Versión Orban del 'gran reemplazo'
Hungría: El primer ministro húngaro acusa a la Comisión Europea y al financiero George Soros de intentar imponer una inmigración masiva que amenaza la seguridad y la integridad del país.
Refugiados en Gyekenyes de camino a Alemania. FOTO: CSAKISTVAN
Es la teoría del gran reemplazo de Renaud Camus en versión húngara. Pero en Budapest la defiende el primer ministro en persona. Según Viktor Orban, la Comisión Europea estaría poniendo en marcha un complot, cuyo instigador sería en realidad el financiero de origen húngaro George Soros, que apoya organizaciones de defensa de los derechos y de promoción de la democracia de todo el mundo. ¿El objetivo de estos interrogantes? Favorecer la llegada masiva de migrantes musulmanes extraeuropeos a la Unión para acabar con la existencia de las naciones y del cristianismo en Europa. Esta delirante tesis centró la propaganda electoral del Fidesz, el partido de Viktor Orban, que ha conseguido conservar, tras las elecciones del 8 de abril, la mayoría de que goza en el Parlamento desde 2010.
Pero, hace cuatro años, seis meses después del anterior escrutinio, que le había garantizado su reelección, la popularidad del Fidesz caía. "Viktor Orban decidió entonces explotar la llegada de nuevos inmigrantes a las fronteras húngaras ante su base electoral, formada sobre todo por gente poco cultivada o con poca experiencia del mundo exterior. Es un electorado comparable con muchos de los británicos que votaron a favor del Brexit", explica Peter Balász, exministro de Asuntos Exteriores húngaro y excomisario europeo. En 2014-2015, los primeros migrantes procedían de Kosovo. El poder consideró que sus motivaciones eran económicas y que, por tanto, no tenían ningún derecho a instalarse en suelo húngaro.
NACIONALISMO EXACERBADO
Cuando, a partir de la primavera de 2015, los que acudieron a sus fronteras eran, sobre todo, sirios, iraquíes y afganos, víctimas de los conflictos que devastaban sus países, Viktor Orban enarboló otros argumentos. En primer lugar, esos migrantes habían atravesado otros países antes de llegar a Hungría. "Países seguros", en su opinión y a los que debían, pues, volver. Después, citando los atentados de París de enero y noviembre, Viktor Orban calificó a los migrantes de amenaza para la seguridad nacional porque, dijo, los terroristas se infiltraban entre ellos. Finalmente, el primer ministro explicó que esos extranjeros extraeuropeos iban a trastocar la identidad del país y que pronto los húngaros ya no reconocerían a su nación.
Y este argumento lo ha esgrimido en un país en el que, por razones históricas, el sentimiento nacional y la aspiración a la soberanía están con frecuencia a flor de piel. Antes de la Primera Guerra Mundial, el Reino de Hungría era miembro de la doble monarquía austrohúngara. Derrotada en 1918, se dividió. Hungría quedó reducida a un tercio de lo que era el reino y unos tres millones de personas de lengua magiar (la lengua nacional húngara) quedaron como minorías en los países vecinos (Rumanía, Eslovaquia, Serbia y Ucrania). El recuerdo del Tratado de Trianon (1920) por el que se estableció dicha división, continúa aún vivo entre los húngaros.
Tras 1945, Hungría cayó bajo la bota de la Unión Soviética, lo mismo que el resto de los países de Europa central y oriental (los denominados Peco). Así pues, el país no volvió a recuperar realmente su soberanía hasta la caída del muro de Berlín. En 2004, entró en la Unión Europea. "Y hoy, aunque una parte de los húngaros es sensible a los discursos anti-Bruselas de Viktor Orban (véase recuadro), dos tercios de ellos desean que su país permanezca en la Unión", recuerda Peter Bálasz.
