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La primavera europea

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Septiembre 2017 / 50

Las derrotas del populismo, la mejora económica y el resurgir europeísta abren una etapa más alentadora, aunque los nubarrones aún no se han disipado.

ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA

Europa se ha instalado en una primavera prometedora. Las sucesivas elecciones nacionales derrotan a los movimientos populistas y las encuestas reflejan la resurrección del europeísmo entre la población. La economía ha recuperado los niveles anteriores a la crisis, crece sostenidamente y procura una fuerte reducción del desempleo. El eje francoalemán reverdece. La unidad de acción de los 27 frente a los gobiernos ultras anglosajones —los Estados Unidos de Donald Trump, el Reino Unido del Brexit— es real y efectiva. Se ha recuperado un enfoque común sobre la escena mundial, ya sea acerca del cambio climático o sobre la apertura comercial global. Las instituciones comunes lanzan proyectos para el medio plazo (el Libro blanco sobre el futuro de Europa, los programas sobre unión económica, pilar social, política de defensa, globalización), muy abiertos pero también sugestivos. En suma, declinan los factores que han sustentado el pesimismo general desde que hace casi un decenio sobrevino la Gran Recesión.

Por supuesto que incluso en este escenario optimista permanecen graves incógnitas y fuertes nubarrones. La anemia económica y la fragmentación política atenazan todavía a uno de los grandes socios, Italia, uno de los seis fundadores del club. La crisis financiera de Grecia, aunque mejora —como indica el retorno parcial  de sus bonos públicos a los mercados internacionales—, está lejos de su definitiva solución. Las derivas antidemocráticas en algunos de los nuevos miembros del Este europeo, como Polonia o Hungría, apenas si son contenidas. La dramática explosión migratoria en el Mediterráneo, pese a un cierto retranqueo, sigue evidenciando la limitada solidaridad y la pervivencia de los egoísmos nacionales y nacionalistas. Y aunque se ha salvado el núcleo duro del Estado de bienestar y del modelo social europeo, una mayor desigualdad parece instalada y las secuelas sociales de la gran crisis económica siguen atenazando a una parte sustantiva, la más vulnerable, de la sociedad.

De modo que no todo está resuelto. Pero la crónica de actualidad y el análisis periodístico tienen el deber de desentrañar sobre todo los fenómenos nuevos. Y estos son los que configuran la apertura de una fase político-económica prometedora. Y por más que los factores positivos compitan duramente con las herencias negativas y cualesquiera que sean sus resultados finales: no todas las primaveras desembocan en verano; algunas —entre ellas, una muy reciente, la árabe— acaban directamente en invierno.

Concentremos el análisis en los tres factores clave del nuevo escenario: las sucesivas derrotas registradas por los populismos en las distintas convocatorias electorales continentales; la aceleración del ritmo de la recuperación económica; la rehabilitación del sentimiento europeísta entre los ciudadanos. 

 

POPULISMOS DERROTADOS 

Lo nuevo es que la victoria del autoritarismo ultraderechista de Donald Trump en EE UU no se ha extendido a Europa. Y que frente a muchas previsiones catastrofistas que auguraban el ascenso a los gobiernos de la UE de los partidos y movimientos populistas de corte antieuropeo y xenófobo, todas las elecciones celebradas desde el pasado diciembre en el continente los han frenado.

El eje francoalemán reverdece y hay unidad frente a Trump

Las secuelas sociales de la crisis atenazan a los más vulnerables

No todas las primaveras desembocan en verano, como prueba la árabe

Las presidenciales austriacas de diciembre de 2016 consagraron al candidato progresista Alexander van der Bellen frente al ultra Norbert Hofer por una distancia (53% contra menos del 47%) superior a las (anuladas) del mayo anterior. “Se pueden ganar elecciones con un mensaje proeuropeo”, concluyó el ganador: se abría una etapa. 

En Holanda, el xenófobo Partido de la Libertad de Geert Wilders tampoco se aupó en las elecciones de marzo de 2017 a la victoria que le pronosticaban los sondeos: fue segundo, a gran distancia de los liberales derechistas de Mark Rutte (20 escaños contra 33) y empatado en porcentaje con los democristianos y los liberales de izquierda. Quedó confinado al ruido mediático y la irrelevancia institucional.

