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El mayor problema del euro

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Septiembre 2013 / 6
Foto artículo: El mayor problema  del euro

Hemos salvado quizá el euro a costa de sacrificar Europa. La crisis no es financiera, fiscal o económica: es política. Sin crecimiento, la moneda no será creíble ni estable. El ajuste en el Sur no es posible socialmente sin una contribución expansiva del Norte.

Pronto hará cuatro años que Grecia reconoció  que había estado ocultando durante años un déficit tres veces superior al máximo permitido. Fue en octubre de 2009. Desde entonces, empezó una crisis que ha amenazado la existencia misma del euro y ha creado una nueva división entre los europeos.

Ya han pasado tres años desde el primer plan de ayuda financiera a Grecia, que se concedió en mayo de 2010. Pero a pesar de los muchos progresos que se han producido desde entonces en el gobierno de la eurozona, la gravedad de la recesión en los países del  Sur  sigue siendo el mayor problema para la supervivencia del euro.

El futuro del euro dependerá de la capacidad de recuperar el crecimiento en la Europa mediterránea. Por el momento, los pocos signos positivos, como la reducción del enorme e insostenible déficit comercial español, se han conseguido al precio de una depresión que puede tener efectos crónicos en el tejido social y productivo.

ILUSTRACIÓN: IDANA RODRÍGUEZ

El endeudamiento publico, lejos de disminuir, ha aumentado en todos los países del Sur. En España  se ha más que duplicado (del 40% al 89% del PIB), el desempleo alcanza niveles récord y el crédito continúa sin recuperarse. La estrategia de ajuste que pasa por comprimir la demanda interna no parece muy efectiva y tardaremos en salir de la espiral recesiva inducida por las políticas de excesiva austeridad.

Una recesión continuada puede agravar las tensiones sociales y conducir a una crisis política. Las ayudas financieras pueden no ser suficientes y al final provocarse una salida desordenada de la unión monetaria cuyos costes son impredecibles, pero sin duda enormes, tanto en términos políticos como económicos. 

Hay que prevenir que la historia se repita y evitar desequilibrios que lleven a otra crisis

En política de crecimiento, los cambios no están a la altura de los problemas 

El Norte debe exigir responsabilidades al Sur, pero también ser realista en su exigencia

Desde el verano de 2012, gracias a la actitud del Banco Central Europeo (BCE), la zona euro parece haber superado los riesgos de desintegración y la fase aguda de su crisis. Pero hemos entrado en una fase crónica y duradera de débil crecimiento, paro y recesión en la Europa del Sur (en sentido amplio porque también afecta a Francia y al Reino Unido ) y altos riesgos de fractura social. Hay un creciente divorcio psicológico y político entre los países prósperos ribereños del Báltico (el Club Balt) y los mediterráneos (el Club Med), sumidos en la austeridad y la depresión. Hemos salvado quizá el euro a costa de sacrificar Europa. La crisis ya no es financiera, ni fiscal, ni económica; es una crisis política. Mientras no se recupere el crecimiento mediante políticas que estabilicen el ciclo económico, la unión monetaria no será creíble ni estable.

 

Divergencia como nunca

El proyecto europeo ha pacificado Europa, pero no ha aportado una prosperidad generalizada y sostenible. Los países del Sur han perdido ya una década, su renta disponible ha vuelto a los niveles preeuro. El euro ha acabado con la guerra entre las monedas europeas, pero, sin políticas económicas comunes que corrigieran los desequilibrios, ha servido también para enmascarar diferenciales de competitividad entre  territorios y ha propiciado procesos de endeudamiento insostenibles.

Se esperaba que la unión monetaria generaría un proceso de convergencia, pero nunca como hoy las economías europeas habían divergido tanto. Y el euro tampoco ha impulsado una mayor integración política basada en la emergencia de un demos europeo.

Para hacer frente a la desconfianza de los mercados, los europeos hemos construido una solidaridad directa entre Estados a  través de los fondos de ayuda financiera,  y una solidaridad indirecta a través de la compra de deuda pública por el BCE contorneando las prohibiciones de los Tratados.

Pero eso no basta. Hay que prevenir que la historia se repita, evitar nuevos desequilibrios que produzcan otra crisis y, sobre todo, sacar a la Europa del Sur de la espiral recesiva en la que ha entrado. 

Para ello se han producido respuestas políticas articuladas en torno a tres ejes: una Unión Bancaria para corregir la peligrosa fragmentación financiera de la zona euro y la incapacidad de algunos Estados de salvar a sus bancos; un nuevo sistema de reglas para evitar otro derrapaje fiscal a la griega, y una política europea de crecimiento .

