Entre el euro y Ucrania
Mientras continúa la crisis del euro, la Unión Europea se enfrenta a la crisis de Ucrania y la anexión rusa de Crimea. Ambas crisis han puesto de relieve la divergencia de intereses entre los Estados miembros de la UE y la falta de mecanismos comunitarios para equilibrarlos.
ILUSTRACIÓN: IDANA RODRÍGUEZ
La debilidad de la acción colectiva de la UE se ha ocultado bajo acuerdos intergubernamentales presentados de forma grandilocuente, pero cuyo contenido no estaba a la altura de su denominación ni de la de los problemas que pretendían resolver. Así fue con el Tratado sobre la Unión Fiscal ,que en realidad es poco más que un refuerzo de los mecanismos de vigilancia y sanción de los déficits públicos. También ha sido así con el proyecto de Unión Bancaria, retrasado y debilitado por Alemania , al que un acuerdo entre el Parlamento, la Comisión y el Consejo ha conseguido a última hora mejorar marginalmente. Y me temo que también será así con el alcance real de las sanciones que la UE se apresta a tomar contra la Rusia de Vladimir Putin por la reticencia alemana y británica a adoptar sanciones económicas.
La historia iniciada en 2007 con una crisis financiera que las instituciones de la UE no vieron venir, se ha continuado con una serie de errores de diagnóstico y de terapia que han convertido la crisis fiscal de un pequeño país en una crisis existencial de la unión monetaria y del proyecto europeo en su conjunto. En 2008, se subestimó el impacto de la crisis de Lehman Brothers sobre un sistema financiero europeo con reputación de tener muy buena salud; en 2009, la crisis de la deuda griega nos cogió por sorpresa y en 2011 se interrumpieron antes de tiempo los estímulos al crecimiento, lo cual comportó una nueva caída en la recesión.
Desde entonces se subestimó dramáticamente el efecto recesivo de las políticas de austeridad. La divergencia de intereses entre los países fuertes del norte y los débiles del sur nos ha conducido hasta el actual riesgo de deflación, que tampoco parece que se quiera reconocer ni enfrentar. Ahora, la división de la actitud ante Putin refleja las diferentes posiciones de los países europeos medidas por su dependencia del gas y del dinero ruso.
PARTIDA DE PÓKER
Durante la crisis del euro, los gobiernos europeos estuvieron jugando al póker con los mercados financieros tratando de intimidarles con amenazas que estos no se tomaron en serio. Hoy, Putin también sabe que la UE no puede ir mucho más allá de sanciones contra personas concretas y que no representa un obstáculo real para su estrategia. Si los especuladores financieros huelen bien la voluntad real de los gobiernos y de los bancos centrales de hacerles frente con las armas monetarias de las que disponen, Putin huele igual de bien la disposición de su adversario de asumir costes reales en su enfrentamiento.
La debilidad de la acción colectiva de la UE se ha ocultado bajo acuerdos grandilocuentes
Por eso, en vísperas de las elecciones europeas, la UE sufre una doble división geográfica entre sus miembros. Una división norte- sur consecuencia de la crisis del euro y una división este-oeste articulada en torno a diferentes posiciones con respecto a Rusia.
Estas posiciones varían entre los países miembros de la UE en función de la distancia y el peso de los intereses económicos con Rusia. Cuanto más cerca, más desearían debilitar su influencia en la región, y cuanto mayores son los intereses económicos en juego, menos dispuestos están a intentarlo. La escala de la voluntad de establecer sanciones varía entre los extremos de los países bálticos, Finlandia y Polonia por un lado, y el de Francia, Italia, Alemania y España por otro. Reino Unido está muy influido por el papel que representan los capitales rusos que transitan por la City, pero al final se acabará alineando con lo que haga EE UU.
