La herencia, un tema que divide a los economistas
El retorno de las grandes desigualdades sociales vuelve a poner sobre el tapete la discusión sobre el tratamiento fiscal de las donaciones y sus consecuencias.
ILUSTRACIÓN: PEDRO STUKELJ
Hace ya mucho tiempo que la herencia es objeto de discusión entre los economistas. Fue a partir del siglo XVIII, con el telón de fondo del problema de las desigualdades sociales, cuando comenzaron a enfrentarse sus partidarios y los abolicionistas.
Clodoveo, rey de los francos entre 481 y 511, fue seguramente quien primero legisló sobre las donaciones y las sucesiones en su famosa ley sálica. Esa ley, cuyo objetivo se suele considerar que consiste en excluir a las mujeres de la sucesión al trono de Francia, en realidad solo se ocupaba de las sucesiones privadas. El mensaje del rey franco es muy claro: “En lo que respecta a la tierra salia, las mujeres no recibirán ninguna porción de la herencia; sino que toda la herencia se otorgará a los varones”. El tema de la herencia y de quién debe disfrutarla viene, pues, de muy antiguo y ha dividido a pensadores, economistas y sociólogos desde hace más de cuatro siglos.
UNOS DEBATES MUY ANTIGUOS
Los revolucionarios franceses hacen suyo el problema de la herencia, lo que dará lugar, por ejemplo, a un intercambio de opiniones entre Mirabeau y Robespierre. Para ambos pensadores, no se trata de un asunto de orden privado, sino público. Puesto que la división de las fortunas supone una serie de riesgos importantes para la vida económica, la herencia es un imperativo social de continuidad para el primero, y un asunto de interés general para el segundo. El filósofo inglés Jeremy Bentham se les une argumentando que transmitir el patrimonio es ayudar al que es menos rico que uno, lo que es bueno para la colectividad.
“El pleno empleo no está garantizado y el reparto de la renta es arbitrario”
Keynes: “El ahorro de las clases superiores no es un factor de desarrollo”
Aunque algunos defienden la herencia, también en la Revolución Francesa surgen posturas abolicionistas. Graccus Babeuf, digno heredero de Rousseau, aboga por la supresión de la herencia y por la apropiación colectiva de los recursos. Un poco más tarde, los sansimonianos, y especialmente Barthélemy Prosper Enfantin, quieren que quienes hagan uso de los capitales sean los más competentes, que no tienen que ser obligatoriamente los herederos del legado. El anarquista ruso Bakunin y el sociólogo francés Durkheim, por su parte, se pronuncian también a favor de la abolición de la herencia, pero se diferencian en lo que respecta a la asignación de los fondos que percibirían los poderes públicos.
KEYNES CONTRA LAS DESIGUALDADES
La postura abolicionista de Bakunin, desarrollada en su Catecismo revolucionario de 1865, está motivada por un deseo de igualdad y justicia. Propone utilizar los recursos para crear un fondo público de instrucción y educación pública destinada a todos los niños de la nación.
Para el sociólogo Durkheim, en cambio, las sumas recogidas deben destinarse a transformar en profundidad la vida económica y el mundo laboral. Propone transferir la herencia familiar a las agrupaciones profesionales para que estas puedan estructurarse y, sobre todo, implantar una seguridad social profesional.
En el último capítulo de su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, publicado en 1936, el economista británico John Maynard Keynes afirmaba: “Los dos vicios más destacados del mundo económico en el que vivimos son, primero, que el pleno empleo no está garantizado, y, segundo, que el reparto de la fortuna y de la renta es arbitrario y carece de equidad”. Por ello, está a favor del impuesto sobre la herencia con el fin de reducir las desigualdades.
IMPUESTOS DE SUCESIONES, RENTA Y CONSUMO
En opinión del economista inglés, se trata de un instrumento eficaz: “Desde finales del siglo XIX, el impuesto directo sobre los ingresos cedulares, los globales y las sucesiones ha permitido llevar a cabo, sobre todo en Gran Bretaña, un gran progreso en las enormes desigualdades de fortuna y renta”. Además, el economista de Cambridge compara el impuesto sobre sucesiones con el impuesto sobre la renta y con el impuesto indirecto al consumo. El objetivo de Keynes es crear el régimen impositivo que afecte menos al consumo de los hogares, motor del crecimiento económico. De este modo, señala: “Si el Gobierno dedica el producto de esos derechos a cubrir sus gastos ordinarios para reducir, o no aumentar, los impuestos sobre la renta o el consumo, es (…) cierto que una política fiscal tendente a aumentar los derechos de sucesión refuerza la propensión de la comunidad a consumir”. Gravar con impuestos la herencia de los que poseen fortunas permite reducir los impuestos y, por tanto, aumentar el poder adquisitivo de los que no las poseen.
