Crecimiento inclusivo: ¿nueva agenda o icono?
La ortodoxia económica vuelve a interesarse por la distribución de la renta y no sólo por el crecimiento. ¿Es un giro inteligente o un intento de descafeinar el problema?
ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA
Durante bastante tiempo la ortodoxia económica más influyente ha considerado que los asuntos relativos a la distribución de la renta eran cuestiones periféricas al núcleo duro de la agenda de una Economía más centrada en las consideraciones de eficiencia, competitividad y crecimiento que en las vertientes de cohesión social, equidad y desarrollo integral.
DE LA ECONOMÍA POLÍTICA A LA ¿CIENCIA? ECONÓMICA
Ciertamente no fue así en la fructífera era en que surgió la Economía Política. El prólogo a los Principios de David Ricardo, en 1817, explicita que el principal problema que afronta esa disciplina es la distribución, el reparto de la riqueza generada entre los factores de producción que participan en él. Harían bien en recordarlo quienes apelan a la autoridad de los clásicos para argumentar, dos siglos después, sobre la vigencia de la explicación de los beneficios del comercio internacional basado en las ventajas comparativas, contenida en esa misma obra.
Es bien conocido que tal vez el precio más importante que pagó, sin ser necesario, la Economía para tratar de aparentar desde finales del siglo XIX un estatus más científico fue su transformación desde Political Economy hacia Economics, avanzando en formalización y matematización pero retrocediendo en los esenciales contenidos sociales y políticos. Algunos reconocimientos a los autores que no han seguido fielmente la ortodoxia —como los Nobel otorgados a Amartya Sen, Gunnar Myrdal o Elinor Ostrom, profundamente merecidos— han sido muy minoritarios y no alcanzan a eclipsar la hegemonía, incluso el control, que en el mundo académico y político ejerce la ortodoxia con crudo monolitismo.
De repente algo parece estar moviéndose. El éxito del libro de Thomas Piketty El capital en el siglo XXI acerca de las desigualdades, publicado en 2013 con un título que aspiraba a entroncar con la obra de Marx incardinada en la tradición de la Economía Política, levantó ampollas pero señalizó que ya no se podía continuar ignorando los asuntos relativos a la distribución de la renta, sus causas y sus profundas implicaciones sociopolíticas.
OMNIPRESENCIA DEL CRECIMIENTO INCLUSIVO EN LAORTODOXIA
Más recientemente hemos asistido a novedades inusitadas. En las últimas semanas las redes sociales mostraban cómo a la hora de resumir los mensajes que se lanzaron desde Davos en la edición de 2016 del encuentro de las élites por excelencia del World Economic Forum, uno de los que se han querido destacar más mediáticamente ha sido la noción de crecimiento inclusivo. Esta misma institución presentó en 2015 un informe —del estilo de su conocido análisis sobre competitividad— referido precisamente a crecimiento y desarrollo inclusivo en el que se contienen afirmaciones acerca de cómo sólo una mejor distribución hará más sostenible una eventual recuperación que parecen querer “desbordar por la izquierda”, planteamientos que hasta hace poco eran desdeñados. La OCDE ha complementado en los últimos tiempos sus estudios y datos sobre desigualdad con otra línea, con espacio propio en la web institucional, bajo la denominación, de nuevo, de crecimiento inclusivo. Su documento más relevante reciente adopta el explícito título de Todos a bordo para resumir el mensaje.
La noción de crecimiento inclusivo se desliza asimismo en los papeles del G20. Basta llegar a la cuarta línea del primer párrafo del Comunicado de la Cumbre de Turquía, el pasado noviembre, para encontrar la primera referencia. Incluso el Fondo Monetario Internacional (FMI) redescubre, en documentos sobre desigualdad que asimismo proliferan de un tiempo a esta parte, que el artículo I de su Convenio Constitutivo establece como uno de sus objetivos contribuir a “alcanzar y mantener altos niveles de ocupación y de ingresos reales” (artículo I, ii).