Las elecciones en tres länder alemanes en la primavera también bajaron el suflé de la ultraderecha. La antieuropea Alternativa para Alemania había cosechado espectaculares resultados en las convocatorias regionales de 2016: se elevó a segunda fuerza en varias de ellas cosechando siempre por encima del 10% de los votos (Sajonia Anshalt, 24%; Baden-Württemberg, 15%; Renania-Palatinado, 12,4%). Pues bien, en las elecciones regionales celebradas en 2017 (Sarre, Schleswig-Holstein y Renania del Norte-Westfalia) quedó siempre por debajo de los dos dígitos, entre el 5% y el 8%. Y un reflujo parecido auguran las encuestas para las próximas elecciones federales del 24 de septiembre. Es cierto que Alternativa se ha ido encaramando a los parlamentos regionales, y está ya presente en12 de los 16 länder. Pero también lo es que ese ascenso parece haber alcanzado su techo, desde el cual comienza a descender.

 

EL PARADIGMA FRANCÉS

El escenario decisivo ha sido hasta el momento el de la República Francesa, con la elección del centrista Emmanuel Macron (coalición En Marcha) en las presidenciales del 7 de mayo. Macron obtuvo en la segunda vuelta la victoria, con el 66,1% de los votos frente al 33,9% de la ultraderechista Marine Le Pen (Frente Nacional), que se alzó con el segundo puesto. Y en las posteriores legislativas logró con un partido improvisado una mayoría presidencial abrumadora. Pero tan significativo como eso fue que  también había vencido a las expectativas y los sondeos en la primera vuelta. En ella, Le Pen mejoró el resultado de su padre en 2012 (21,3%, contra el 17,9%), pero desmintió los augurios según los cuales se colocaría en primera posición, lo que habría constituido una eficaz baza para desestabilizar la posibilidad de un liderazgo claro en el bloque democrático.

Las previsiones catastrofistas han errado

El escenario decisivo ha sido el de Francia con la elección de Macron

El presidente francés ganó con una campaña muy europeísta

Todavía más decisivo fue el hecho de que el centrista se aupó a la victoria a través de una campaña abiertamente europeísta, algo insólito en la reciente historia francesa. Defendió sin ambages y sin complejos defensivos la permanencia en el euro (su rival la cuestionó abiertamente, postulando el retorno al franco), un paquete reformista para incrementar la integración de la UE (presupuesto para la eurozona, horizonte de mutualización de las deudas nacionales), y la estrecha alianza con su socio principal, Alemania. Las bases para una reconstrucción de la locomotora germano-francesa quedaban así asentadas.

Y para una reconstrucción sólida, basada en la rehabilitación de la capacidad de Francia. Por un lado, Macron lanzó un programa de reformas en buena parte liberalizadoras que pretenden desatascar algunos cuellos de botella tradicionales de la economía francesa (corporativismos, crecimiento muy moderado, déficit público permanente): en caso de lograrlo podrá ganar influencia sobre  los planteamientos unívocamente ordoliberales alemanes. 

Por otro, el espaldarazo a su discurso activamente proeuropeo contrasta positivamente con la desasosegada relación reciente de los franceses con el proyecto europeo, salpimentada del petit oui al Tratado de Maastricht, el no al Tratado Constitucional y un enfoque oficial, o bien receloso y nacionalista (Nicolas Sarkozy), o entre tímido y defensivo (François Hollande). Pronto se verá si el desempeño del nuevo presidente —que recibió un claro revés valorativo en las encuestas a los cien días de iniciar su mandato— acaba cumplimentando las esperanzas levantadas.

 

MEJORA LA ECONOMÍA

La que seguramente ha sido la última etapa gloriosa del europeísmo se desarrolló en el decenio 1985-1995, bajo la presidencia de Jacques Delors en la Comisión, e impulsada por una notable generación de líderes y por una serie de circunstancias singulares para el viejo continente (exitosa ampliación al Sur, caída del muro de Berlín, derrumbe del imperio soviético, unificación alemana, lanzamiento de la moneda  única).