Una de las preocupaciones fundamentales de Keynes es la eficacia económica: dado que el atesoramiento u ahorro de las clases superiores no es en absoluto un factor de desarrollo de la riqueza de un país, hay que someter a impuesto a esas riquezas acumuladas que no irrigan la vida económica. Los impuestos a los más ricos y la redistribución de riqueza en beneficio de los pobres contribuyen a la expansión económica: en efecto, los pobres tienen una gran tendencia a consumir mientras que los más ricos la tienen a ahorrar. Los pobres de estómagos vacíos y fines de mes difíciles están más inclinados a gastar que los más acaudalados, que tienen ya un nivel de consumo importante.
Para Keynes, la redistribución de la riqueza estimula el consumo popular. Y, desde este punto de vista, “algunas consideraciones que legitiman las desigualdades de las rentas no justifican al mismo tiempo la desigualdad de las herencias”. Keynes recomendaba, pues, claramente el impuesto sobre las sucesiones.
UNA TRIBUTACIÓN ILEGÍTIMA
En este tema como en tantos otros, los economistas keynesianos se oponen a los economistas liberales. En el siglo XIX, Léon Walras rechazaba resueltamente el impuesto sobre las sucesiones. Aunque con frecuencia se le califica de liberal, Walras defendía posturas originales, como la nacionalización de la tierra para financiar al Estado. Por su intento de conciliar la igualdad de las condiciones de partida con la desigualdad de las posiciones alcanzadas, la libertad del individuo y la autoridad del Estado, Léon Walras puede ser considerado como teórico del “social-liberalismo”.
Para Keynes, el reparto de la riqueza fomenta el consumo popular
Redistribuir la riqueza contribuye a la expansión económica
Walras: “Los estragos del Estado son del mismo grado que los del individuo”
En sus Estudios de economía social, publicados en 1896, recuerda su postura: “Estoy deseando que llegue el día en que deje de chocar contra los fanáticos de la libertad absoluta o contra los de la autoridad absoluta (…). Mantendré, al precio que sea, ese principio del liberalismo auténtico de que los estragos causados por el Estado son del mismo grado que los causados por el individuo”. Y uno de los mayores estragos perpetrados por los poderes públicos es, en opinión del economista de Lausana, el impuesto sobre las sucesiones. Walras denuncia esa operación “denominada inventario obligatorio a la muerte y que consiste en invadir el domicilio del individuo en el momento de su muerte, abrir sus cajones, hurgar entre sus papeles, hacer retrospectivamente el balance de sus cuentas e ingresos para evaluar las lagunas de sus declaraciones y gravar su sucesión con una multa 10 o 15 veces superior al supuesto montante de esas lagunas”.
LA TEORÍA DE MILTON FRIEDMAN
En su obra Capitalismo y libertad, publicada en 1962, Milton Friedman, sigue la senda de Walras. En el capítulo 10, el líder de los liberales estadounidenses resume la creencia general de la época: “La desigualdad que tiene como origen diferencias entre las capacidades personales o entre los bienes acumulados por determinado individuo es considerada normal o, al menos, menos anormal que la que es producto de la herencia”. Y se opone a esa idea tan compartida, especialmente por Keynes. En su opinión, se trata de una “distinción insostenible”. Friedman pone el ejemplo de un padre acaudalado que puede decidir transmitir su riqueza a su hijo de tres maneras diferentes. Financiando sus estudios y su formación, dándole dinero para que se lance al mundo de los negocios o constituyéndole un capital que, más tarde, podrá recuperar en forma de renta. Según Friedman: “En cualquiera de los tres casos, el hijo tendrá unos ingresos mayores que los que habría tenido de otro modo”. La diferencia es que el incremento de renta se considerará como procedente de la capacidad personal del hijo en el primer caso, de los beneficios, en el segundo, y de la herencia, en el tercero.
Friedman dice que no se puede discriminar las rentas según su origen
El economista norteamericano sigue la senda de Walras
El tema de la herencia ha sido objeto de gran debate entre los teóricos
Afirma entonces que no se pueden discriminar esas diferentes categorías de renta en función de su origen: “Finalmente, no parece lógico decir que un hombre tiene derecho a lo que produce por su capacidad personal o que tiene derecho al producto de la riqueza que ha acumulado, pero que no tiene derecho a transmitir sus bienes a sus hijos: en definitiva, que puede utilizar sus ingresos en divertirse pero no puede legarlos a sus hijos: sin embargo, este último gesto es evidentemente un modo de utilizar lo que ha producido”. Está claro, Friedman se opone al impuesto sobre las transmisiones.
La herencia es, pues, objeto de debate entre los economistas. O, mejor dicho, lo fue durante mucho tiempo antes de ser dejado de lado en las últimas décadas. El regreso de la preocupación sobre la desigualdad comienza ya relanzar el debate… y los enfrentamientos.