: los elegidos por la izquierda ecologista valona no son, evidentemente, los que defiende la derecha conservadora de David Cameron. A diferencia de Valonia, el cuadro de indicadores de Gran Bretaña, a pesar de ser tan denso, no cuenta, por ejemplo, con un indicador de desigualdad de ingresos… En definitiva, estas experiencias no pretenden sustituir al PIB, sino más bien completarlo con una batería de indicadores.
Por otra parte, no basta con crear nuevos indicadores, sino que hay que utilizarlos con eficacia para estructurar el debate político, interpelar a los gobiernos, y llevar a cabo políticas públicas o elaborar nuevas. Hoy estos nuevos indicadores se utilizan fundamentalmente como instrumentos de comunicación entre el gran público, pero también entran cada vez más en el debate político: en Gran Bretaña, constituyen una importante preocupación del Gobierno. En Bélgica van a ser discutidos anualmente en el Parlamento. En Alemania, expertos independientes comentarán regularmente la evolución de los nuevos indicadores.
Sin embargo, aún no se tiene suficiente perspectiva para apreciar la importancia real (o la carencia) de estos indicadores en el proceso de toma de decisiones. En sentido contrario, a algunos expertos les gustaría también evaluar el impacto de las políticas en estos indicadores. Pero esto exigirá mucho trabajo para los estudiosos y las administraciones. Recordemos que el PIB y la contabilidad nacional clásica necesitaron también décadas para imponerse y convertirse en el núcleo de la evaluación de las políticas públicas.
DEBATE
¿Cómo crear otros medidores?
¿Cómo sustituir el producto interior bruto (PIB)? Hay diferentes vías posibles para hacer coincidir opciones políticas y sociales divergentes. ¿Es mejor empezar por sustituir el PIB por otro indicador único u optar por cuadros de múltiples indicadores? Existen dos tipos de indicadores con una única cifra: compuesto y sintético.
El indicador compuesto informa, en una única unidad, sobre magnitudes de diferentes tipos. Es el caso, por ejemplo, del índice de desarrollo humano del Pnud, que combina datos relativos a la renta por habitante, nivel de educación y esperanza de vida. Se trata de mezclar churras con merinas, con todas las dudas que plantean las convenciones a la hora de ponderar los diferentes componentes del indicador.
El sintético intenta traducir a euros o dólares todos los elementos que el PIB no tiene en cuenta (degradación del medio ambiente, trabajo doméstico…). Es la vía por la que han optado el PIB verde o el ahorro neto ajustado, propuesto por el Banco Mundial. Esos indicadores también reciben regularmente críticas por todas las convenciones que exige dar un precio a todo lo que tienen en cuenta (naturaleza, bienestar, etcétera).
Los indicadores únicos tienen la ventaja de que son más fáciles a la hora de divulgarlos o de introducirlos en el debate público. Pero imponen convenciones muy criticables. Los países de los que hablamos en este artículo han optado por los cuadros de indicadores, que pueden, a su vez, contener indicadores compuestos y sintéticos.
Pero existen otras opciones. Para representar el bienestar de una sociedad, ¿es preferible optar por indicadores objetivos (índice de obesidad, de paro…) o subjetivos (respuestas de los individuos a determinadas preguntas)? La interpretación de los subjetivos es muy delicada: está demostrado que la respuesta de un individuo a una pregunta sobre su nivel de bienestar depende de su humor… ¡y de la última pregunta formulada! Los indicadores objetivos evitan esos sesgos, pero no tienen en cuenta lo que sienten los individuos.