Unas elecciones no tan “pura vida”
San José, Costa Rica
El ganador, Carlos Alvarado, se enfrenta, entre otras cosas, a una Asamblea fraccionada y a un país con un fuerte déficit fiscal.
tensiónCarlos Alvarado durante una conferencia de prensa. FOTO: MADRICR
La reciente contienda electoral que vivió Costa Rica desnudó a los ticos, apelativo que reciben los habitantes de este país, y los colocó en escenarios impensables. Tanto a ellos como a los dos candidatos que, a un mes de las elecciones, ocupaban los últimos lugares de una lista de 13 candidatos.
Fabricio y Carlos Alvarado (comparten apellido y oficio —ambos son periodistas— y hasta son primos, pero son totalmente opuestos en el carril político y posturas ideológicas) lograron pasar a segunda ronda y provocaron, sin proponérselo, la primera gran rebelión civil del país, que sacó de la zona de confort el famoso "pura vida" de los ticos y generó una batalla encendida, inédita e inaudita que evidenció sus diferencias como nunca antes, pero que también ratificó (no hubo un solo incidente de violencia) que el país puede seguir la ruta de la sólida democracia de la que tanto se jacta.
Las peleas culminaron con una apabullante victoria del candidato oficialista, Carlos Alvarado Quesada, el pasado domingo 1 de abril.
¿Cómo logró la presidencia un candidato prácticamente desconocido hasta hace meses? En noviembre pasado era impensable que Carlos Alvarado, del Partido Acción Ciudadana (PAC), agrupación debutante en el poder en 2014, tras 32 años de bipartidismo, lograra unir al país en torno a él —no tanto a su partido—. Pero así ocurrió y las variables que incidieron fueron tantas que ya se están escribiendo sesudos estudios y libros.
La participación de 13 candidatos segmentó, como nunca antes, a la población votante. Ante el desencanto creciente por los dos partidos tradicionales, los ticos estrenaron 2018 con un panorama repleto de votantes indecisos.
Aunque Carlos Alvarado venía sumando porcentajes apenas perceptibles, el 9 de enero, apenas tres semanas antes de las elecciones, explosionó una bomba noticiosa que alteró por completo el panorama electoral, ya de por sí confuso, con tantos partidos en un país de menos de cinco millones de habitantes.
MATRIMONIOS DEL MISMO SEXO
A raíz de una consulta del Gobierno del presidente oficialista, Luis Guillermo Solís, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH) ordenó a Costa Rica garantizar a las parejas del mismo sexo todos los derechos existentes en la legislación, incluido el derecho al matrimonio, sin discriminación alguna frente a las parejas heterosexuales.
Y ahí fue donde entró, como protagonista el diputado conservador, derechista y cantante evangélico Fabricio Alvarado, de 43 años, representante del Partido Restauración Nacional. En el Congreso fue el único diputado elegido por su partido en 2014, y sus luchas se concentraron, en mucho, contra el matrimonio de parejas del mismo sexo, el aborto y la fertilización en vitro.
A tres semanas de las elecciones, la orden de la Corte IDH provocó que un gran sector conservador se identificara con las posturas de Fabricio Alvarado —que incluso propuso sacar a Costa Rica de la Corte— y pronto los sondeos y encuestas ubicaban al expresentador de noticias en el primer lugar.
Otra parte del grueso de la población, por el contrario, se volvió férreamente contra Fabricio y halló en Carlos Alvarado la mejor opción para enfrentar el conservadurismo extremo del candidato cristiano.
El tema del cristianismo y la política ya acapara los análisis de los medios más importantes del planeta. El 18 de enero, The New York Times publicó un análisis en el que aseguró que "las iglesias evangélicas protestantes, que por estos días se encuentran en casi cualquier vecindario en América Latina, están transformando la política como ninguna otra fuerza. Le están dando a las causas conservadoras —en especial a los partidos políticos— un nuevo impulso y nuevos votantes: hoy los evangélicos constituyen casi el 20% de la población en América Latina", aseveró el Times.
