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Johnson declara la guerra a la pobreza

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Septiembre 2016 / 39

Años sesenta: El presidente de EE UU intentó acabar con la miseria, una cruzada que quedó eclipsada por la guerra de Vietnam. Y terminó perdiendo ambas.

No todos los estadounidenses estuvieron contentos con la política de Jonhson, pero la pobreza disminuyó. FOTO: LBJ Library,  Cecil Stoughton

Todo el mundo asocia la guerra de Vietnam a Lyndon B. Johnson, pero quien fue presidente de Estados Unidos entre 1963 y 1968 entabló otra guerra menos conocida: una “guerra contra la pobreza”... que también perdió.

Nada más llegar a la Casa Blanca, Johnson sueña con la idea de una Gran Sociedad y emprende de forma impetuosa una serie de reformas. En unas cuantas semanas, aumenta las ayudas para los  estudiantes aventajados, amplía la cobertura médica para los mayores y  para los pobres (los sistemas Medicare y Medicaid) y anuncia la creación de una serie de ciudades modelo en las que la prioridad será que reine la armonía social. Pero ese ex profesor de instituto, marcado por la pobreza endémica de su Estado natal, Texas, quiere ir más lejos y lograr en diez años que la miseria  “desaparezca” gracias al talento de los científicos y a la eficacia del Gobierno federal. 

Si el país ha conseguido construir en unos cuantos años la bomba atómica, ¿por qué no va a ser posible suprimir definitivamente la pobreza? El bienestar (welfare) para todos los ciudadanos, inscrito en la Declaración de Independencia, no será una promesa vana y los estadounidenses marcarán un punto a su favor decisivo en su lucha contra los soviéticos.                           

 

35 MILLONES DE POBRES EN 1960

A comienzos de los años sesenta, el sueño americano está empañado. Los afroamericanos se manifiestan en los estados del Sur exigiendo ser ciudadanos de pleno derecho y que desaparezcan para siempre las odiosas leyes que a finales del siglo XIX habían instaurado la segregación entre negros y blancos. Los ancianos y los ciudadanos menos cualificados viven en condiciones indignas de la primera potencia mundial. Las migraciones internas hacen que aumente el número de pobres en las grandes ciudades.

Los expertos calculan el número de pobres, en 1960, en 35 millones de una población total de 179 millones. Esta pobreza afecta sobre todo a los obreros poco cualificados, especialmente en las regiones en proceso de desindustrialización, y a los afroamericanos en el Sur. Las mujeres solas también ven cómo se deteriora su situación.

En su cruzada contra la pobreza, rechazó el modelo europeo

Puso en marcha centros de acción comunitaria

En consecuencia, el tema preocupa a un número creciente de estadounidenses. Así lo atestigua el éxito de ventas del libro del intelectual católico Michael Harrington, The Other America (1962). En su opinión, el pobre se convierte en “un extranjero en su propio país, pues ha crecido en una cultura radicalmente diferente de la dominante”. El libro The Children of Sánchez, de Oscar Lewis (1961), tiene también gran influencia: el antropólogo muestra cómo la pobreza se transmite de generación en generación, y provoca problemas similares. El hecho de que el estudio se sitúe en México no impide que a los estadounidenses les entre la duda: si los pobres están condenados desde la cuna a seguir siéndolo, ¿qué futuro le espera el sueño americano?

 

UNA MANO TENDIDA HACIA LO ALTO

Por tanto, el presidente pide a sus consejeros que se pongan rápidamente a averiguar las razones de ese bloqueo social en un período de crecimiento económico. Éstos hacen suyas las conclusiones del economista John Kenneth Galbraith contenidas en su obra The Affluent Society (1958). Brillante e incisivo, este libro celebra la llegada de una sociedad de consumo que permite a las clases medias disfrutar plenamente de la American way of life. Galbraith constata también la persistencia de bolsas de pobreza en determinados barrios de las grandes ciudades y en las zonas rurales del Sur y de los Apalaches. El economista de Harvard considera que las causas de la pobreza son económicas, pero también tecnológicas y sociales: necesitan actuaciones específicas. Por ello propone modernizar esos espacios con ayuda de subsidios del Gobierno federal. Galbraith convence de ello al presidente, aunque éste sigue confiando en que el crecimiento “será la ola que reflotará todos los barcos”.

Marcha a favor del empleo y las libertades en Washington, 1963. FOTO: Library of Congress Prints and Photographs Division

Lyndon B. Johnson se negará, por el contrario, a adoptar un modelo europeo de prestaciones para los más necesitados. Lo repite en varias ocasiones: quiere tender la mano hacia lo alto, no “hacia lo bajo”. En un marco presupuestario muy restringido, pide a su Administración que se inspire en los programas sociales que se establecieron en los años treinta. Sus consejeros le proponen crear estructuras de acción comunitarias. Estos programas federales tienen el objetivo fundamental de socializar a las familias y no el de dar ayudas financieras. Abiertos a partir del verano de 1964 en todos los estados del país, los centros de acción comunitaria, gestionados por trabajadores sociales, ofrecen diversos servicios a los más desfavorecidos, desde la reinserción profesional a la ayuda a la primera infancia.  

 

UNA GUERRA PERDIDA

Pero pronto, las dos guerras del presidente colisionan. La guerra de Vietnam absorbe una parte creciente de los créditos federales. Entre los cañones y el pan, el presidente Johnson no tarda en elegir. Los acontecimientos vietnamitas contribuyen también a la radicalización de los trabajadores sociales. Rápidamente, los centros se convierten en espacios de debate político más que de reforma social.

Su cierre unos años después de su apertura pone fin al sueño de eliminar la pobreza para el bicentenario del nacimiento del país. El 25 de enero de 1988, en su último discurso del Estado de la Unión, el presidente conservador Ronald Reagan se burla de esas utopías de los nobles espíritus progresistas. Utilizando una fórmula mordaz, afirma que aunque el Gobierno federal le haya declarado la guerra en 1964, “la pobreza la había ganado”.  Es necesario, añade, volver a la responsabilidad individual y al espíritu de iniciativa. La guerra a los pobres sustituyó a la guerra contra la pobreza. 

Para Reagan, la guerra a los pobres debía relevar la guerra antipobreza

Los pobres son los grandes olvidados de la democracia de EE UU

Será un presidente demócrata, Bill Clinton, quien reformará en 1996 las políticas de asistencia social en el país: introduce el principio de contrapartidas en forma de servicios a la comunidad (barrer, trabajos de mantenimiento). Sus consejeros le convencieron de que el subsidio alimenta un círculo vicioso de pobreza. En el seno del Partido Demócrata los debates son virulentos, pero la reforma es aprobada en el Congreso. Desde entonces, los medios de comunicación redescubren periódicamente la pobreza, generalmente con ocasión de dramas nacionales como el provocado por el huracán Katrina, que destruyó Nueva Orleans a finales de 2005. El número de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza no ha dejado de aumentar en los últimos años, pero los pobres son los grandes olvidados de la democracia estadounidense. En este campo, Barak Obama no ha sido un nuevo Johnson.

*Director de estudios en la escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS en sus siglas en francés), Romain Huret ha dedicado numerosas obras al estudio de la pobreza en Estados Unidos. Su último libro, American Tax Resisters, se ha publicado en 2014 en Harvard University Press.