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Otros bancos para otra economía

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Mayo 2013 / 3

Las reformas a fondo para evitar una nueva crisis financiera no se han llevado a cabo, y la banca, culpable de la crisis, ha sido además salvada, lo que ha provocado una recesión y ha secado el crédito.

No necesitamos gigantes globales que causen exclusión financiera, sino bancas descentralizadas apegadas al terreno, especializadas y capaces de contemplar el microcosmos de los inversores. Y banca pública.

ILUSTRACIONES: Iker Ayestaran

La estrategia seguida para salvar a los bancos, al considerar que dejarlos caer hubiera arrastrado al conjunto de la economía, ha resultado completamente equivocada. Ha sido precisamente esa protección a los que provocaron la crisis lo que ha llevado a una gran recesión que, además, tiende a reproducirse en continuos ramalazos al dejarse sin resolver los problemas que la producen y, principalmente, la falta de financiación a la economía real. 

Cuando se percibió la gravedad de la crisis y que esta se hallaba vinculada claramente al funcionamiento irresponsable del sistema bancario internacional, los líderes mundiales prometieron rápidas y profundas reformas. Pero con el paso del tiempo no se han llevado a cabo e incluso se ha permitido que los bancos hayan seguido haciendo lo mismo que antes, reproduciendo defectos que llevaron a la situación en la que nos encontramos.

 

LOS MISMOS ERRORES

Aunque es cierto que la nueva versión de los acuerdos de Basilea han endurecido los requisitos de capital básico y que han mejorado la ponderación de los riegos y las ratios de apalancamiento, se siguen manteniendo los errores de Basilea I y II que, como es palpable, no impidieron la gran crisis actual. Así, se establece un colchón de capital que puede provocar que las fases recesivas se acrecienten (como está ocurriendo en la actualidad) porque crecen  a medida que aumenta la brecha del crédito al sector privado sobre el PIB. Es sabido que en fases recesivas ya hay menos capital por beneficios o pérdidas menores, y entonces una mayor exigencia de capital produce contracciones de crédito, que lo lógico es que agraven la recesión.

Tras la II Gran Guerra hasta los ochenta no hubo crisis financieras por la gran supervisión

El auténtico reto es hacer desaparecer el sistema de reservas fraccionarias

Es necesaria una voluntad firme porque es lógico que la banca muestre reticencias a perder privilegios

En Basilea III se sigue regulando la actividad bancaria a partir de un principio idílico de eficiencia, según el cual los supervisores deben exigir que se cumplan las reglas de transparencia asumiendo que los mercados procesan perfectamente toda la información y garantizan por sí solos la solvencia y estabilidad del sistema en su conjunto. Por otro lado, se sigue haciendo una regulación “mircroprudencial”; es decir, orientada a limitar la asunción individual del riesgo, y no de tipo “macroprudencial”, que prevé la estabilidad integral del sistema mediante el seguimiento de la solvencia general de todas las entidades e instituciones que lo conforman. Se sigue, por tanto, sin controlar las interacciones entre bancos y la exposición de unas entidades frente a otras, lo cual impide (como hasta ahora ha sucedido) que se pueda evitar el riesgo de que se propaguen las perturbaciones y los problemas de una a otra de modo que afectan a la seguridad de todo el sistema. 

La regulación micro que subyace en los diversos acuerdos de Basilea también deja fuera de control los problemas generados en ámbitos tan decisivos para el buen funcionamiento del sistema como la intermediación no bancaria, los derivados financieros, las vías de contagio de las perturbaciones —a través de las operaciones “fuera de balance”, del “arbitraje regulatorio”— y los factores que generan las burbujas que suelen estar detrás de las crisis de nuestra época.

Como ha señalado el profesor José Miguel Rodríguez Fernández (“Crisis financiera y regulación de la solvencia bancaria. Una reflexión crítica sobre los acuerdos de Basilea”. Revista de Economía Crítica, n.º 11, 2011, págs. 65-95), los acuerdos de Basilea son en realidad un proceso de captura del regulador por los banqueros, que son los más interesados en que se establezca ese tipo de regulación porque con ella pueden desarrollar sin problemas y con toda comodidad las estrategias que les resulten más convenientes en cada momento.