En política de crecimiento, los cambios inducidos por la crisis no están a la altura de los problemas a los que hay que hacer frente. Sin una verdadera política de crecimiento europea, la austeridad nos lleva directamente contra la pared. El ajuste de los diferenciales de competitividad  a base únicamente de deflación en los países del Club Med, sin una contribución expansiva en los países excedentarios del Norte, no es socialmente posible. Estos  tienen razón en exigir responsabilidad a los países del Sur, pero tienen que ser realistas en sus exigencias y contribuir con sus políticas nacionales al reequilibrio del conjunto.

Eso es especialmente cierto para el triunvirato que dirige hoy la política económica europea: Alemania, Finlandia y Holanda. Los finlandeses, que sufrieron lo suyo para salir de la recesión causada por la implosión de la URSS y de su propia burbuja inmobiliaria en la década de los noventa, deberían recordar que entonces no estaban en el euro y pudieron devaluar su markka un 30%.

Excesiva austeridad y deflación, con elevados niveles de desempleo, crecimientos negativos  y sequía de crédito harán imposibles aplicar las reformas necesarias para restaurar la competitividad del Sur. Si los países excedentarios siguen aplicando políticas restrictivas y los escasos crecimientos salariales de los años 2000-2010, los ajustes de competitividad internos de la eurozona exigirán niveles de “devaluación interna” en el Sur que serán económicamente contraproductivos y política y socialmente imposibles .

 

Impulsar la demanda no es malo

Si no se restaura rápidamente el crecimiento, no hay esperanza para la estabilidad de la eurozona. Hay que romper el tabú de que las políticas de demanda son intrínsecamente malas. Hay que impulsar la demanda al tiempo que se mantiene una trayectoria creíble de estabilización fiscal. Para ello se pueden relajar las reglas de cofinanciación de los proyectos europeos, o excluir las inversiones del déficit publico para aumentar la calidad del ajuste fiscal y evitar que este se concentre en las políticas que impulsan el crecimiento.

ILUSTRACIÓN: IDANA RODRÍGUEZ

Las reformas estructurales son contractivas en el corto plazo porque aumentan la incertidumbre y disminuyen la renta, lo que reduce la demanda. Para que tengan éxito tienen que acompañarse de políticas de expansión de la demanda. Si además no se puede recurrir a utilizar el tipo de cambio para aumentar la demanda externa, se genera un ciclo vicioso recesivo como está ocurriendo en España.

Un tipo de cambio del euro más bajo ayudaría a la corrección de los desequilibrios de la eurozona.  Habría que debilitar al euro para contribuir a su salvación. Pero desgraciadamente la cuestión del tipo de cambio del euro no parece estar en la agenda política europea. 

También lamentablemente, la estrategia de crecimiento a corto plazo de la UE (Estrategia Europa 2020 para un crecimiento inteligente, durable e inclusivo) para acompañar las políticas de ajuste estructural y fiscal es poco más que retórica. Los 8.000 millones de euros para impulsar el empleo juvenil no están a la altura del problema.

Estamos lejos de dotar a la Unión Europea de un presupuesto que le permita una acción contracíclica tanto más necesaria cuanto que los presupuestos nacionales están sometidos a reglas estrictas que les impiden desempeñar este papel. Los presupuestos para el próximo septenio aprobados recientemente van en la dirección contraria.

Hay que debilitar el euro para salvarlo: un tipo más bajo corregiría desequilibrios 

Las políticas de ajuste reducen la actividad y el empleo y generan un creciente rechazo

Tampoco se ha avanzado en dotar a la UE de su propia capacidad fiscal, ni sobre su capacidad de endeudamiento para financiar grandes proyectos paneuropeos, ni sobre los eurobonds. Sin embargo,  la Unión Bancaria no será creíble mientras la UE no disponga de alguna clase de risk free asset (activo  libre de riesgos), que es el papel estratégico que deberían ejercer los eurobonds.El resultado es que, a pesar de la austeridad, el endeudamiento  público ha subido en los países en crisis y en la UE en su conjunto. 

Las políticas de ajuste en los países del Sur, incluida Francia, reducen a la vez el déficit público, el endeudamiento del sector privado y los balances bancarios. También se reducen los salarios para ganar competitividad, las inversiones públicas y las pensiones para contribuir al ajuste fiscal. Como era de esperar, estas políticas reducen la demanda interna, la actividad y el empleo, y generan un creciente rechazo social. 

La cuestión es si esas políticas producirán efectos positivos antes de que sean rechazadas definitivamente y los países afectados se vean obligados a aplicar otras estrategias, incluida una salida del euro, o cambie de política la propia UE. Ese es el mayor problema del euro.