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Johnson gana con el ‘brexit’

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Enero 2020 / 76

Boris arrasa. La victoria de los conservadores en Reino Unido supone cambios radicales en la economía, la relación entre las dos Irlandas y el separatismo escocés.

El primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson. FOTO: Arno Mikkor (EU2017EE)

La apabullante victoria del Partido Conservador en las elecciones legislativas celebradas en el Reino Unido el 12 de diciembre no solo hacen inevitable e inmediato el brexit, sino que inducirá un cambio radical en al menos tres ámbitos: el económico, el relativo a la movilización independentista en Escocia y el correspondiente a la relación entre las dos Irlandas si se endurece la frontera entre ambas. El primer ministro Boris Johnson activó los resortes de campaña con el brexit como gran y principal objetivo de su Gobierno, pero eludió los perjuicios que previsiblemente conllevará el divorcio de la UE para resaltar las presuntas ventajas de la separación. La estrategia resultó ser adecuada para alcanzar la mayoría absoluta: movilizó a los votantes que en junio de 2016 apoyaron la salida, supo allegar a la causa el apoyo del laborismo harto del bloqueo y desilusionado con Jeremy Corbyn y desarticuló el frente de resistencia tradicional de la izquierda, el red wall, en donde los tories abrieron muchas brechas decisivas para hacerse con el triunfo.

 

UN AÑO PARA LA SEPARACIÓN

Deducir del cambio de ciclo que todo está hecho para que el brexit sea lo menos pernicioso posible es de un optimismo desmesurado. Para empezar, Londres y Bruselas dispondrán a partir del 31 de enero de menos de un año para la formalización práctica de la separación, esto es, para precisar los términos de la nueva relación económica, social y política del Reino Unido con la UE. Para continuar, Estados Unidos intentará sacar el máximo partido al brexit, apoyado con entusiasmo por Donald Trump, para establecer un marco de referencia más o menos privilegiado con las islas, seguramente con el tratado firmado con Canadá y México como fuente de inspiración. Para seguir, debe contarse con la previsible unidad de los Veintisiete para limitar el parte de daños después de perder con la marcha británica del orden de 60.000 millones de euros para el próximo periodo presupuestario.

Johnson y su entorno simulan que el futuro será un camino de rosas

El secesionismo escocés suma más incertidumbre 

Cada uno de estos apartados entraña un buen número de incertidumbres que desasosiegan a los mercados y aportan inseguridad a las inversiones, a las previsiones del Banco Central Europeo para que en 2020 se atenúen los síntomas de estancamiento y alientan a las empresas con intereses cruzados, en el Reino Unido y en la UE, a optar por un prudente wait and see. El conocido pronóstico de una contracción mínima del 7% del PIB británico en los próximos años sigue estando sobre la mesa, al igual que eventuales problemas en la fluidez de suministros básicos, la salud de la libra está en juego y las relaciones comerciales entre las dos orillas del Canal dependen de un acuerdo que quedará fuera del mercado único y de la unión aduanera. Una vez que Theresa May descartó para el caso británico el modelo de relación noruego, todo está más o menos en el aire, aunque Johnson y su entorno simulen que la marcha hacia el futuro será un camino de rosas.

Antes al contrario, el camino puede estar lleno de obstáculos si, además de los problemas derivados de establecer una nueva relación con la UE, se reactiva la exigencia del independentismo escocés de convocar un nuevo referéndum. El éxito obtenido por el Scottish National Party (SNP) no es solo el resultado de la movilización independentista, sino de la condición de partido-refugio adquirida en el seno de una sociedad refractaria a cualquier alejamiento de la UE y harta de la ambigüedad de la dirección laborista frente al brexit. Dicho de otra forma: una parte de los votantes del SNP no son necesariamente militantes de la causa independentista, pero el programa de la líder del partido, Nicola Sturgeon, ha salido reforzado de las urnas y no carece de lógica que pretenda probar suerte otra vez, aunque a priori las expectativas no le son favorables. La simple voluntad de negociar con Londres la convocatoria de la consulta, a la que Boris Johnson se opone, es un factor suficiente de conflicto, que hincha las velas del secesionismo dentro y fuera del Reino Unido y suma más incertidumbre a un futuro lleno de zonas de sombra.

 

ESTADOS-NACIÓN

Poco importa que los antecedentes de la unión de Escocia e Inglaterra sean del todo diferentes a la realidad histórica española, a la génesis de Bélgica o a la de otros lugares en los que puedan surgir opciones políticas divisivas: el debate abierto en torno a las tensiones territoriales internas en los estados-nación tiene poco que ver con la academia, y bastante más con las emociones y con la exaltación de los mitos. Y en el caso de Escocia, cambiados los datos esenciales del problema (la consumación del brexit) desde que David Cameron consintió la celebración del referéndum que ganaron los unionistas –55% a 45%–, los potenciales factores de crisis interna y externa son muchos y de difícil manejo.

No menos difícil o arriesgada es la situación que puede generarse en Irlanda del Norte a poco que el brexit dañe los intercambios económicos y la libertad de movimientos de los ciudadanos en la República de Irlanda. El éxito en la aplicación del acuerdo de Viernes Santo de 1998, que hizo callar las armas en el Ulster, es en gran medida resultado de la desaparición de facto de la frontera entre las dos Irlandas. La paz norirlandesa es indisociable del grado de confort alcanzado por la comunidad católica, sin alterar los atributos de soberanía del Reino Unido en la provincia, un requisito esencial para que la comunidad protestante aceptara los términos del acuerdo. No es desmesurado decir que la continuidad de la paz depende en gran medida de que se blinde el backstop, sea cual sea el vínculo final que el Reino Unido pacte con la UE.

La paz en Irlanda del Norte depende del blindaje del ‘backstop’

Johnson quiere competir con medidas  de un paraíso fiscal

¿Puede una completa mutación genética de la economía británica acallar las voces que describen un horizonte lleno de nubarrones? La tendencia a adentrarse por la senda de la relajación fiscal para captar inversores, temerosos ahora de lo que pueda suceder, seguramente figura en el manual no publicitado del Partido Conservador, adecuado a la victoria y a un neoliberalismo que desoye las advertencias de voces clásicas del conservadurismo, como los analistas del Financial Times. Mientras el prestigioso periódico de la City subraya la degradación de los servicios públicos y resalta que “amplios segmentos de la población se sienten excluidos de la brillante prosperidad”, y algunos históricos del universo tory (John Major y Michael Heseltine, dos de ellos) advierten del desastre que se avecina, Boris Johnson atesora la idea de achicar el Estado y competir con el resto de Europa mediante la adopción de medidas propias de un paraíso fiscal.

 

MENOS ESTADO ASISTENCIAL

Se puede llegar así a las auténticas intenciones no explicitadas de los ideólogos brexiteers: reducir hasta su más mínima expresión el Estado asistencial, aquel que animó a los padres fundadores del Mercado Común y que, con todas las limitaciones conocidas, sigue formando parte del acervo comunitario más de 60 años después de la firma del Tratado de Roma. Con el ingrediente añadido y no menor de que la eventual contracción del Estado prestador de servicios puede concretarse cuando el Partido Laborista se encuentre en plena travesía del desierto y sin defensores relevantes del llamado capitalismo compasivo.