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Demografía y economía

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Febrero 2015 / 22

Malthus alertó del riesgo de una población desbocada para la supervivencia del mundo. La actual inquietud ecológica recupera su tesis, largo tiempo desmentida.

Un barrio de Lagos (Nigeria). FOTO: JUAN CARLOS TOMASI

En la historia del pensamiento, Thomas Robert Malthus fue el primer economista que se interesó por la demografía. En 1798, publicó sin nombre el Ensayo sobre el principio de la población. En él sostenía que la distancia entre población y recursos necesarios para subsistir no podía más que ampliarse a lo largo del tiempo. Sólo podían conciliarse ambas cosas con abstinencia sexual o, en su defecto, con hambre. Esta tesis provocó un escándalo: “[Aquel que] no pueda subsistir ni de su trabajo ni de su patrimonio no tiene ningún derecho a compartir el alimento de otros hombres. En el gran festín de la naturaleza, no hay cubiertos para él”. Si, por compasión, los invitados se apretujan un poco más en la mesa para dejarle espacio, entonces “la abundancia se convierte en hambruna”. Así que más vale que los pobres no se reproduzcan, porque su multiplicación implica el riesgo de empobrecer a los ricos.

 “Quien no tenga de qué subsistir, no tiene derecho a compartir plato en la mesa” 

Thomas Robert Malthus

 

En 1803, en la segunda edición de su libro —en esta ocasión ya firmada con su nombre—, Malthus suprimió la apología. Pero el mal ya estaba hecho, y el calificativo de maltusiano había entrado ya en el vocabulario que designaba la actitud de miedo ante la multiplicación de los seres humanos. Años más tarde, Pierre-Joseph Proudhon espetó: “Sólo hay un hombre que sobre en la Tierra, y se trata de M. Malthus”.

 

“Los pueblos civilizados tienden a tener una tasa de fecundidad decreciente” 

Paul Leroy-Beaulieu


El libro obtuvo un impacto considerable (1). Fue bajo su influencia que David Ricardo forjó su análisis de un salario de subsistencia siempre ligado a un mínimo vital. Inglaterra afrontaba apenas su transición demográfica: la fecundidad permanecía elevada, del orden de cinco hijos por mujer durante los primeros años del siglo XIX, mientras que la mortalidad había empezado su lento pero continuo declive. Entre 1750 y 1850, la población inglesa (país de Gales incluido) se multiplicó por tres, y este flujo de nuevos brazos sin duda no es ajeno al estancamiento, e incluso al descenso, del nivel de vida popular durante ese período, a pesar de la Revolución industrial. En Francia, la población no progresó más que el 50% durante el mismo período. La Revolución de 1789 supuso a la vez la cesión de bienes nacionales a numerosos campesinos, convertidos así en propietarios de las tierras que cultivaban, e instauró también la herencia a partes iguales, lo cual pronto incitó a las familias a limitar el número de nacimientos para evitar una dispersión excesiva de las tierras.

 

EL SUEÑO DE LOS FRANCESES

A finales del siglo XIX, Paul Leroy-Beaulieu, economista francés influyente del momento, comentaba así lo que llamó “orgullo democrático”: “Si fuera posible estar seguro de que un hijo único, sobre todo niño, viviría y de que a su vez tendría un hijo, y que así continuaría la cadena... ese sería el sueño de un número muy considerable de familias francesas”. Para él, la verdadera ley de población en las sociedades civilizadas lleva a una tasa de fecundidad decreciente. Así, tanto en Francia como más lentamente en Inglaterra, la natalidad terminó por ajustarse frente a una mortalidad a la baja, y se descartó el panorama maltusiano.

‘Maltusiano’ evoca el temor al impacto de la superpoblación 

El exceso de consumo enfrenta a economía y demografía

Más que temer un mundo con demasiados seres humanos, los economistas se interesaron entonces por cuál debería ser la demografía óptima: ni demasiada ni muy poca. Fue este el caso de Adolphe Landry, filósofo y economista convencido de que Francia, desangrada por la Primera Guerra Mundial y debilitada por una natalidad menor que la mortalidad, había caído por debajo de ese nivel óptimo. Alfred Marshall (un poco) y el economista danés Knut Wicksell (sobre todo) se interesaron también por este enfoque. Pero Joseph Schumpeter, con su sagacidad habitual, concluyó con rapidez que “este concepto, difícil de gestionar, no vale quizá gran cosa. Tiene el mérito de hacer aflorar una verdad, que el poblacionismo y el maltusianismo no son dos contrarios que se excluyen mutuamente como tanta gente cree”. El vínculo entre demografía y economía, hasta entonces en el centro de cierto número de debates, terminó siendo abandonado por los economistas.