En la base de todo ello palpitaba la recuperación económica tras las dos grandes crisis del petróleo (1973 y 1979), que afloraron el nuevo fenómeno de la estanflación (estancamiento con inflación), deprimieron la demanda e inauguraron, entre turbulencias monetarias causadas por el dólar, una insólita fase depresiva tras los treinta años gloriosos de posguerra.

Aunque hay notorias diferencias, la actual primavera europea también se asienta en una notoria recuperación económica. La eurozona restauró a los ocho años, en el primer trimestre de 2016, el nivel económico del primer trimestre de 2008, previo a la Gran Recesión: un PIB de 2,4 billones de euros. Y el desempleo descendió, aún sin bajar de la barrera del 10% de la población activa.

Es cierto que lo hizo con retraso respecto de EE UU, que se había desquitado de su crisis con mucha más rapidez, a los tres años, a final de 2011. Y que desde entonces aumentó su PIB un 10% y rebajó su desempleo al 5%. Ese diferente ritmo trae cuenta de las distintas políticas fiscales adoptadas  (expansión moderada en EE UU; austeridad presupuestaria en la UE) y del retraso con el que la eurozona adoptó una política monetaria decididamente expansiva (con Mario Draghi, sobre todo a partir de 2012).

Pero, al cabo, en el primer semestre de 2017 la eurozona ha equiparado su ritmo de crecimiento (al 0,6% el primer semestre; equivalente a un 2,2% interanual) al norteamericano y ha rebajado el nivel del desempleo por debajo de los dos dígitos (9,1% en la eurozona; 7,7% en la UE: 18,7 millones de parados).

La eurozona restauró en 2016 el nivel económico de 2008

Las buenas cifras esconden, sin embargo, muchas asimetrías

El sentimiento europeísta remonta con fuerza en las encuestas

Estas cifras conjuntas esconden sin embargo una asimetría entre varios grupos. El macroeconómicamente más dinámico agrupa a Holanda y España, seguida de Austria y Portugal y de Alemania y Francia, con Bélgica y Finlandia en menor velocidad. Fuera del euro, Polonia bate récords y Suecia y la República Checa se comportan bien; con el Reino Unido acusando un debilitamiento creciente a causa de las incertidumbres generadas por el Brexit. Este panorama asimétrico lo es también en la digestión del paro, la desigualdad, el debilitamiento del modelo de bienestar y demás secuelas sociales derivadas de la crisis. Y lo es también entre la distancia que aún separa una política monetaria super-expansiva a cargo del BCE de una política fiscal todavía demasiado tímida. 

Pero con todos los matices y diferencias geográficas que correspondan, el tono general positivo de la coyuntura económica acompaña, induce o se manifiesta en paralelo con la dinámica político-electoral. Porque al cabo influye notablemente en las percepciones de los ciudadanos, sujetos económicos a la vez que actores políticos.

 

RESURGIR EUROPEÍSTA

Son ellos, los ciudadanos, la causa última del resurgir  europeísta. Son en un 63% favorables a la Unión; en un 34% desfavorables, y solo en un 18% partidarios de que su país la abandone, según refleja la encuesta del instituto norteamericano Pew Research Center de 15 de junio de 2017, realizada en 10 Estados miembros que representan el 80% de la población de la UE y suponen el 84% de su economía. 

Tan o más indicativa es la evolución dinámica de esa mayoría. En un año (respecto del sondeo anterior), la afección europeísta ha remontado 18 puntos porcentuales en Alemania, los mismos que en Francia; 15 en España; 13 en Holanda, y 10 en Reino Unido (donde ahora el europeísmo alcanza al 54% de los encuestados)… aunque todo es matizable: una mayoría importante (66%) prefiere que los flujos migratorios intraeuropeos los controlen los gobiernos, con preferencia sobre las instituciones comunitarias.

Matices incluidos, los datos comparativos son espectaculares y concuerdan con la tendencia político-electoral global y con el ritmo de la recuperación económica. Que la primavera europea está ahí y sus datos lucen con fuerza admite poca discusión. Que su alcance, densidad y futuro mantengan el mismo nivel, eso no está escrito.