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Reto al modelo nórdico

Por Yann Mens
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Abril 2016 / 35

Populismo: Los refugiados alteran el equilibrio de los países del norte de Europa.

Campo de refugiados de Kahramanmaras (Turquía), en marzo de 2016. FOTO: UNIÓN EUROPEA/YASIN AKGÜ

Han votado como un solo hombre, o casi.  El 26 de enero, los principales partidos daneses, de la derecha a la izquierda, aprobaron la ley que autoriza a  las autoridades a requisar a los demandantes de asilo, cuando entren en territorio danés, los bienes que excedan de 1.340 euros por persona. Motivo: que los demandantes contribuyan a la financiación de su acogida. El Partido del Pueblo Danés (Dansk Folkeparti, DF) era un acérrimo partidario del texto. Nada extraño, puesto que esta formación de derecha populista ha hecho su caballo de batalla de la lucha contra la emigración. Con el paso del tiempo, y gracias a su creciente  popularidad, el DF, que desde junio de 2015 es segundo partido del país, ha arrastrado a su posición  al resto de la clase política y ha obligado a las otras formaciones  a definirse frente a su categórica posición.

Presente en el Parlamento desde 1998 y miembro desde entonces de varias coaliciones gubernamentales con la derecha clásica, el DF no es un recién llegado a la escena política de su país, a diferencia de los Demócratas de Suecia, formación de derecha radical en rápido ascenso los últimos años (véase el gráfico). Si el ritmo y  la antigüedad de su surgimiento diferencian a estos dos movimientos, ambos tienen el mismo lema que comparten otros dos partidos populistas, el Partido del Progreso noruego (16,4% de votos en 2013) y los Auténticos Finlandeses (17,6% en 2015). Son formaciones políticas bien implantadas ya en unos países que, hasta ahora, se asociaban a elevadas prestaciones sociales, servicios públicos de calidad y lucha contra las desigualdades, al Estado de bienestar.

Un populismo más o menos reciente

Los populistas no cuestionan el Estado de bienestar, encarnado en el pasado por partidos socialdemócratas (aunque no sólo en el caso de Finlandia), quieren reservarlo únicamente para los autóctonos.

Los partidos populistas invocan el chauvinismo de la protección social en unos países que, como Suecia, tienen una gran tradición de acogida de refugiados. Y que la conservan, a pesar de las protestas populistas a las que hoy responde con movilizaciones la sociedad civil. En 2015, Suecia acogió a 163.000 demandantes de asilo, es decir, más que Alemania en proporción con su población (9,5 millones de habitantes). En cuanto a Dinamarca, el año pasado se presentaron 21.000 demandas  para una población de 5,6 millones  (frente a 79.000 demandas para los  66 millones de Francia). 

 

NORUEGA RECTIFICA

Más alejadas de la principal ruta de emigración, a Noruega (31.000 demandantes para 5 millones) y Finlandia (32.500 para 5,5 millones) les ha afectado comparativamente menos la llegada de refugiados que a Suecia. Sin embargo, el año pasado, Oslo no dudó en devolver a Rusia a los demandantes de asilo que habían desafiado el frío ártico para entrar en Noruega en bicicleta. Ante la indignación que ese gesto provocó, el Gobierno tuvo que suspender la medida.

Si los partidos populistas nórdicos esperan beneficiarse del recelo que genera en la opinión pública de sus países la afluencia de demandantes de asilo, es sobre todo porque la gestión de dicha afluencia pone en evidencia las carencias de la otra bestia negra de esas formaciones políticas: la UE. “La llegada de numerosos demandantes de asilo en Europa ha hecho que una malsana competencia enfrente a los países europeos”, analiza el politólogo Anders Hellström, autor de un  trabajo sobre los partidos populistas nórdicos.  “Cada Estado de la Unión intenta ser lo menos atractivo posible para los candidatos al estatus de refugiado. Por ello, algunos suecos creen  que, si ni siquiera hay acuerdo en  la UE, no hay razón para que su país cargue con un porcentaje desproporcionado de migrantes”. 

Pero los cuatro partidos populistas nórdicos no han esperado a la afluencia actual de demandantes de asilo para invocar los peligros que la inmigración haría correr a sus sociedades. El Partido del Pueblo Danés y el Partido del Progreso noruego han usado esta retórica desde la década de los noventa, cuando los migrantes huían de la guerra de los Balcanes, luego de Irak o del Cuerno de África. Entonces era un asunto nuevo para las dos formaciones. “Al principio, ambos partidos se centraban  en la lucha contra lo que consideraban un excesivo poder del Estado, y sobre todo contra los impuestos”, explica Yohann Aucante, profesor  en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, “si bien mantienen ese tono liberal, lo han ido modificando con el paso de los años anteponiendo la necesidad de conservar la base del Estado de bienestar para hacer frente a una globalización desenfrenada”.