Mientras persista este tipo de regulación será imposible lograr suficiente estabilidad en el sistema bancario y conseguir que la economía real disponga de la financiación que necesita para crear riqueza y empleo.

Si, por el contrario, se quieren evitar las crisis y garantizar el flujo de crédito a la economía, es preciso otro tipo de regulación . Las claves de por dónde deberían ir estos cambios las da un estudio reciente de Alan M. Taylor (The great leveraging. Working Paper 18290 http://www.nber.org/papers/w18290, p. 3).  En él se demuestra que desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial hasta los años ochenta, el porcentaje de economías de alto, mediano o bajo ingreso que sufrieron crisis financieras fue prácticamente nulo, a diferencia de lo que había ocurrido en épocas anteriores y también a partir de los ochenta del siglo pasado. 

Como señala Taylor, toda esa larga etapa sin crisis financieras se caracterizó porque hubo una supervisión financiera nacional y estrecha, control de los movimientos de capitales, crecimiento limitado del crédito,  orientación preferente de los recursos financieros a la actividad productiva, y ausencia de innovación financiera con pretensión especulativa. Todo ello generó más ahorro, mayor tasa de inversión real y elevados ritmos de crecimiento de la actividad y el empleo. Por tanto, se puede afirmar con rotundidad que bajo determinadas condiciones, como esas que acabo de mencionar, es posible evitar que se produzcan las perturbaciones y crisis financieras que nos asuelan en nuestra época.

 

MÁS ALLÁ DE LA BANCA CONVENCIONAL

Una regulación más estricta de la banca que hoy día conocemos, la separación de la actividad inversora de los bancos de la estrictamente dedicada a financiar la economía, la desaparición de los paraísos fiscales, el control severo de la innovación financiera y el freno de la especulación mediante controles de capital e impuestos —y, por supuesto, unos bancos centrales al servicio de los intereses públicos y no de la banca privada—, permitirían reducir las crisis financieras a su mínima expresión. Sin embargo, en cualquier caso, no serían medidas suficientes para resolver otros problemas fundamentales de la banca que a la postre también terminan provocando perturbaciones y defectos fatales del sistema económico. 

La raíz auténtica del incremento incesante de la deuda que alimenta la financiarización, la consolidación de las economías de casino y la escasez y carestía de los recursos que necesitan la creación de actividad sostenible y el empleo de calidad, el sistema de reservas fraccionarias y su desaparición son los retos principales que se deben afrontar inevitablemente si se quiere disponer definitivamente de un sistema bancario y financiero estable y al servicio real de las verdaderas necesidades de los sujetos económicos.

Se trata de una alternativa que ha concitado un gran debate en la teoría económica prácticamente desde su inicio con los grandes economistas clásicos y que precisa grandes acuerdos sobre la forma en que puede materializarse. Además, son necesarios una firme voluntad y gran poder político para enfrentarse a la banca convencional, pues es lógico que esta muestre una gran resistencia antes de dejarse arrebatar semejante privilegio. Pero la alternativa es cada día más imprescindible a la vista del caos y del fracaso global que ha producido el sistema actual.

No es fácil aventurar cuál puede ser el modo alternativo en que finalmente tome forma otro nuevo régimen de actividad bancaria, pues los procedimientos y resultados serían muy diferentes si se avanzara, por ejemplo, hacia un sistema de coeficiente de caja al 100% o a la creación de una central de depósitos; hacia soluciones intermedias o incluso hacia segmentos de bancos capaces de crear medios de pago, pero sin hacerlo a cambio de intereses, como ya existen en algunos países nórdicos o en la banca islámica.

El hecho de que incluso el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) haya empezado a publicar análisis que plantean alternativas de este tipo (Jaromir Benes y Michael Kumhof, The Chicago Plan Revisited. IMF Working Paper 12/202), advierte de que la reforma será irremediable a medio plazo, o quizá mucho antes de lo que pudiera esperarse, a la vista del derrumbe interior en el que se encuentra el sistema bancario internacional actual y de los graves problemas que va a seguir provocando al conjunto de las economías.

