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Covid-19: millones de niños forzados a trabajar

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Octubre 2020 / 84

Explotación: Para evitar un retroceso de décadas en la protección a la infancia va a hacer falta una actuación pública que esté a la altura de lo que está en juego.

Era de temer. Al haber aumentado la pobreza en el mundo, la pandemia de la covid-19 debería aumentar automáticamente el número de niños obligados a ponerse a trabajar: varios millones de ellos tendrán que ayudar a sus familias, privadas de ingresos con el fin de sobrevivir. Lo dicen en un informe conjunto la Organización Internacional del Trabajo (OIT) y Unicef.

Desde el año 2000, la cifra de niños que trabajan se había reducido en 94 millones en todo el mundo. Aun así, quedaban en esta situación 152 millones de menores de entre 5 y 17 años, de los cuales cerca de la mitad, o 73 millones, realizaban actividades en sectores considerados peligrosos, como la minería y tareas que conllevan la utilización de productos químicos. 

En unas pocas semanas, la pandemia activó todos los resortes susceptibles de relanzar esta lacra social. En primer lugar, el cierre temporal de escuelas en más de 130 países, que afectó a 1.000 millones de jóvenes. Los más favorecidos pudieron continuar sus clases mediante formación a distancia, pero como la mitad de los habitantes del planeta carece de acceso a Internet, muchos alumnos quedaron descolgados de la enseñanza. 

Empobrecimiento

Centenares de millones de familias se han empobrecido. En los países en desarrollo y en las economías llamadas emergentes, donde el trabajo infantil ya era endémico (de Kenia a Camboya, de Egipto a la India), millones de trabajadores ocupados en la industria, el comercio y la agricultura han dejado de trabajar.

En total 2.000 millones de trabajadores de la economía informal, como vendedores ambulantes, personal de trabajo doméstico y artesanos, han perdido igualmente su actividad en las ciudades bruscamente vacías a resultas del confinamiento.

Los países en desarrollo se van a ver, además, afectados por el previsible descenso —de al menos el 20% este año— en las transferencias monetarias que suele mandarles su diáspora de emigrantes, una fuente de ingresos vital para muchas comunidades.

Red de seguridad para los más vulnerables

Un niño activo puede contribuir en un 20% o hasta un 25% a los ingresos de las familias más pobres,  según la OIT.   

152 millones de menores trabajaban en el mundo antes de la pandemia

2.000 millones de trabajadores de la economía sumergida han perdido sus ingresos

Para evitar un retroceso de décadas, hará falta una actuación pública a la altura de lo que está en juego. No solo para renovar un sistema escolar en los países en desarrollo ya faltos de profesores y de equipamientos, sino también, como piden la OIT y Unicef, para crear una red de seguridad social para la población más vulnerable. La experiencia demuestra que la auténtica solución al trabajo infantil consiste en mejorar los ingresos de sus progenitores, promoviendo en paralelo la escolarización. Es por esta razón por la que hay que ir a las raíces profundas de la pobreza rural, menos visible que la precariedad urbana, pues es acuciante: el 71% de las criaturas activas del planeta trabajan en actividades agrícolas, como apoyo a sus padres y madres. 

A falta de una política de amplio alcance, la explosión de pobreza actual derivará en consecuencias dramáticas, especialmente para aquellos nuevos millones de niños y niñas empujados al mundo laboral que tienen visos de mantenerse toda su vida como trabajadores pobres y que reproducirán sus condiciones de precariedad en cascada sobre las siguientes generaciones.