Opciones // Emprender no es nada fácil
El momento es bueno, pero lanzar una ‘startup’ sigue siendo una carrera de obstáculos.
En el mundo de la tecnología vivimos momentos únicos. Nunca ha habido un tiempo mejor para ser emprendedor. Lo vemos en las noticias todos los días: megarrondas de megastartups y unicornios. Términos como blockchain y metaverso ya no son la jerga de unos pocos, y aparecen con frecuencia en la prensa generalista.
La nueva ley supone una mejora, pero incompleta
Lanzar un proyecto requiere un apoyo económico inaccesible para la mayoría
La inversión en venture capital —la rama del capital riesgo enfocada a empresas de nueva creación— se dispara. El año 2021 se cerró a escala global con unos 478.000 millones de euros invertidos en startups, más que 2019 y 2020 juntos. España no se queda atrás, con el volumen de inversiones multiplicado por cuatro en la primera mitad del año. Los españoles nos estamos subiendo lentamente al tren, y la tasa de emprendimiento —que mide el porcentaje de las empresas activas que son de nueva creación— ya se sitúa en el 6,2%, un punto más que el año pasado, y más cerca de la media europea del 8,1%. El Gobierno, consciente de la importancia de este sector para la competitividad y crecimiento de la economía, anunció el pasado diciembre una nueva ley de startups, un proyecto prometedor anunciado dos años antes y que pretende estimular la inversión y atraer más talento emprendedor al país. Todos los indicadores apuntan a que nunca ha existido un mejor momento para emprender. Pero no hay que confundirse: emprender nunca ha sido camino fácil, y tampoco lo es ahora.
Ardua realidad
Detrás de las espectaculares cifras se esconde una realidad más ardua para el nuevo emprendedor. El capital riesgo se puede clasificar en tres categorías: early stage (capital semilla), growth stage (crecimiento) y late stage (maduración). Es en las dos últimas en las que crece realmente el volumen de inversión. Al nivel semilla, en el que se mueven las empresas que serán los grandes éxitos de dentro de 5 o 10 años, este se mantiene estable e incluso decrece en algunas regiones. Las empresas no quieren salir a Bolsa, ya que eso las expone a un nivel de transparencia y regulación al que no están sujetas cuando son startups. Microsoft lo hizo en 1986 con una capitalización de 777 millones de dólares. Twitter en 2013, con un valor de 14.200 millones. Hoy, empresas como ByteDance (la matriz de la red social TikTok), Stripe (una plataforma de pagos) y SpaceX (la empresa aeroespacial del magnate Elon Musk) cuentan con valoraciones en el entorno de los 100.000 millones de dólares, y no tienen prisa por cotizar en el mercado. Las startups ahora recurren al capital riesgo y no a los mercados cotizados para financiar su crecimiento, y son las más grandes de ellas las que recogen la inmensa mayoría del volumen de inversión en el sector tecnológico. España no es una excepción: 11 empresas captaron el 86% de la inversión en startups en el primer trimestre del año pasado.
Un privilegio
El resultado es que emprender sigue siendo muchas veces hoy más un privilegio para unos pocos que una opción para las nuevas generaciones, ya que todavía requiere un capital económico y/o una red de contactos, a menudo, inaccesibles para la mayoría. Las megarrondas, que permiten mostrar una mayor confianza y crecimiento del sector, no apoyan al pequeño emprendedor. Si el Gobierno quiere convertirnos en la nación emprendedora, tiene que hacer la inversión en capital semilla más atractiva y accesible para todos e inspirarse en otros países europeos como Suecia y los países bálticos, entre otros. La nueva ley de startups es un paso en la buena dirección, pero ha de ser el primero de muchos.
Es cierto que nunca ha habido un mejor momento para ser emprendedor y que el acceso se democratiza gracias a nuevos recursos accesibles de forma gratuita online, nuevas tecnologías y al desarrollo de la economía en remoto; pero que las cifras no engañen, que emprender no es fácil.
Jorge Higueras es fundador y CEO de la startup Serendipity.