Más vale tarde que nunca, podría pensarse, a la vista de las consecuencias sociales que han tenido muchas recomendaciones de ese organismo dirigidas tradicionalmente a países en desarrollo y, desde la crisis de 2008, también a los de Europa.
¿QUÉ ESTÁ PASANDO?
Explicaba Lenin en las primeras líneas de El Estado y la revolución que algunas doctrinas son acogidas inicialmente por el establishment con descalificaciones... para posteriormente tratar de convertirlas en “iconos inofensivos”.
Durante décadas, la ortodoxia creyó que el crecimiento y la eficiencia harían subir, como la marea, todos los barcos. Nunca fue así, pero en los últimos tiempos, los flujos y reflujos de las mareas económicas han evidenciado que era más bien lo contrario: las desigualdades y la exclusión social son cada vez más visibles. Y tienen costes muy elevados, no sólo éticos y sociales, sino asimismo en términos de las limitaciones que suponen para aprovechar todo el potencial de las sociedades, la movilidad social que bloquean o la degradación de la calidad de las instituciones. Y sin acabar de salir de la crisis, las nuevas realidades tecnológicas —la “Cuarta Revolución Industrial”— acentúan las preocupaciones… y aceleran exigencias de soluciones realmente equitativas y razonables.
¿Qué suponen los enfoques repetidos en términos de crecimiento inclusivo?¿Asistimos ahora al sincero reconocimiento por parte de la ortodoxia —no toda— de que los aspectos distributivos no son sólo dimensiones sociales de segundo orden? ¿O se trata de la asunción nominal de unas innegables preocupaciones que han provocado ya fricciones graves —el malestar de la globalización, por utilizar la expresión de Stiglitz— simplemente para “tranquilizar conciencias”? ¿Es el típico argumento del estilo: “De acuerdo, si ya sabemos que eso es muy importante, nosotros también lo decimos”… pero que condena a los nuevos planteamientos a la irrelevancia cuando llega el momento de pasar a los hechos, de traducir la nueva retórica en políticas efectivas? ¿Está siendo la insistencia en el crecimiento inclusivo un inteligente reconocimiento y avance o corre el riesgo de convertirse en el nuevo icono?
David Ricardo ya señaló como crucial el reparto de la riqueza
Las desigualdades y la exclusión social tienen costes muy elevados
La mano invisible se ha ido quedando artrítica o más bien es un puño
Cabe recordar que a menudo la argumentación en favor de los mercados se basa en la argumentación de Adam Smith (que data de 1776) acerca de cómo la búsqueda egoísta de los intereses particulares conduce al bienestar social gracias a su famosa mano invisible. Es mucho menos conocido que esa expresión icónica de mano invisible la utilizó el mismo autor en una obra anterior (1759) para referirse precisamente a la irrelevancia de la distribución de la renta ya que, argumentaba, incluso en caso de ser ésta muy desigual el comportamiento de los más ricos, en términos de consumo, encargos, filantropía, etc., conduciría a un resultado final cercano a la equidad gracias a esa mano invisible. Pero hay muchos argumentos por los cuales puede más bien hablarse, como hizo Stiglitz hace décadas, de que la mano invisible (tanto la descrita en 1776 como la de 1759) se ha estado quedando artrítica o, en los tiempos recientes, podría estar convirtiéndose más bien en un puño visible contra muchos sectores sociales.
Distribución y generación de riqueza son inseparables. Necesitamos recuperar un equilibrio que intereses poderosos rompieron hace tiempo relegando las dimensiones sociales. El coste de no hacerlo es muy elevado, no sólo sociopolíticamente, sino asimismo para nuestro futuro económico. Bienvenidos sean los reconocimientos al respecto que sirvan de base para actuaciones individuales y colectivas. Pero que no sean simples iconos.