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Un golpe paternalista

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Octubre 2016 / 40

Desde Río de Janeiro

Brasil: Descabalgada Rousseff, Temer debe afrontar una economía estancada y una deuda pública en ascenso.

Dos manifestantes se hacen una foto durante una propuesta contra Rousseff. FOTO: PEDRO ZANDOMENEGHI

En el edificio del American Flat Service, en el distrito de clase media de Humaitá, en la acomodada zona sur de Río de Janeiro, los vecinos —casi todos blancos— están a punto de tomar una decisión importante,  quizá simbólica. La más importante desde aquellos días de primavera cuando salían al balcón noche tras noche para las caceroladas contra Dilma Rousseff: toca elegir el nuevo uniforme para las limpiadoras de los apartamentos. Son casi todas negras o morenas y residen en las favelas o en la lejana periferia obrera. 

El uniforme es el clásico de la postesclavitud: vestido gris con bordes blancos y delantal de cordón y tocado blanco para el pelo. Ahora American Flat Service se moderniza e introduce un nuevo uniforme integrado por una camisa-chaqueta azul marino y un pantalón corto del mismo color. Mucho más cómodo para las largas jornadas limpiando váteres con 40 grados  y  el 100% de humedad  por 1.030 reales (284 euros) al mes. 

Pero algo llama la atención en el proceso de selección del traje. No participan las mujeres limpiadoras. “¿Una votación? No funcionaría. Las chicas jamás se pondrían de acuerdo”, dijo el presidente de la comunidad mientras discutía con los  vecinos cuál sería el cuello más cómodo para las trabajadoras.

Ese deseo de las clases privilegiadas de elegir lo mejor para las clases humildes porque éstas no tienen criterio ni educación para decidir lo que les conviene, puede ayudar a  entender la psicología del golpe de Estado blando que acaba de producirse en Brasil.

Cuando los  residentes de la zona sur se lanzaron a la avenida de Nossa Senhora de Copacabana vestidos con camisetas de la selección de fútbol para protestar contra la corrupción del Partido de los Trabajadores —PT—  (en realidad, de todo el sistema político),  pensaban que hacían  un favor a la nación entera. Aquella foto inolvidable de la pareja de manifestantes de alto standing y piel banca que andaba con sus caniches mientras la niñera, negra, empujaba a dos gemelas en el cochecito, era una prueba de ello. 

En las megamanifestaciones contra Dilma y Lula,  “la clase media conservadora se transformó en el sueño de sí misma, la auto-imagen idealizada”, escribe Jesse Souza en su  libro Radiografía de un golpe, y “podían verse como salvadores de la nación”. 

El nuevo presidente, Michel Temer, y su Gabinete de hombres ricos, blancos y cincuentones, cree que ha actuado contra el PT en nombre de la democracia y del pueblo brasileño, donde más del 50% de la población son mujeres negras y pobres.  Aunque quien personifica el nuevo movimiento mesiánico de justicia implacable no es Temer, sino el juez Sergio Moro. El probable juicio a Lula y su compañera Marisa —que trabajaba de limpiadora uniformada cuando conoció a Lula—,  por presunta corrupción culminará la destrucción del PT por parte de una élite y en nombre de los trabajadores.

 

AUSTERIDAD 

Pero tras la revolución de la noblesse con polo Ralph Lauren y bolso de Carmen Stef-fens (la marca más kitsch de la moda brasileña), el ejercicio del poder será mucho más duro. En una economía estancada y con una deuda pública en aumento, el nuevo Gobierno seguirá con las desastrosas políticas de austeridad que Rousseff puso en marcha tras su victoria en 2014. Los tipos de interés del 14% que el Estado paga sobre la deuda forzarán más austeridad. Asimismo, la privatización convertirá  a Petrobras y al banco de desarrollo BNDES, las dos joyas del modelo del PT, en sombras de lo que eran mientras el Banco Santander y Chevron aprovechan la oportunidad. BNDES ya liquida, en el peor momento posible, una valiosa cartera de activos estatales, un desastre a largo plazo para las finanzas públicas vendido por Temer como  una medida para bajar el déficit. 

Tras una caída de casi el 10% del PIB en dos años, se espera que el paro pase de 12 a 14 millones de personas, agravado por una reforma laboral que prolonga la jornada hasta once horas. “Los salarios  reales caen en picado sobre todo en las favelas”, dice Ricardo Summa, de la Universidad Federal de Río. No es de extrañar, pues, que la violencia  vuelva y que empiecen a verse huelgas y manifestaciones por doquier. Temer no habla en público sin ser abucheado. “Cuando la gente ha dejado de ser excluida, es difícil excluirla de nuevo; así que serán tiempos muy crispados”, dice Luis Eduardo Melin, asesor del segundo Gobierno de Lula. Paradojicamente, la operación de liquidar al PT ha dejado a las élites sin un mecanismo político para garantizar la paz social. “Tendrán que crear  un Estado policial para aplastar la oposición”, dice Vladimir Safatle, filósofo de la Universidad de São Paulo. A veces,  es mejor para todos dejar que la gente elija su propio uniforme.