Las apuestas de la economía feminista
Catedrática de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad Pablo de Olavide
Las limitaciones de los modelos dominantes de análisis económico han quedado en evidencia con la crisis. Parten de que solo los incentivos monetarios colman nuestras necesidades, lo cual deja fuera de foco buena parte de la vida.
ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE
La crisis económica ha puesto en evidencia, una vez más, la inadecuación de los modelos dominantes de análisis para entender la economía. La economía feminista que se viene desarrollando desde los años setenta del pasado siglo, pero que inicia su consolidación a partir de los años noventa, ha sido una de las corrientes críticas que con más fundamento han cuestionado los principios teóricos y metodológicos y los resultados sesgados del análisis económico ortodoxo.
La economía feminista es una apuesta valiente y rigurosa por otro análisis económico, por otra manera de producir, intercambiar, consumir y distribuir, de cuidar y corresponsabilizarse y, en definitiva, por otra manera de organizar la vida económica, inspirada por otros valores, modificando las instituciones y desafiando las relaciones de poder que operan en los distintos ámbitos incluyendo la familia. Esto se pretende conseguir, por una parte, a través de cambios en las ideas y en los paradigmas que generen otras políticas y otras alternativas políticas, y por otra, a través de la interacción con la movilización social. Ambos aspectos inspirados por las experiencias, los saberes y los valores de las mujeres, que precisamente se han preservado por la situación histórica de discriminación que han vivido y siguen viviendo. Si bien la especialización de las mujeres en el ámbito doméstico ha limitado su autonomía financiera y ayuda a construir estereotipos que justifican muchos aspectos de la discriminación por sexo, esa especialización también ha supuesto conservar unos valores diferenciados y, sobre todo, demostrar claramente que los incentivos monetarios no colman nuestras necesidades y no capturan la realidad de la vida económica de muchas personas. De hecho, los seres humanos somos complejos y estamos influidos por otras cuestiones diferentes de las materiales. Existen otras motivaciones que la avaricia y el interés individual, como asume la corriente principal de la economía. Las personas compiten, pero también cooperan y cuidan porque somos seres interdependientes. El centrarse en la idea de que únicamente los incentivos monetarios colman nuestras necesidades no captura la realidad de la vida de muchas personas, por no decir la de todas.
Como en todos los enfoques científicos, existen diversas aproximaciones que no son excluyentes y que convergen en una serie de propuestas teóricas y metodológicas que se podrían resumir en las siguientes.
En primer lugar, la economía feminista considera que las relaciones de poder son esenciales para comprender cómo funciona la economía, y más específicamente para entender las desventajas y discriminaciones que sufren las mujeres en distintos ámbitos y analizar cómo funcionan y se reproducen las instituciones androcéntricas. La economía feminista hace hincapié en el poder y las relaciones de poder que se establecen en la economía dentro del sistema capitalista y patriarcal, que comporta que los individuos no tengan las mismas oportunidades ni elijan con la misma libertad e información que la teoría ortodoxa presupone. Todo en nuestras economías capitalistas está sexuado. Los individuos, por razón de su sexo, cruzado por otras desigualdades y diferencias como la clase, la etnia o el territorio en el que habitan, tienen un acceso diferenciado a los recursos y al poder; por tanto, participan de manera diferenciada en las distintas esferas y espacios económicos y se ven afectados de modo distinto por las coyunturas económicas, las políticas económicas y, sobre todo, por las crisis económicas, que las más de las veces agravan las desigualdades previas.
