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La curva de Beveridge

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Junio 2013 / 4

La curva trazada por este impulsor del Estado de bienestar refleja la distancia entre las necesidades de las empresas y los deseos de quienes buscan un trabajo. Es un instrumento útil para orientar las políticas de empleo.

¿Cuál es la frase que pronuncian más a menudo los jóvenes graduados en Historia del Pensamiento Económico cuando por fin consiguen su primer empleo? Ahí va: “¿Con qué salsa prefiere sus patatas fritas, señor?”.

Unas gotas de humor negro y de ironía sirven para ilustrar hasta qué punto alguien puede contar hoy con todos los títulos y diplomas del mundo y, sin embargo, acabar   trabajando en un MacDonnald’s si nadie necesita sus habilidades y competencias. El paro y el empleo no se reducen a los equilibrios entre el trabajo y el no trabajo, ni tampoco a los mayores o menores salarios. En la relación entre uno y otro entran en juego cuestiones más sutiles de concordancia; es decir, de ver hasta qué punto se corresponden o no entre sí las necesidades que tienen los empresarios que ofrecen un puesto de trabajo y las de quienes buscan empleo. Son precisamente estos problemas de cuadrar oferta y demanda lo que permite comprender la llamada curva de Beveridge, que recibe el nombre del político y economista británico  William Beveridge (1879-1963).

Esta curva establece una relación que existe entre el nivel de empleos vacantes y el de paro. En períodos de crecimiento, se crean más empleos de los que se destruyen: hay más empleos vacantes y el nivel de paro baja. Por el contrario, en épocas de recesión, la destrucción de empleo gana terreno sobre la creación de puestos de trabajo: hay menos empleos vacantes y el desempleo se incrementa. La relación entre el nivel de empleos vacantes y el paro es, pues, decreciente.

 
Las variaciones de la demanda global (si la coyuntura es buena o mala) determinan así las variaciones del paro y las ofertas de empleo. Existe un punto sobre la curva en el que la demanda global no resulta ni excesiva ni tampoco insuficiente, en la cual el nivel de paro es, en consecuencia, exactamente igual al de empleos vacantes. En este punto preciso, lo que explica el paro es únicamente un problema de aparejar empleos y parados: los empresarios no encuentran empleados que convengan a sus necesidades y, a la inversa, los puestos de trabajo vacantes no encuentran quien los ocupe entre quienes buscan empleo.

En la gráfica, este punto es el que se sitúa en la intersección entre la curva y la prima bisectriz. Cuanto más próxima al origen de los ejes está la curva de Beveridge, menos importante es este problema de concordancia. Por el contrario, cuanto más alejada está la curva de Beveridge de los ejes, peor se realiza el aparejamiento entre empleados y empresarios. Dicho de otro modo: una curva de Beveridge muy alejada del origen de los ejes refleja un profundo disfuncionamiento del mercado laboral sobre el que la oferta tiene dificultades para equipararse con la demanda.

Los choques tecnológicos, las crisis, las políticas laborales o educativas, son algunos factores que hacen mover la curva de Beveridge, en un sentido o en otro.

Políticas de empleo

Anuncio de ofertas de empleo por Internet. FOTO: ANDREA BOSCH

La puesta en marcha de políticas de empleo tiene normalmente como efecto (es en todo caso uno de sus objetivos) facilitar la concordancia (y la curva se desplaza hacia abajo). En cambio, un largo período de paro consecutivo a una crisis puede comportar que buena parte de quienes busquen un empleo queden descualificados para encontrarlo, cosa que reduce su empleabilidad y refuerza los problemas de cuadrar oferta y demanda cuando se recupere la creación de puestos de trabajo (la curva se desplaza entonces hacia arriba).

Nadie duda de que a William Beveridge, ese gran inspirador de las políticas sociales y del Estado de bienestar,  le habría gustado que se pudiera trazar la curva en el punto más bajo (el más cercano al origen de los dos ejes). Pero en crisis, no es la dirección que está tomando.