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El trabajo del futuro debe ayudar a trazar proyectos de vida

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Mayo 2022 / 102

Ilustración
Perico Pastor

Claves: La capacitación, las condiciones laborales y las nuevas formas de organización centran el debate.

Venimos de un periodo de extrema complejidad sanitaria y laboral. Y las transformaciones que se están dando en la producción industrial y de servicios han convertido el futuro del trabajo en un tema central en las agendas políticas de todo el mundo.

Imaginemos que, en esta época de gran incertidumbre, muchas personas oyen repetidamente que todo está cambiando, que no tendrán un futuro en el nuevo mercado de trabajo, que si sus hijos no utilizan el lenguaje y la tecnología adecuados no tendrán la oportunidad de realizar sus proyectos vitales y que corren el riesgo de ser excluidos laboral y socialmente. ¿Qué futuro esperanzador puede representarse quien interiorice tal idea? Sobre todo partiendo de una concepción del trabajo que, según el modelo del pasado siglo, se consideraba vital para construir una identidad y unas expectativas de mejora y realización personal y laboral. 

La gente es consciente de que el auténtico combate contra la desigualdad pasa por garantizar unos ingresos que permitan vivir con dignidad. Y de que, a día de hoy, el trabajo es la forma más coherente de proveerse de recursos para ese proyecto de vida.

Por el contrario, el discurso que en la actualidad  se extiende respecto al trabajo está plagado de conceptos que suenan mucho, pero cuyo alcance real se desconoce. Inteligencia artificial (IA), robotización, digitalización, automatización, algoritmos que deciden… En todas partes se repite que nada será como antes, cosa que provoca incertidumbre y que dificulta la elección de un camino o la reclamación de oportunidades.

El proceso de innovación tecnológica podría ser una gran oportunidad de progreso, pero algunos de los cambios actuales —como las recesiones empresariales, el desplazamiento de actividades hacia otros mercados laborales, la masiva irrupción de la tecnología y las nuevas condiciones de trabajo— no despiertan esperanzas ni confianza en los escenarios venideros.

Un mercado dual

Estamos sometidos a un escenario de creciente y peligrosa dualidad en el mercado de trabajo: entre personas que trabajan en modelos económicos emergentes —especialmente en la industria 4.0 y en todas las profesiones asociadas a la tecnología (bio-, nano-, etc.)— y personas ocupadas  en el sector servicios muy poco valorados. 

Trabajar duro ya no es sinónimo ni de crecimiento económico ni de progreso personal

En lo que va del siglo XXI, el crecimiento del empleo no ha generado una disminución de la pobreza y, en cambio, la economía digital produce empleos bien pagados, mientras que, en paralelo, se dan condiciones salariales que no cubren a veces ni tan siquiera los mínimos necesarios, y que refuerzan la tendencia hacia una desigualdad. Trabajar duro ya no es sinónimo de crecimiento ni económico ni personal. Y a esto cabe añadir que, como señala el profesor de Economía de Oxford Daniel Susskind, la pérdida del empleo afecta directamente al posicionamiento social y a las expectativas de proyecto vital. 

Es en este punto en el que se debe introducir el debate sobre cómo el trabajo del futuro ha de convertirse en un factor clave para combatir las desigualdades.

¿Cómo podemos garantizar que el trabajo, sea de la naturaleza que sea, permita disfrutar de un nivel salarial y de una consideración social que no discriminen ni provoquen situaciones de desigualdad y alto riesgo de exclusión social? ¿Cómo hacer que el trabajo sea un espacio real de oportunidades y factor clave en el bienestar general y en la mejora de la calidad de vida?

Y no es un fenómeno aislado. El riesgo de no subsanar la brecha de desigualdad y de oportunidades de progreso y de cambio se presenta acompañado de unas condiciones laborales que no dan seguridad ni credibilidad al sistema, dos de los principios que regían el trabajo claramente industrial. La nueva realidad está impregnada de precariedad, de devaluación salarial y de condiciones de presión en el entorno laboral que afectan a la salud física y mental de los trabajadores, como se demuestra en muchos estudios recientes. De hecho, esta realidad ataca de lleno al contrato social del estado de bienestar, que requiere ser redefinido de manera urgente. Las decisiones del Gobierno actual respecto a la precariedad son útiles, pero son más medidas de corrección del pasado que de dibujo de un escenario de futuro. 

