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Los árboles no neutralizan el avión

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Febrero 2022 / 99

Tras los 'créditos de carbono' que promocionan las compañías aéreas y los Estados hay mucho humo… y muchos vendedores de humo.

Compensar las emisiones de CO2 plantando árboles… Es difícil no ser interpelado en ese sentido cuando se viaja, lo mismo que es difícil evitar la publicidad de las empresas que aseguran ser “cero emisiones de carbono”. Con frecuencia, el consumidor se ve también invitado a contribuir financieramente a la plantación de árboles, a la protección de bosques amenazados o a comprar productos con una etiqueta que garantiza que un porcentaje de la venta se dedicará a ese fin.

A escala mundial, la compensación voluntaria de carbono* fue en 2020 de 188 millones de toneladas (Mt) de CO2 y dio lugar, en contrapartida, a la creación de otros tantos créditos. Este movimiento, en fuerte crecimiento, probablemente habrá alcanzado entre  360 y 380 Mt a finales de 2021. En valor, los créditos emitidos en 2021 superaron los 1.000 millones de dólares (frente a 473 millones en 2020).

Dos sectores generan la mayor parte de esos créditos de carbono: el forestal y las energías renovables. La mayoría de los créditos proceden de proyectos en Asia (sobre todo en Indonesia y Camboya). Para los proyectos de forestación, el precio está en torno a los 7-8 dólares la tonelada de CO2. Para los proyectos denominados de deforestación evitada (se trata de certificar que, sin intervención, el bosque habría sido talado), el precio es unas dos veces menor. Podemos observar que el precio de esa compensación voluntaria es muy bajo comparado con el del CO2 de las cuotas de emisiones impuestas por la reglamentación. En el mercado europeo del carbono, la tonelada de CO2 supera actualmente los 60 euros. 

Esta compensación es insignificante en lo referente al impacto climático si se compara con las emisiones de gas de efecto invernadero: 52.400 millones de toneladas (Gt) de equivalente de CO2 en 2019 en todo el mundo. Sin embargo, está adquiriendo una creciente importancia porque ahora se inscribe en el marco de políticas públicas encaminadas a reducir las emisiones del sector aéreo. 

No hay ninguna reacción química en el seno de la atmósfera que elimine el CO2.  Es la absorción biológica o su disolución por los océanos la que desempeña ese papel

 

Interpretación errónea

¿Pero es creíble que se compense el CO2 emitido plantando árboles? El almacenamiento de carbono en los bosques (o en los suelos) plantea un problema de no permanencia respecto a la realidad física del tiempo de residencia del CO2 en la atmósfera. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el CambioClimático (IPCC) ha fijado el tiempo de residencia en la atmósfera de una molécula de CO2, es decir, el tiempo durante el cual esa molécula contribuye al cambio climático, en 100 años. Pero no se trata de un dato físico, sino de una convención que permite medir en un horizonte temporal relativamente lejano el poder de calentamiento del CO2 emitido hoy, así como el poder de calentamiento de los otros gases de efecto invernadero (por ejemplo, el metano) en el mismo horizonte, a sabiendas de que los diferentes gases de efecto invernadero no tienen en absoluto el mismo poder de calentamiento en un momento dado ni su residencia en la atmósfera es la misma.

Una errónea interpretación de ese patrón de medida a 100 años hace que, con frecuencia, se sugiera que la neutralización completa de una tonelada de CO2 implica una captura equivalente durante un siglo. Ahora bien, una parte del CO2 permanecerá en la atmósfera más de 100 años a partir de la fecha en que se ha emitido. No hay ninguna reacción química en el seno de la atmósfera que elimine el CO2. Es la absorción biológica o su disolución por los océanos la que desempeña ese papel. Lo que cuenta para el calentamiento global es la cantidad de exceso de CO2 que permanece en la atmósfera (junto con el hecho de que, a nivel global, hay más emisiones que absorciones). Cuanto más elevado es el almacenamiento de CO2 en la atmósfera, mayor es el tiempo necesario para evacuar el dióxido de carbono adicional emitido. De hecho, una neutralización total de las emisiones necesitaría un almacenamiento a lo largo de varios siglos, lo que, evidentemente, no puede garantizar ningún plantador de árboles. 

Con el cambio  climático los bosques cada vez absorben menos CO2

Un efecto perverso: los ciudadanos dejan de ser responsables

Y lo que es peor, con el calentamiento global (y el estrés hídrico producido por las sequías) los bosques cada vez absorben menos CO2. Las plantaciones de árboles son más vulnerables a los incendios, a las patologías vegetales y a los ataques de parásitos. Al factor climático se añaden las decisiones políticas de cambio de uso del suelo (necesidad de tierra para la agricultura, minas, etc.). Finalmente, están las presiones locales de los agricultores, mineros artesanales y ganaderos. De hecho, los macizos forestales del Sudeste asiático y de una parte de la Amazonia, sometidos a una deforestación y a una degradación continua, emiten actualmente más dióxido de carbono del que absorben.