Mientras los sondeos y encuestas insistían en que el país parecía optar por la alternativa cristiana y conservadora, los signos externos y el aluvión de apoyo en redes sociales hacia Carlos Alvarado empezó a crecer en cosa de días. La encendida batalla en redes sociales, programas de radio, televisión, medios digitales y grupos de Whatsapp encendió pasiones, enfrentó a amigos, compañeros y parientes y dividió e intoxicó al país.
La semana previa a las elecciones coincidió con la Semana Santa y el país, católico por tradición, se enzarzó en la batalla.
El desenlace es conocido y hoy, tras obtener casi 1,3 millones de votos (60,6% ante el 39,4% de su contrincante, Carlos Alvarado se prepara para asumir, a partir del 8 de mayo, una gestión llena de escollos, empezando por la mala imagen que arrastra el gobierno de su partido por señalamientos como la indulgencia con actos de corrupción y el aumento de la inseguridad ciudadana en el período del gobierno de Solís.
Hay consenso general en que Carlos Alvarado asumirá el poder con retos gigantescos. El más urgente es tomar las medidas correctas para reducir el déficit fiscal que tiene a Costa Rica contra las cuerdas y que básicamente podría llevar al país a un descalabro financiero. La reforma fiscal pretende llevar recursos al fisco por el orden del 1,9% de la producción. Se estima que el déficit fiscal cerrará este 2018 en 7,1% de la producción interna del país.
UN GOBIERNO DIFÍCIL
Pero las medidas que el mandatario propone deben superar, para empezar, el escollo que supone una Asamblea Legislativa totalmente fraccionada, con la que tendrá que lograr consenso durante toda su gestión. El pasado jueves 19 de abril los diputados electos se opusieron a aprobar por la vía rápida el proyecto del presidente para disminuir el déficit fiscal.
Alvarado insiste en que por un vaivén de procedimientos se podría entrar en un impasse que luego saldrá carísimo, por el tiempo que se pierda. Situación similar está afrontando ya con los sindicatos, que también quieren revisar las medidas urgentes por las cuales apuesta el presidente.
La otra gran faena que tienen Carlos Alvarado y su equipo es reforzar la seguridad ciudadana y confrontar el crimen organizado. Las cifras oficiales son alarmantes: durante el 2017 la tasa de homicidios fue de 12,1 por cada 100.000 habitantes, el mayor número en toda su historia… y una cifra escandalosa para un país que tradicionalmente se ha considerado pacífico.
El Gobierno actual atribuye la debacle en el tema de seguridad al "crimen organizado" liderado en su mayoría por extranjeros. Pero la excusa no resuelve el problema. Carlos Alvarado tiene tremenda tarea pendiente.
Lo mismo ocurre con la infraestructura vial. El mandatario pretende cerrar 100 cuellos de botella viales y promover los estudios de factibilidad para lo que sería el primer metro de San José. También promueve la conclusión de diversas obras de conexión en la Red Vial Nacional y uno de sus más ambiciosos proyectos: la construcción de un tren eléctrico interurbano.
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No hubo violencia, pero nunca antes había habido tanta tensión
A pesar de las explosivas condiciones en que se desarrolló la jornada electoral, Carlos Alvarado, periodista con una maestría en Ciencias Políticas por la Universidad de Costa Rica y con una segunda maestría en Estudios para el Desarrollo de la Universidad de Sussex, Inglaterra, se caracterizó en todo momento por su ecuanimidad.
Aunque hubo provocaciones y en contra de los consejos de algunos de sus propios asesores, en el sentido de que debía mostrarse más beligerante en los debates y en los discursos, el hoy presidente electo fue consecuente con él mismo y optó siempre por el diálogo vehemente, pero respetuoso.
A la fecha, esta sigue siendo su tónica. A pesar de que, a dos semanas de haber sido elegido, el gobierno de consenso por el que tanto abogó parece haber empezado a convertirse en una caldera en creciente ebullición.
Costa Rica y el mundo sabrán, por fin, el próximo 8 de mayo cuál será el estilo de liderazgo y mando del intelectual de 38 años (el presidente más joven del país en los últimos 100 años) quien se convirtió, sin proponérselo, en una especie de rock star al menos para quienes lo eligieron.