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Blackstone o el poder político de las finanzas

Por Eva Joly
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Pertenece a la revista
Septiembre 2020 / 83

Ilustración
Pedro Strukelj

Dinero: La crisis de 2008 llevó a reformar el sector bancario. La que se avecina solo podrá superarse si se hace lo mismo con los mastodontes de la inversión.

La noticia ha pasado muy inadvertida. En los últimos meses, uno de los mayores fondos de inversión del mundo, según la CNBC, habría gastado al menos tres millones de dólares en seguir de cerca, por no decir influir, las decisiones de la Administración de Trump y de algunos parlamentarios estadounidenses para relanzar la economía. El caso del fondo alternativo Blackstone (no confundir con BlackRock, gigantesco gestor de activos, más tradicional y del que habría mucho que decir) es emblemático.

Emblemático en el plano de la proximidad a la clase dirigente estadounidense: Steve Schwarzman, su presidente y director ejecutivo, organiza regularmente cenas para recaudar fondos a favor de candidatos o cargos electos —desde Donald Trump a algunos de sus oponentes en el seno de su familia política—. Emblemático en el de las estrategias de lobby: Blackstone habría gastado  560.000 dólares en dos asesorías distintas para estar informado de la elaboración del plan de relanzamiento de la Administración estadounidense.

Emblemático también en el del poder de esos grupos financieros. Blackstone, cuya capitalización bursátil superaba en marzo las de Goldman Sachs y Morgan Stanley, tiene 540.000 millones de dólares en activos. Y sus inversiones hacen de él un actor imprescindible en numerosos ámbitos: desde el inmobiliario hasta las infraestructuras y el negocio agrícola, pasando por centenares de empresas, tanto pequeñas como medianas, de todo tipo… por no mencionar a los clientes que les confían su dinero para que lo inviertan.  Cerca de un tercio provienen de fondos de pensiones que cuentan entre sus suscriptores con alrededor de 30 millones de estadounidenses de clase media.
El tamaño de esos actores, su implicación en los sistemas económicos o productivos, así como en los sistemas sociales, tienen múltiples consecuencias. Al perseguir unos objetivos de multiplicación de rendimientos, son especialmente agresivos en sus compras, adoptando prácticas cercanas, por no decir sinónimas, a las predatorias. 

Cifras récord

En tiempos de crisis, esos actores se apoyan en su dimensión sistémica para convencer a los políticos de que son too big to fail y que las empresas de las que son, en parte o totalmente, propietarios deben beneficiarse de las medidas de apoyo. Ese discurso tiene eco más allá de la Administración de Trump y de las fronteras de EE UU. Varios líderes demócratas han tomado posiciones para garantizar la capacidad de las pymes de beneficiarse de las ayudas del Gobierno estadounidense. Y encontramos decisiones parecidas en Europa, desde España hasta el Reino Unido. 

Estos fondos alternativos presentan, evidentemente, balances en claro descenso respecto a los años precedentes. Sin embargo, prosiguen, aunque adaptándolas, con sus inversiones y no parece que quieran renunciar a repartir dividendos entre sus accionistas. Hay que decir que el sector de la private equity acumulaba, antes del comienzo de esta crisis, unos 2,5 billones de dólares a la espera de ser invertidos, una suma absolutamente récord. Blackstone tiene 150.000 millones a su disposición.

Algunos gobiernos proclaman que han aprendido de la pandemia y que quieren transformar radicalmente el sistema económico y acelerar la transición ecológica. La crisis de 2008 llevó, pese a todo, a adoptar toda una serie de nuevas normas en el sector bancario. La que ahora atravesamos, así como las que se perfilan en plano climático, solo podrán superarse si se hace lo mismo con estos mastodontes.