La confianza perdida de la juventud

Evidentemente, este contexto tiene efectos diversos, desde la pérdida de confianza de los jóvenes en el trabajo y en sus posibilidades de ascenso social —con la percepción de que no cuentan con ellos y ellas—, pasando por la frustración en sectores que, durante la pandemida de covid-19, estuvieron en primera línea —sanitarios, docentes, cuidadores, fuerzas de seguridad— y que, tras el regreso a la normalidad, han visto desvanecerse todas las promesas de mejora. Como corolario, los interrogantes sobre cómo incidirá en la industria manufacturera actual la enorme transformación en ciernes.

¿Cómo encarar esta situación? El debate se plantea en diversos planos. Por un lado, más que igualdad de oportunidades en el sentido clásico, se debatirá de qué modo se pueden potenciar factores que propicien una participación plena en el mercado de trabajo, que, como bien ha señalado Amartya Sen, se deberá orientar más hacia las capacidades que a las políticas de igualdad de oportunidades. 

El combate contra las desigualdades —en el que el trabajo y la repartición de rentas tienen un papel clave— ha de evitar caer, como sugiere Michael Sandel, en la "trampa" dialéctica y conceptual consistente en que la igualdad de oportunidades puede generar una sociedad meritocrática que el autor considera insuficiente para eliminar desigualdades y ofrecer expectativas a la gente con mayor riesgo de vulnerabilidad.

PERICO PASTOR

El debate, pues, se ha de construir sobre la base de tres aspectos: la formación y la adaptabilidad de los trabajadores, las condiciones de trabajo —legales, económicas, sociales...— y los modelos emergentes de la organización del trabajo. No se puede entender el futuro del trabajo sin entrar de lleno estos aspectos, ya que la magnitud de la transformación es comparable al paso de la primera a la segunda revolución industrial.

Debería ser posible y factible gestionar muchas de las políticas emergentes —la formación, las condiciones de trabajo, la transformación tecnológica de la industria y los servicios—. Deberían ser versátiles, adecuadas para las rápidas transformaciones, útiles para las estructuras dinámicas, adaptables. Deberían dejar espacio a la creatividad y a la innovación, pero no se pueden basar exclusivamente en principios de eficiencia económica. 

Trabajo y política

Y de manera complementaria se hace necesario pensar —no será motivo de este artículo — de qué modo la crisis del mercado de trabajo, la falta de expectativas de los trabajadores y los conflictos laborales están afectando a la realidad política. La  polarización y el desencanto que tanto arraiga en los populismos, especialmente los de derechas  —solo cabe recordar el America First o las políticas antiinmigrantes de la mayoría de las democracias iliberales— se ven fuertemente influenciados por las incertidumbres venideras. Por eso el futuro del trabajo no  puede disociarse del futuro de las realidades políticas. 

Las políticas de cambio tecnológico y de formación no pueden regirse solo por la eficiencia económica

Más allá de la actual interrupción de los bloqueos y contracciones económicas inducidas por la pandemia, la adaptación tecnológica transformará tareas, lugares de trabajo y habilidades. Diversos estudios especulan con proyecciones como la de que, en el año 2025, el 43% de las empresas reducirá su plantilla a causa de la integración tecnológica y el 41% planea ampliar su número de contratistas para tareas especializadas. También se especula con la idea de que el tiempo dedicado a las tareas actuales en la empresa por los humanos y por las máquinas será el mismo.

Ningún escenario de futuro ofrecerá salidas fáciles, homogéneas y universales a los problemas que vendrán. Y no hay ninguna duda de que los partidos, a tenor de lo que se ve en sus propuestas y actuaciones, no exhiben iniciativas innovadoras capaces de dar respuesta a los retos que se presentan. 

La situación requiere imaginación, pero, sobre todo, valor para afrontar la realidad con una nueva mirada, más comprometida y decidida con la justicia social y la solidaridad. Una mirada desde la que el trabajo no sea una suma cero de ganadores y perdedores y que permita convertir la tecnología del futuro en un espacio para aumentar la igualdad y usarla para crear mayor valor social. Una mirada en la que el trabajo del futuro no sea la mera recompensa en forma de salario, sino un reconocimiento al esfuerzo, con salarios dignos, refuerzo de las capacidades y mayores opciones de que el conjunto de la ciudadanía pueda construir sus propios proyectos vitales.