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Tapar el sol con las manos

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Octubre 2019 / 73

Argentina: Parafraseando a Giorgio Agamben, la crisis es la “excepción permanente”, y la estabilidad y el bienestar, algo inesperado en el país austral.

Sede del Banco de la Nación en la Plaza de Mayo de Buenos Aires. FOTO: MIGUEL

Hay algo raro en esta novedad: Argentina, uno de los principales productores de los cinco continentes (según la Organización Mundial del Comercio) sancionó la Ley de Emergencia Alimentaria. Primero la Cámara de Diputados, luego la de Senadores aprobaron casi sin discusión, con apuro, y presionados por los movimientos sociales que rodeaban el Congreso los miércoles 11 y 18 de septiembre, esta ley que no cambia nada pero garantiza los fondos para una mayor asistencia social. Una vez más vamos a tapar el sol con las manos. Éramos el granero del mundo, según una tradición aprendida en la escuela. Hoy no solo no es una verdad, por el contrario, hay miles de argentinos que apenas comen y apenas pueden nutrirse. Debajo de la línea de la pobreza hay una población que crece brutalmente (unos tres millones de personas), la pirámide social se amplía en su base y se achica en su punta.

Pero, ¿cómo hacen los argentinos para sobrevivir en una coyuntura política, económica y social al borde del desastre? Podemos decir, parafraseando a Giorgio Agamben, que la crisis es la “excepción permanente” y que la estabilidad y bienestar, por el contrario, algo inesperado. Por eso, cada compatriota guarda, más a mano que el botiquín de primeros auxilios, un manual de supervivencia ante situaciones de inflación, depreciación del salario, aumentos desenfrenados, desocupación, estancamiento y otros males de la vida cotidiana aquí, casi en el fin del mundo.

Hay situaciones de la Argentina macrista que obligan a repetir las estrategias de supervivencia aprendidas en la crisis del año 2001, cuando otra gran debacle destrozó la estructura política, económica y social del país: el entonces presidente Fernando de la Rúa (recientemente fallecido) renunció al no poder contener la situación en la que 39 personas fueron asesinadas por las balas de la represión de las fuerzas de seguridad. La caída brutal. Fue entonces cuando surgieron movimientos sociales guiados por experiencias de todas las latitudes y tiempos que pusieron en práctica una serie de medidas para sobrevivir día a día, un desafío que se renovaba enloquecidamente. Ya estamos viendo algunas iniciativas que van en este sentido. ¿Todo vuelve a comenzar?

 

ESCENAS DE MACRISMO EXPLÍCITO

Casos que desesperan. Festejar los cumpleaños de los hijos en su niñez siempre ha sido un orgullo y hasta una obligación para todos los sectores sociales. Alquilar un salón con animador, mago y payaso, una obligación para compartir con los compañeros de la escuela o el club. Hoy es un lujo. Alquilar un espacio de este tipo con distintas variantes de comida por dos horas ni siquiera tiene un precio establecido, puede ubicarse entre los 5.000 y los 20.000  pesos de acuerdo con estas variantes cuando la cesta básica familiar es de 32.000 y un dólar equivale a casi 60 pesos. En consecuencia, ya se realizan festejos de cumpleaños infantiles en las plazas. Si bien es una costumbre de muchos migrantes en espacios verdes de Nueva York, en las afueras de París y en las playas de Río de Janeiro, aquí es una novedad. Una torta, jugo, una madre amiga que se pone una peluca en la cabeza, radio con cumbia o rock incluido, arman la escena festiva.

Ante la desocupación, lo que es útil hoy es arreglar ropa, reparar artefactos electrónicos, hacer jardinería, cocinar, limpiar, dar apoyo escolar, cuidar chicos o ancianos, etcétera. En la mayoría de los casos se desconoce el abc de estas ocupaciones. Telma, madre desocupada del barrio de Caballito de Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, vende insumos para confeccionar ropa interior: antes que comprar una pieza nueva, se prefiere repararla o adquirir una a un precio mucho menor de aquella de las marcas tradicionales. Clara, de Almagro, costurera, tiene más trabajo que de costumbre, es preferible arreglar ese jean gastado sin cierre a comprar uno a un precio exorbitante de 5.000 o 6.000  pesos cuando un sueldo de empleado en una cadena de tintorerías y lavanderías, por ejemplo, es de 17.000. Las tiendas que reparan electrónica están festejando: la gente no puede comprar artefactos nuevos y considera reparar lo viejo como una aspiradora, nevera, radio, televisión o un horno eléctrico de pan. El problema, claro, surge cuando se necesitan repuestos importados. Ahí, sí, la cafetera o el equipo de música van a parar directamente al altillo o la vereda para que la lleve un cartonero (reciclador informal).