Con una excepción: Francia, donde la natalidad había disminuido de forma sensible entre las dos guerras. Alfred Sauvy se dedicó hasta su muerte a denunciar el maltusianismo desde un punto de vista demográfico, pero también económico. Inicialmente comprometido junto a Léon Blum, rompió con él a propósito de las 40 horas, a las que atribuyó el debilitamiento económico de Francia antes de la guerra. Después de 1945, a la cabeza del Instituto Nacional de Estudios Demográficos (Ined) primero, y después en el Colegio de Francia, no dejó de mostrar que la dinámica económica de un país va íntimamente ligada a su dinámica demográfica.

 

LOS ECONOMISTAS CRÍTICOS

Pero es a propósito del Tercer Mundo —término acuñado por Sauvy en 1952— cuando resurgió el debate sobre la relación entre demografía y economía. Unos sostenían que el fuerte crecimiento demográfico de esos “nuevos países” era un freno, y que era necesario, imperativo, reducirlo para que el desarrollo económico pudiera arraigar.

Cuando el nivel de vida sube, la gente tiende a limitar la cifra de hijos

En buena parte de África no acabó la transición demográfica

En esta línea estaban igualmente el Banco Mundial (Walt W. Rostow) y los economistas críticos, para quienes el ahorro pobre de estos países quedaba absorbido por las inversiones sociales (sanitarias, educativas…) en detrimento del desarrollo económico. Así, Paul Bairoch consideraba que “la fuerte inflación demográfica constituye un obstáculo mayor para el despegue económico”, mientras que para John K. Galbraith, “la población es tan numerosa y tan densa con relación a los recursos disponibles que (…) no se desprendía ningún superávit para la inversión que requeriría cualquier progreso”.

Esta posición también la defendía el informe del Club de Roma Los límites del crecimiento (1972), pero por razones medioambientales: la presión demográfica creciente no es compatible con un mundo de recursos limitados. Para los socioeconomistas ecologistas Lester Brown, René Dumont y Paul Echrlich (2), el planeta no puede acoger dignamente una población en expansión.

Más recientemente, Serge Latouche, en La apuesta del decrecimiento (2006), evoca una transición para conducir la población mundial “a un estado estacionario óptimo” (de 1.000 a 3.000 millones), mientras que Joan Martínez Alier matiza esta posición y estima que “el exceso de consumo es hoy la causa principal de este conflicto” (entre economía y medio ambiente).

“Poblacionistas y maltusianos no se excluyen entre sí tanto como la gente cree” 

Joseph Schumpeter

 

En el campo adverso, el acento se pone sobre una inversión de la causalidad, ya que, como afirma William Easterly, “el desarrollo es un contraceptivo mucho más potente que todos los preservativos” (3): cuando el nivel de vida se eleva, la gente limita el número de hijos debido al coste de mantenerlos. La transición demográfica está a punto de acabarse en todos los países emergentes, sólo el África subsahariana y una parte de Oriente Próximo continúan teniendo una fecundidad superior a tres hijos por mujer.

“El desarrollo es mucho más efectivo y potente que el uso del  preservativo”

William Easterly


En los países en los albores de laindustrialización, es más bien sobre el terreno de la financiación de las pensiones de jubilación lo que enfrenta hoy a partidarios y adversarios del crecimiento demográfico: ¿quién va a pagarlas si el número de jóvenes tiende a disminuir mientras que el de los séniores aumenta con fuerza? Así, en Francia, Jacques Bichot sugiere que se indexen las pensiones de cada uno sobre el número de hijos, mientras que en un informe del Consejo de Análisis Económico sobre Demografía y Economía, Michel Godet propone impulsar la natalidad para asegurar el futuro de las pensiones.

El debate, pues, permanece abierto, pero está claro que las cuestiones medioambientales ya lo determinan: una población y una producción (de bienes, pero también de residuos y de CO2) en expansión continua en un mundo finito han vuelto a colocar a Malthus en la agenda.

(1). Darwin explicó que la idea de la evolución le vino inspirada por la lectura del Ensayo sobre el principio de la población.

(2). Lester Brown, fundador del World Watch Institute, que publica un informe anual sobre la alimentación en el mundo, y René Dumont, ya fallecido, son agroeconomistas. Paul Erlich es biólogo.

(3). Easterly fue despedido del Banco Mundial por haber escrito un libro muy crítico sobre su actuación.

 

PARA SABER MÁS

Ensayo sobre el principio de población, por Thomas Robert Malthus.

Historia económica de la Francia de entreguerras, por Alfred Sauvy.

Los límites del crecimiento (en un mundo finito), por Donella Meadows, Dennis Meadows y Jorgen Randers.

Nos dirigimos hacia el hambre, por René Dumont y Bernard Rosier.

Demografía y economía, por Michel Aglietta, Didier Blanchet y François Héran.