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Lo que está en juego en Nicaragua

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Septiembre 2018 / 61

Desde Managua

Protestas: La represión emparenta al Gobierno de Ortega con la dictadura que los sandinistas derribaron.

Toma de posesión de Daniel Ortega tras su reelección, en 2012. FOTO: Cancillería Ecuador

“¿Por qué estabas en la barricada?”, le pregunto a Kevin en la cama del hospital. Es un niño de 13 años de la ciudad de Masaya, a casi 30 kilómetros de la capital de Nicaragua. Al lado, su padre, un zapatero que le ha enseñado a su hijo el oficio para que le ayude durante las vacaciones del colegio.

“Para que Daniel Ortega no mate más chavalos en Nicaragua”, dice Kevin, y se sopla hacia arriba el flequillo, más claro, como su piel, que el resto de su pelo café oscuro. Es tan delgado, que su abdomen apenas opuso resistencia a la bala que le atravesó. Le dispararon de arriba abajo, a modo de francotirador. Era un momento de tregua. Las fuerzas antimotines y los hombres encapuchados de los grupos paramilitares leales a Ortega y enviados a sofocar la rebelión civil en Masaya rodearon las barricadas del barrio de Kevin. 

“¿Estabas armado?”, pregunto. Y me contesta: 

“Sí. Ahí la tengo”, y señala el pantalón doblado sobre una silla. El padre me enseña el arma: un tirachinas. 

Kevin es uno de los casi 2.000 heridos que, desde el pasado 18 de abril, han causado los enfrentamientos y la represión de las fuerzas del Gobierno contra los manifestantes opositores. Los médicos que le atienden dicen que ha tenido suerte porque volverá a caminar, aunque estuvo a punto de morir por un cuadro séptico tras la operación. Si hubiera sucedido, habría sido uno de los más de 300 muertos, entre los que hay 23 niños y adolescentes. Son datos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que envió la Organización de Estados Americanos con el permiso del Gobierno de Ortega. También han caído decenas de estudiantes y manifestantes, que al principio pedían la dimisión de Ortega, pero que hoy se conformarían con la vuelta de la democracia con un adelanto de elecciones. 

 

VIOLENCIA OPOSITORA

Del lado opositor también hubo violencia. No siempre las barricadas eran manifestaciones pacíficas. Un total de 21 policías muertos y algunos simpatizantes sandinistas. Son los que reivindica Daniel Ortega, que, basándose en datos cuyas fuentes no ha revelado, asegura que los fallecidos suman 198 y todos por culpa de los que al principio denominaba “vándalos de la derecha” y que luego pasaron a ser “golpistas y terroristas financiados por los partidos liberales nicaragüenses, las ONG y la Embajada americana”. Es un argumento difícil de sostener ante los cientos de vídeos e imágenes que desde el primer día recogieron los disparos de la policía y las agresiones de las fuerzas irregulares de choque enviadas por Ortega contra jóvenes y personas mayores desarmados. Esta estrategia sistemática le había dado resultados durante los años anteriores cuando las protestas no eran tan multitudinarias y lograba dispersarlas con pocos heridos, aunque a veces también había muertos. 

Las cifras, en cualquier caso, son gravísimas, sobre todo si las consideramos en la perspectiva de un país de alrededor de seis millones de habitantes. Durante el mismo periodo, en las protestas de Venezuela el año anterior, se produjeron poco más de 120 muertos, cuando en ese país hay 32 millones de personas. 

 

DETONANTES

¿Qué ocurrió en Nicaragua para llegar a esto? Los que poseían más información han visto con cierta desconfianza las protestas contra Ortega. Y máxime cuando en el país centroamericano se experimentaba un crecimiento económico por encima del 4% anual y se había logrado una relativa paz social, bajo la amenaza encubierta de la violencia o la persecución, que nunca fueron noticia ni motivo de interés internacional sobre Nicaragua. 