Excluyendo evidentemente una acción militar, lo que pueden hacer juntos europeos y norteamericanos para frenar a Putin es importante en teoría, pero limitado en la práctica. Podrían limitar la inserción de los bancos rusos en el sistema financiero mundial prohibiendo a Wall Street que opere con ellos. Es dudoso que lo hagan, salvo que Rusia trate de anexionarse otras partes de Ucrania. Y, sobre todo, la UE podría suspender o limitar drásticamente las compras de gas y petróleo a Rusia.
Eso le haría mucho daño porque esas exportaciones cubren el 40% del presupuesto ruso. Pero entonces la UE tendría que buscar fuentes de energía alternativas importadas, por ejemplo, de EE UU o de Noruega. Pero la producción de gas norteamericana, aunque muy incrementada por la aparición del shale gas, no está dirigida a la exportación y el gas de Noruega es mucho más caro.
Eso afecta a la tantas veces reclamada política energética común de la UE. En su ausencia, cada país debe arreglárselas como puede. Así, Alemania tiene garantizado un suministro directo de Rusia a través del gaseoducto Nordstream, del que son accionistas los dos países, y con el plan de cierre de sus centrales nucleares y su estrategia de transición hacia una energía menos carbonada, la ya famosa energiewende, Alemania necesita ese gas hasta producir suficiente energía renovable, lo cual no es tan inmediato ni tan asequible.
DESCOORDINACIÓN Y DEPENDENCIA
Los acontecimientos de Ucrania han puesto de relieve los problemas de descoordinación de la política energética europea y la dependencia alemana de Rusia, hasta el punto de que el ministro polaco de Asuntos Exteriores considera que la dependencia alemana del gas ruso puede limitar realmente la soberanía de Europa. Pero también Polonia compra a Rusia buena parte del gas que consume y está interesada en garantía de suministros y buenos precios.
Si la UE empujase a Rusia a una recesión suspendiendo sus importaciones, algunos países europeos sufrirían las consecuencias, como Alemania, que dirige a Rusia el 3,5% de sus exportaciones, y los bancos italianos y franceses son grandes propietarios de valores rusos.Turquía, que envía el 4% de sus exportaciones a Rusia, se vería afectada de rebote, y en su conjunto se aceleraría la crisis de los emergentes y la débil recuperación mundial se debilitaría aún más.
Hay una doble crisis geográfica: norte-sur por el euro y este-oeste por Rusia
La unión es la forma de evitar que los demás se aprovechen de nuestros diferentes intereses
Es decir, toda acción genera una reacción amplificada por la creciente interdependencia entre países. También la estrategia alemana de salida de la crisis del euro puede volverse en su contra porque al ahogar la demanda de los países del sur, sus exportaciones se verán afectadas negativamente. De momento, las políticas de austeridad no están dando resultado, y las ratios de endeudamiento siguen creciendo porque al reducirse el crecimiento disminuye el denominador, y el numerador crece por el aumento de los intereses de la deuda, los gastos sociales asociados al desempleo y los salvamentos bancarios. Nosotros vamos ya por el 95% del PIB; cerca del 93%, Francia; pero Grecia está por encima del 170% e Italia se halla en el 133%. Este peso de la deuda está lastrando el crecimiento, y la ortodoxia económica alemana puede estar llevando a Europa hacia una década perdida al estilo de Japón.
Por eso es tan importante el debate sobre las políticas alternativas y los remedios posibles a esa división de los europeos. Las propuestas no faltan, como las de una mayor integración política efectuadas por grupos de economistas alemanes y franceses, o las de una reestructuración preventiva de la deuda pública europea para colocarla en niveles más sostenibles, del profesor Charles Wyplosz.
Las próximas elecciones deberían ser el momento adecuado para ese debate, si conseguimos que no se encierre en asuntos nacionales o regionales. Sin proponérselo, Putin nos ha dado un gran estímulo para convencernos de que la unión es la forma de evitar que los demás se aprovechen de nuestros diferentes intereses.