ANÁLISIS DE LA FAMILIA
En segundo lugar, la economía feminista siempre ha ido más allá del mercado y de la economía mercantil, principalmente a través del análisis de la familia y de otros espacios de intercambio, como los comunitarios. El análisis de la economía familiar y del cuidado es lugar común de la economía feminista, al sostener que el hogar es un lugar de actividad económica donde se realizan actividades mercantiles y no mercantiles que son de naturaleza económica, y que, sin embargo, están repartidas desigualmente entre hombres y mujeres, de modo que condicionan el distinto tipo de inserción o no en el mercado de trabajo, la vida social y política, el bienestar y la autonomía de mujeres y hombres. De ahí suelen desarrollarse análisis en dos grandes ámbitos. Por una parte, el de la retroalimentación que se produce entre la discriminación que las mujeres sufren en la familia y el mercado a través de los estereotipos basados en la división sexual del trabajo, que les asigna de manera natural y prioritaria la responsabilidad sobre las labores domésticas y de cuidados no remunerados. Este hecho, debido a la discriminación estadística y la profecía de las expectativas autocumplidas, supone que cuando se incorporan al mercado lo hagan en empleos y sectores infravalorados y precarios, lo cual debilita su posición en el mercado, en la familia y en general para decidir libremente la vida que quieren vivir. También se analiza cómo las instituciones y las políticas, incluida la fiscal, soportan este modelo familiar desigual. Por otra parte, el análisis de lo que se ha denominado la economía del cuidado o de los cuidados, que hace hincapié en la centralidad de los cuidados no solo como reproductora de la mano de obra, sino también en su importancia para el bienestar de las personas y la estabilidad macroeconómica, y la necesidad de buscar alternativas económicas y sociales que pongan la sostenibilidad de la vida en el centro a través de modelos políticos comunitarios.
Las relaciones de poder son esenciales para entender cómo funciona la economía
Las desigualdades de sexo tienen que situarse en el contexto de otras desigualdades
En tercer lugar, la economía feminista insiste en que solo teniendo en cuenta que hay ámbitos económicos más allá del mercado podemos entender la existencia de esas otras crisis que ya se venían dando y denunciando con anterioridad a la actual; crisis como la ecológica, la de reproducción social, la de cuidados o la de las estructuras políticas, y que no solo no se están resolviendo con la actual crisis económica, sino que a causa de la salida deflacionista y desigual que se está dando a la crisis se están agravando.
En cuarto lugar, la economía feminista tiene una clara vocación participativa y transformadora que defiende propuestas de políticas económicas, fiscales y sociales que permitan avanzar a corto plazo en igualdad y bienestar, en corresponsabilidad en el cuidado o en la regulación de los mercados laborales, pero insertas en un horizonte de transformación profunda que permita que la economía y la política no giren en torno a las estructuras e instituciones patriarcales. Un horizonte cuya contemplación lleva al debate sobre cuál es la vida que los seres humanos queremos vivir, por qué modelo de convivencia apostar y cómo organizar la vida en común.
CÓMO AVANZAR
Para avanzar hacia ese tipo de planteamientos paradigmáticos, la economía feminista asume tres apuestas fundamentales:
a) Profundizar el diálogo con otras corrientes críticas de la economía todavía hoy muy impermeables a integrar algunas propuestas de la economía feminista en sus análisis, teniendo claro que las desigualdades de sexo tienen que situarse en el contexto de otras desigualdades, y que la lucha por la igualdad de género no debe divorciarse de la lucha por un mundo mejor, más justo e igualitario
b) Continuar el diálogo con los movimientos sociales y el activismo, especialmente el feminista, lo cual permitirá avanzar en el estudio de alternativas reales y globales a la organización y el análisis económico actual, incluyendo otras maneras de afrontar la crisis de los cuidados y la corresponsabilidad que todas y todos tenemos para con el bienestar de los demás sin olvidar el nuestro propio.
c) Avanzar en la consolidación de una agenda política de mujeres, pues a pesar de las leyes de igualdad que pueden suponer avances, las políticas generales dominantes, y especialmente la política económica, se diseñan sin tener en cuenta la transversalidad y, por tanto, el impacto con sesgos negativos que tienen las más de las veces para las mujeres, como ha ocurrido con la gestión de la actual crisis económica, primero con los planes de estímulo y más tarde con las políticas de austeridad.
TAMBIÉN FIRMAN ESTE ARTÍCULO:
Astrid Agenjo Calderón, Paula Rodríguez Modroño y Marga Vega Rapún, de la Universidad Pablo de Olavide, GEP&DO, organizadoras del último y IV Congreso de Economía Feminista (Carmona, 3-5 de octubre de 2013).