La violencia ha causado 300 muertos y 2.000 heridos

Cientos de vídeos han registrado los desmanes policiales

Los recortes en las pensiones propulsaron las críticas

El incendio en una reserva natural al que acudió muy tarde el Gobierno y el decreto de una reforma del seguro social que incrementaba los impuestos a las pensiones precarias de los jubilados fueron los detonantes que juntó en las calles a jóvenes estudiantes con jubilados. Pero la represión de fuerzas de choque irregulares del Gobierno y de la policía, retransmitidas por un canal afín a Ortega, al que este mismo censuró después, fue la gota que colmó el vaso de gran parte de la población descontenta con el autoritarismo del gobernante sandinista.

Para resumir, en Nicaragua se ha escrito el guión de una dictadura como la que derrocó el Frente Sandinista, con la participación en su día del mismo Ortega. Los paralelismos con la dictadura de Somoza, que cayó en 1979, son evidentes. Ambos han controlado todos los poderes del Estado, de modo que no queda ningún estamento independiente a la voluntad de Ortega y su mujer, la vicepresidenta, Rosario Murillo. Ambos han colocado en puestos estratégicos a sus familiares (son ocho los hijos e hijastros de Ortega), incluso al frente de canales de televisión comprados supuestamente con dinero de la generosa ayuda venezolana que ha sostenido al régimen durante estos años. Ambos manipularon la Constitución para que esta no fuera un obstáculo para la reelección y han fabricado elecciones con partidos opositores que son una pantomima, pues han ilegalizado a quienes realmente podían enfrentarse en unas urnas legítimas. 

 

NEGOCIO FAMILIAR

Con este tercer periodo consecutivo, Ortega llevará en el poder 15 años, más los 10 que estuvo al frente de él durante la revolución de la década de 1980. El director de la policía es su consuegro, y en el ejército ha maniobrado para asegurar la lealtad de la tropa al líder sandinista desde las mismas aulas de la academia militar hasta los altos mandos, a los que ha facilitado el acceso a la dirección de empresas. Lo que se dice, pues, una dictadura de libro, con la apariencia de una democracia. 

Algunos medios independientes sobreviven como pueden entre la enorme maquinaria publicitaria de los Ortega-Murillo, que se centra en encumbrar la figura caudillista del matrimonio presidencial con carteles de sus rostros gigantes por todo el país. 

Hasta ahora, controlaban a los dirigentes de las universidades públicas. Habían pactado con el sector empresarial y hasta recibían bendiciones de algunos sectores más conservadores de la Iglesia católica en su apoyo a la prohibición del aborto terapéutico. Pero los empresarios y la conferencia episcopal ya le han dado la espalda. 

El campesinado, por otra parte, se moviliza contra Ortega desde 2014, cuando se decretó una ley para expropiar gran parte del territorio por donde se construiría un canal interoceánico del que nunca se supo más. Y ahora, también los estudiantes de universidades públicas y privadas se han unido para exigir más democracia y libertad en un país muy polarizado y que ha dirimido sus conflictos políticos con sangre y fuego. 

 

CIUDAD FANTASMA

Cuando Ortega consiguió, después de semanas con varios muertos y heridos, derribar las barricadas que había levantado la población en el barrio de Kevin, fue con una caravana sandinista a la ciudad de Masaya. El comandante solo pudo celebrar el triunfo en el cuartel de la policía. Le recibió una ciudad fantasma. Ni siquiera las cámaras de las televisiones que controla su familia pudieron maquillar la imagen de las calles vacías. 

¿Cuánto tiempo más le queda a Ortega en el poder? Lo que está en juego en Nicaragua no es solo el futuro de un pequeño país, sino la posibilidad de que, en América Latina una revuelta cívica pueda efectuar cambios democráticos sin que tenga que recurrir nuevamente a las armas para defenderse de una nueva tiranía.

Kevin tuvo que salir del país con su familia, por las amenazas de grupos afines a Ortega. ¿Podrá algún día regresar a un país donde no se dispare a los niños armados con tirachinas?