El primer ministro conservó la mayoría en las elecciones de abril
En 2015 acudieron a la frontera húngara sirios, iraquíes y afganos
Cuando, en 2015, la afluencia de migrantes procedentes de Oriente Medio y de Asia se aceleró de repente, el efecto del nacionalismo de tinte étnico, explotado por las autoridades, fue mayor que en otros lugares debido a que, como sus vecinos y, a diferencia de muchos países de Europa occidental, el país jamás ha tenido una inmigración extraeuropea considerable. A lo largo de su historia contemporánea, los flujos entrantes se han compuesto esencialmente de las minorías húngaras de los países vecinos o de gente procedente de los Balcanes (Bosnia, Kosovo) debido a los conflictos que han golpeado esa región.
PROPAGANDA XENÓFOBA
Al mismo tiempo, Hungría es un país de emigración. Ve como muchos jóvenes diplomados (y trabajadores desplazados por su empresa) aprovechan la libertad de movimiento en el seno de las fronteras de la Unión para encontrar un trabajo mejor pagado en Austria, Alemania o Reino Unido. Se calcula en medio millón de ellos los que viven en el extranjero. Esto ha hecho que Hungría, cuyo índice de crecimiento ha sido del 3,7% en 2017, debido en parte a los fondos estructurales europeos, y donde el índice de desempleo está por debajo del 4%, carezca hoy de mano de obra, sobre todo cualificada. La llegada de migrantes podría en teoría subsanar una parte de esa carencia. Pero el Fidesz apuesta por una política natalista con el fin de mantener intacta la composición étnica del país, cuya edad media aumenta y tiene un índice bajo de fecundidad (1,4 hijos por mujer).
Para intentar impedir que los migrantes entren en Hungría, las autoridades erigieron, en otoño de 2015, una valla en su frontera con Serbia y luego con Croacia. A continuación, cerraron varios centros de acogida de exiliados y restringieron las condiciones para poder presentar una demanda de asilo hasta hacer que hoy sea algo casi imposible.
Estas restricciones tienen como objetivo fundamental servir a la propaganda xenófoba y catastrofista del Fidesz, porque para los migrantes extraeuropeos, Hungría es un país de tránsito, no es uno de sus destinos finales (Alemania, Suecia, etc.). Un ejemplo de ello es que en 2015 se registraron en Hungría 177.000 demandas de asilo, pero muy pocas de ellas fueron examinadas por las autoridades húngaras porque en el entretanto prácticamente la totalidad de esos migrantes habían abandonado el país para irse a otro destino europeo. Por otra parte, el 85% de las demandas examinadas fueron rechazadas. Ese índice de rechazo, ya muy elevado antes de 2015, ha aumentado aún más después. Resultado: el país acogió en total a 508 nuevos refugiados en 2015 y a 432 en 2016. Lejos, muy lejos, de la amenaza del gran reemplazo agitada por la propaganda del partido en el poder.
EGOISMO DE ESTADO
En el Este no hay cuotas
Cuando, en 2015, aumentó la afluencia de migrantes, sobre todo en los países de su perímetro (como Grecia e Italia), la Unión Europea adoptó un mecanismo provisional de relocalización a partir de esos dos Estados hacia los otros miembros de la Unión: iba a afectar a 120.000 personas que tenían manifiestamente necesidad de una protección internacional durante un periodo de dos años. Los países de Europa central y oriental (Peco) se negaron a establecerlo, presentándolo como un diktat de Bruselas que atentaba contra su soberanía nacional y a su identidad.
Hungría y Eslovaquia impugnaron el dispositivo ante el Tribunal de Justicia de la Unión, que desestimó su demanda el pasado mes de septiembre. Desde entonces, Eslovaquia ha aceptado recibir a algunos migrantes. Pero las autoridades húngaras, que organizaron en octubre de 2016 un referéndum sobre las cuotas (voto, finalmente, invalidado debido a que no hubo suficiente participación) se siguen negando. El país puede ser sancionado por ello.
Sin embargo, en opinión del excomisario europeo Peter Balász, se trata de un arma de doble filo, pues "ante las bases del Fidesz, fortalecería la imagen de Viktor Orban como protector de la nación contra las injerencias extranjeras y la inmigración supuestamente obligada".