Desfase temporal

La eficacia de la compensación también es dudosa si se tiene en cuenta el desfase temporal entre las emisiones (inmediatas) que hay que compensar y la cantidad de tiempo que se necesita para que los árboles que se plantan concentren el equivalente del carbono emitido. La opción de especies de crecimiento rápido para reducir el desfase temporal puede terminar siendo desastroso para la biodiversidad, los suelos y el ciclo del agua. Además, la vida de los árboles de crecimiento rápido es más corta que la de los otros y, por tanto, almacenan el  CO2 durante menos tiempo. Sin embargo, más de la mitad de las operaciones de restauración forestal que se llevan a cabo o se proyectan en el mundo son plantaciones de ese tipo de árboles (eucaliptus, acacias y pinos).

Y eso no es todo. La compensación forestal exige que la medida sea adicional. Para que un proyecto sea adicional, los resultados (carbono concentrado por las forestaciones, hectáreas de bosques conservados…) tienen que ser estrictamente el resultado de la acción emprendida y no habrían existido sin ella. Es un criterio muy difícil de verificar, sobre todo porque la gran mayoría de los proyectos forestales (cerca del 90% de los créditos emitidos) lo son de deforestación evitada, es decir, de protección de bosques susceptibles de ser deforestados.

Fugas inevitables 

La credibilidad de esos proyectos plantea un problema: si bien se sabe cuáles son los bosques que corren el riesgo de deforestación (los cercanos a las carreteras y a las zonas de alta densidad humana) no se puede saber cuándo va a tener lugar esta. Por eso, los escenarios de futura deforestación diseñados por los proyectos y según los cuales se miden los resultados no tienen demasiado valor. La estrategia del que elabora el proyecto consiste con frecuencia en predecir el escenario peor (un aumento muy alto de la deforestación) para, después, presumir de haberla evitado. 

Las fugas de carbono por desplazamiento de las presiones económicas constituyen otro problema que afecta especialmente a los proyectos de deforestación evitada. Hay fugas directas (al no poder acudir al bosque protegido, los campesinos van a los bosques vecinos para hacer sus cultivos) y también indirectas (los inversores lejanos van a desarrollar plantaciones lejos del territorio). Las fugas son inevitables en la medida en que son resultado del aumento de la demanda en tierras y productos agrícolas. Y los proyectos no tienen la posibilidad de intervenir en esas evoluciones de la demanda.

+50% de las plantaciones de compensación son de especies de crecimiento rápido, que pueden ser desastrosas para la biodiversidad.

El argumento principal a favor de la compensación de carbono es que permite ganar tiempo almacenando CO2, aunque sea provisionalmente, a la espera de que unas innovaciones tecnológicas fundamentales aporten soluciones para la reducción de las emisiones de CO2, en especial en el sector aéreo, a gran escala y a bajo coste. Pero eso significa ignorar los efectos de ese aplazamiento de la actuación. Compensar las emisiones del sector aéreo contribuye al desarrollo de ese sector y, por tanto, al aumento de sus impactos. El otro efecto perverso es que los ciudadanos dejan de ser responsables: “Compenso, luego tengo derecho a contaminar”. En cuanto a las empresas, hablar de una (improbable) neutralidad de carbono les permite soslayar cuestionamientos fundamentales de su modelo económico.

No hay que descartar obligatoriamente las actividades de compensación, que habría que denominar “contribución al esfuerzo colectivo para una neutralidad de carbono planetaria” siempre y cuando se inscriban estrictamente en la lógica “evitar, reducir, compensar” (compensar las emisiones que no se han podido evitar o reducir). La debilidad de los mecanismos de compensación radica en que, en un mundo que persigue un aumento continuo del consumo, la reflexión sobre evitar se descarta en nombre del empleo y de los futuros ingresos. Cuando se trata de bosques y medios naturales, debería primar la dimensión sistémica y los proyectos tener siempre el objetivo de la biodiversidad y la seguridad  alimentaria, y no únicamente el del carbono. Es decir, por ejemplo, fomentar los proyectos agroforestales en lugar de las plantaciones de eucaliptos.

Plantación de eucaliptos en Uruguay. Foto:  Getty

 

La opción favorita de la industria

La Organización de Aviación Civil Internacional (OACI) se fijó en 2008 el objetivo de bajar el consumo de carburante por pasajero el 1,5% anual hasta 2020 y, a partir de ese año, limitar las emisiones para lograr “un crecimiento cero emisiones en carbono”. Como, según todas las previsiones, el transporte aéreo continuará creciendo, esa limitación se llevará fundamentalmente a cabo con la compra de créditos de carbono. Ese es el objetivo del régimen CORSIA (acrónimo del inglés Carbon Offsetting and Reduction Scheme for International Aviation), aprobado en 2016 por la OACI. Es posible anticipar que gran parte será a través de créditos forestales estandarizados, como los etiquetados por el Verified Carbon Standard (VCS) y la Architecture for REDD+ Transactions (ART-Trees).