Hay miles de argentinos que apenas pueden nutrirse

El miércoles 18 de septiembre, volvió a aumentar el precio de la gasolina por sexta vez en el año: el 4% en este caso. Cada vez que se anuncia un aumento se repite la postal de decenas de autos esperando en gasolineras para comprar con el precio que está a punto de caducar. Otros, cambian sus vehículos de gasolina por los que funcionan con diésel o habilitan la opción del gas natural comprimido. Finalmente, un número importante elige venderlos, una opción hoy desaconsejable dada la enorme oferta de autos usados en el país que baja los precios. A su vez, quienes usaban el automóvil para ir a trabajar, hoy abarrotan los transportes públicos.  Y los que viajaban en metro o bus, empezaron a usar la bicicleta dados los últimos aumentos del pasaje a los que el Gobierno le quitó los subsidios oficiales.

 

MISIÓN CASI IMPOSIBLE

Ya en el modo más cercano a la tragedia, la base de la pirámide social no piensa en electrónicos, ropa, ni licores: poner un plato de arroz en la mesa se volvió una misión casi imposible. “Engañar el estómago” con caldos, pan casero y mate cocido es el desafío diario. Se pierden los oficios: un albañil o un mecánico desocupado hace cualquier tipo de changa (trabajo ocasional) o rebusque para sobrevivir. Muchos intentan vender pañuelos de papel, lapiceros, pulseras, cadenitas, bisutería barata que los lleva a competir con los inmigrantes senegaleses que no entienden cómo sus vidas modestas cambiaron y retornaron a un estado de pobreza como aquel del que escaparon en su país.

Mientras tanto, las deudas con las tarjetas de crédito se multiplican y las empresas líderes usufructúan cobrando intereses tras intereses a sus clientes empobrecidos. Muchos empiezan a cancelarlas, compran menos en los supermercados y vuelven a los pequeños comercios de barrio, donde, en algunos casos, se les permite inaugurar una deuda. Los carniceros, con las ventas por los suelos, ofrecen pagar en cuotas a quien quiera darse el enorme lujo de comer un asado el domingo, un ritual casi extinguido. Psicólogos y psicoanalistas deben replantear formas de pago para sus pacientes que perdieron el trabajo o temen perderlo. Muchos profesionales trabajan día y noche para poder, tan solo, mantener lo que tenían y que la inflación les ha devorado. Ya no se trabaja para el ascenso social, sino solo para poder permanecer donde se está.

Quienes usaban el coche hoy llenan los transportes públicos 

Los que iban en el metro y en el bus hoy viajan en bicicleta

Las deudas con las tarjetas de crédito se multiplican

En la cocina siempre hay una buena solución ingeniosa. Si bien en los últimos años florecieron las dietéticas o comercios que venden cereales, galletas sin gluten, productos artesanales, sin aditivos ni conservantes, también sabemos que la vida sana es más cara y, por el contrario, hoy se multiplican las rotiserías que iniciaron los cocineros de la comunidad china y que hoy son imitados por pequeños empresarios locales con la idea de vender comidas baratas. A la par, las casas tradicionales se funden. Los migrantes venezolanos venden arepas en las estaciones de metro y lograron instalarlas como opción al paso. En las estaciones de tren, las más populares, florecen las tortillas y empanadas a buenos precios. Agrupaciones barriales se organizan, compran verdura en cajones en el Mercado Central, la fraccionan y arman bolsas surtidas. Logran reducir casi un 50% el precio de los comercios o supermercados.

El panorama desolador se cierra con las cifras conocidas el 19 de septiembre: según el INDEC, la desocupación subió del 9,6% al 10,6% en el segundo trimestre de este año con relación a igual período de 2018. Esto significa que en la población urbana hay 2.050.000 desocupados urbanos, 250.000 más que un año atrás. Si se incluye la población rural, el desempleo golpea a más de 2,5 millones de personas.

Achicarse, recortar, ajustar, la prédica del Gobierno desde 2015 parece por fin haber llegado a los hogares de la clase media, pero de modo trágico y con el único fin de eliminar todo tipo de disfrute; los más pobres hace tiempo que viven con la soga al cuello. Lo que se castiga es el derecho legítimo al goce en todas sus formas.