 

OTRA BANCA

Es iluso creer que la crisis que estamos viviendo simplemente refleja problemas financieros o de estabilidad coyuntural. Es una auténtica crisis de sistema que refleja males terminales del capitalismo de nuestros días, que se traducen en crisis ambientales, de valores y políticas que comportan un auténtico desmantelamiento de las democracias. Por tanto, su solución requiere un cambio radical en los modos de producir, de consumir, de vivir, de asumir los costes que implica nuestra vida personal y familiar, y de relacionarnos con los demás seres humanos y con la naturaleza.

ILUSTRACIONES: Iker Ayestaran

Eso hace inevitable disponer de un nuevo tipo de sistema financiero y bancario. Lo que se necesita para que las economías funcionen de otro modo más sostenible, eficiente y satisfactorio no son los grandes bancos globales que se están consolidando como los ejes cada vez más exclusivos del sistema internacional y que en realidad producen escasez de recursos y una gran exclusión financiera. Se precisan entidades más descentralizadas, pegadas al terreno de quienes deben poner en valor nuevos recursos y en formas muy diferentes a las que han venido predominando hasta ahora. Se necesitan otros modelos de intermediarios financieros que tengan gran capacidad de contemplar el microcosmos de los inversores y de ajustarse a los parámetros de financiación que requieren los sujetos económicos más heterogéneos y complejos, e incluso de financiar con niveles de riesgos que salgan de los límites que necesariamente debe considerar una banca sometida a las exigencias de sus cuentas de resultados. 

Por eso hay que plantear la creación de bancos especializados funcional o sectorialmente, que en algunos países han dado mejores resultados que la banca generalista que viene predominando en España y en otros países de nuestro entorno durante los últimos años. Es decir, un modelo de negocio bancario muy rentable desde el punto de vista de las entidades y del corto plazo, pero fracasado para conseguir la estabilidad y el éxito de la actividad productiva.

Para avanzar hacia los nuevos tipos de sistema financiero que requiere poner en marcha una nueva economía hay que abrir la puerta a otros regímenes de propiedad y control y, sobre todo, que el sistema en su conjunto actúe sobre la base de un principio esencial: que la financiación a la economía es algo fundamental para que esta funcione. Por tanto, aquella debe garantizarse en todo caso, lo cual solo se puede conseguir si se considera un servicio público esencial. La financiación sometida al interés privado se traduce en constantes crisis y en escasez allí donde no puede proporcionarle una alta rentabilidad.

El enorme poder político, mediático y académico de las finanzas ha conseguido demonizar a la banca pública en los últimos años, pero la experiencia ha demostrado que ha sido mucho más estable y que está contribuyendo en mejor medida al sostenimiento de las economías, y que los países en donde existe con más fuerza hacen frente mejor a la crisis. Por tanto, recuperar un potente sector público bancario en España es la única y mejor garantía para poder forjar un cambio de rumbo en la actividad productiva.

Recuperar una banca pública fuerte permitiría cambiar de rumbo la economía

La nueva banca debe ajustarse a parámetros de financiación de proyectos heterogéneos

Hay que tener en cuenta, además, que no se requiere el mismo modelo de entidades para financiar grandes inversiones que para satisfacer la demanda de microfinanciación de la que a menudo depende la creación de la mayor parte del empleo en nuestras sociedades. Por eso, también es conveniente fragmentar el sistema bancario, que entre otras cosas reduce el riesgo sistémico y facilita el control y el procesamiento de la información que movilizan los mercados y los sujetos económicos. Las cooperativas de crédito y las redes de entidades públicas de diferente tamaño y con actividad en planos productivos diferenciados, son los instrumentos más adecuados para ello. Sin embargo, hay que evitar los vicios en su gobierno que han afectado tan lamentablemente a las cajas de ahorros españolas en los últimos años, cuando una gestión nefasta y la casi total ausencia de control social las desnaturalizó al separarse de sus objetivos y funciones originales.

Naturalmente, estos cambios requieren que los bancos centrales desempeñen un papel muy distinto al actual como máximas autoridades del sistema financiero y bancario y, sobre todo, que la sociedad asuma que los bancos están a su servicio y no al revés.