La paradoja de la calma
Es en los contextos de estabilidad macroeconómica cuando los bancos, los hogares y las empresas asumen más riesgos financieros. La crisis de 2007-2008 ilustra a la perfección esta paradoja.
Es cuando todo va bien cuando uno asume riesgos. Es así como se expresa la famosa paradoja de la calma, que ocupa el centro de los trabajos del economista Hyman Minsky en los años ochenta sobre inestabilidad financiera. Esta paradoja es famosa, pero no lo era tanto antes de que la crisis desempolvara los artículos de Minsky. Desde el vendaval financiero desatado en 2007-2008 casi no se escucha un solo discurso sobre el asunto que no haga referencia a ella, o bien que no cite a Irving Fisher, que inspiró mucho a Minsky con vistas a su análisis de la depresión de los años treinta.
A juicio de Minsky, el sistema financiero es intrínsecamente inestable. Dicho de otro modo, una crisis financiera no es el resultado de un tsunami o de un choque exterior contra el país que la sufre, sino el fruto del funcionamiento mismo del sistema financiero. Al igual que Fisher, Minsky defiende la idea de que las crisis se cuecen durante las fases de bonanza de los ciclos económicos. ¿Mediante qué mecanismos?
De la euforia a la depresión
En el origen de cada crisis financiera, hay siempre cierta euforia alrededor de una invención, un descubrimiento, una nueva tecnología, un elemento que da confianza en el futuro: un nuevo método de organización científica del trabajo en la industria automovilística norteamericana antes de la crisis de 1929; la irrupción de la electrónica en las operaciones bursátiles antes del crash de 1987; Internet, antes del de 2000, y así sucesivamente. Este boom inyecta euforia a los agentes y les lleva a anticipar beneficios importantes. Confiados, quieren invertir y con éxito toman prestado dinero de los bancos, que, también ellos rendidos a la euforia del momento, abren el grifo del crédito. Cuanto más confiados se sienten los agentes, más se endeudan y más fragilizan su situación financiera. Al incitarles a endeudarse más y más, la euforia les hace resbalar de forma progresiva desde una situación financiera prudente a una en la que el mínimo cambio basta para caer en una situación de quiebra, una característica del esquema Ponzi (a partir del nombre de un especulador norteamericano de origen italiano de los años veinte).
Pero forzosamente siempre llega el momento en el que las oportunidades de inversión se reducen, empieza a escasear el dinero y el precio de este (los tipos de interés) comienza a subir. El endeudamiento vira hacia el sobreendeudamiento. Nos encontramos entonces con el esquema de Irving Fisher: empresas y hogares quieren a cualquier precio desendeudarse y malvenden sus activos, lo cual supone una bajada de los precios de esos activos (ya sean acciones o inmuebles). Cuanto más bajan los precios, menos valor tiene lo que guardan.
Súbitamente, cuanto más buscan desendeudarse y más aumenta su deuda, la espiral se autoalimenta y se amplifica. Solo la intervención de los poderes públicos y de los bancos centrales para reaprovisionar el sistema financiero con liquidez, puede ponerle fin.
La gran moderación desde 2000
Si la crisis financiera desatada en 2007-2008 tiene su singularidad, como todas las que la han precedido, reencontramos bajo una cierta forma la paradoja de la calma. Pasado el crash de Internet de 2000 y los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, el contexto macroeconómico a partir de 2000 fue, en efecto, el de la “gran moderación”: una inflación baja y estable, acompañada lógicamente de tipos bajos. Fue en ese contexto cuando los bancos fueron asumiendo más y más riesgos y cuando los hogares y las empresas se fueron sobreendeudando.
Cabe esperar que exista también una paradoja de la intranquilidad y que, por tanto, cuando todo vaya mal, uno se decida a tomar las buenas decisiones, como las reformas que se imponen para que los sectores bancario y financiero sean más estables.