 

DEFENSA DEL HOMBRE CORRIENTE

Los partidos populistas se hacen eco del sentimiento de inseguridad de los trabajadores menos cualificados de una sociedad en la que, como manda la terciarización de la economía, la figura del obrero industrial, núcleo de la socialdemocracia y de la creación del Estado de bienestar negociado entre los agentes sociales y el Estado, ha dejado de ser central. Demócratas de Suecia no ha tenido que dar ese giro hacia tesis más próximas a las de la izquierda. Todo lo contrario, ¡se presenta como el auténtico defensor de la vieja socialdemocracia! Esto constituye una paradoja, pues procede de la  extrema derecha, y se opone a la inmigración con más virulencia aún que los partidos noruego y danés.

En los años noventa, Demócratas  de Suecia expulsaron de sus filas a los militantes más extremistas y adoptaron un discurso comedido y social. Para ellos, “los dirigentes socialdemócratas del pasado, los de los años 1950, son héroes, pero los de hoy han traicionado al hombre corriente”, explica Anders Hellström. El arquetipo de “hombre corriente” es fundamental en el discurso de los partidos populistas. Timo Soini, líder de Auténticos Finlandeses, tiene una definición muy gráfica (y masculina) de sus electores, que supuestamente encarnan al hombre corriente: “Conservadores, gente de los buenos viejos tiempos a quienes  gustan las salchichas y los deportes mecánicos”.

Esos mitificados “buenos viejos tiempos” son los de una sociedad presuntamente homogénea e igualitaria en la que las funciones sociales y familiares de cada uno estaban más cristalizadas. “El apoyo a los partidos populistas refleja el temor que, sobre todo en los medios populares, ha provocado la pérdida de puntos de referencia sobre los papeles profesionales, sociales, de género...  Definiciones hoy menos estables que en el pasado”, analiza Ander Hellström.

Esa imagen del hombre corriente se contrapone con la de unas élites a las que ya no les importa  el modesto ciudadano, y las élites son, sobre todo en Suecia, los dirigentes socialdemócratas. “De hecho”, observa Yohann Aucante, “desde finales de los setenta, la base electoral socialdemócrata, antaño implantada entre los obreros del Norte, se ha desplazado a las clases medias del Sur y a los empleados públicos, que constituyen el núcleo de LO, la gran central sindical ligada a ese partido. A ello se añade el impacto de las reformas —como la de las pensiones en 1998  votada por todos los grandes partidos— que han reducido los beneficios asociados al Estado de bienestar.  Una parte de los obreros se ha vuelto hacia Demócratas de Suecia. Pero es un fenómeno al que se enfrenta toda la izquierda europea, en unas sociedades en las que la volatilidad de los electores es hoy mucho mayor”.

En Finlandia, la separación ciudad-campo es más notoria. Auténticos Finlandeses es heredero del viejo Partido Rural. Además, comparada con sus vecinos, Finlandia atraviesa una grave crisis económica marcada por la debacle de Nokia, antiguo gigante de la telefonía móvil, y las dificultades por las que pasa la industria papelera.

Las estrategias que ha adoptado el resto de la clase política frente a los partidos populistas y sus reivindicaciones, difieren mucho de uno a otro país. Todos ellos se rigen por el sistema electoral proporcional que permite que las formaciones radicales traduzcan  en escaños su éxito en votos, a diferencia de lo que pasa en Francia, donde el Frente Nacional choca con la barrera del escrutinio uninominal mayoritario. En Finlandia y en Noruega, los partidos populistas acaban de aceptar, por primera vez, entrar en el Gobierno. Timo Soini, dirigente de Nuevos Finlandeses, se ha hecho cargo de la cartera de Asuntos Exteriores, un papel sorprendente para un responsable político que no ha cesado de fustigar los planes de ayuda europea a Grecia. Aún es pronto para saber si el paso a la gestión política va a llevar a los populistas a moderar su discurso.

El populismo derechista se  instala en los países del Norte 

Reclaman el  Estado de bienestar sólo para los autóctonos

En Noruega, el Partido del Progreso está siendo un aliado difícil para  la primera ministra conservadora. El Gobierno anunció en diciembre una reforma muy radical de la inmigración, pero el discurso enardecido de la ministra encargada del asunto, miembro del Partido del Progreso, ha llevado a los liberales, hasta ahora favorables al texto, a amenazar con no votarlo.

A diferencia de los partidos de derecha noruegos y finlandeses, los partidos suecos han mantenido hasta ahora a los virulentos Demócratas fuera de las coaliciones gubernamentales. ¿Pero puede mantenerse mucho tiempo ese cordón sanitario si, como parece indicar su reciente aumento en los sondeos, los populistas mejoran su resultado en las próximas elecciones?

En el caso de Dinamarca, ha sido el Partido del Pueblo el que se ha negado a entrar en el Gobierno, a la vez que ha apoyado en varias ocasiones, como en la actualidad, coaliciones de derecha. En un país en el que gobernar en minoría es moneda corriente, esta postura permite al Partido del Pueblo ejercer un chantaje permanente sobre los partidos en el poder, amenazados continuamente  con ser expulsados si no ceden a sus exigencias, especialmente en lo que se refiere a restringir la inmigración. Es una postura categórica frente a la que los otros partidos se han visto obligados a tomar posición. Incluidos los de izquierda, como los socialdemócratas, que, sin aliarse al partido populista, han terminado aprobando leyes que limitan la reagrupación familiar, y que votaron a favor de privar de sus economías a los demandantes de asilo.