Te quedan 1 artículos gratuitos este mes.

Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Por qué se equivocan tanto los economistas

Comparte
Pertenece a la revista
Mayo 2017 / 47

No la vieron venir. Sus recetas para combatirla convirtieron la crisis financiera en la Gran Recesión. Ninguno ha sido despedido por incompetente

ILUSTRACIÓN: PEDRO STRUKELJ

¿Qué se dice en la calle de los que se dedican a la economía?: que la economía, pese a ser la ciencia social matemáticamente más avanzada, es la ciencia social humanamente más atrasada porque sus investigadores se han abstraído de las condiciones sociales, históricas, que son inseparables de las actividades mercantiles. Como corolario han generado la sospecha de que la ciencia económica, en vez de haber corregido las tendencias perniciosas, ha contribuido a la Gran Recesión con el desarrollo de teorías que, o bien ignoraban los factores clave de lo que estaba sucediendo o, lo que es peor, los excluían intencionadamente por motivos ideológicos para favorecer una determinada agenda política. 

Recientemente, el economista del Banco de España Juan Francisco Jimeno, introducía el concepto de econopatía (Econopatías, “Nada es gratis”, 11 de abril de 2017), que son las enfermedades que sufren los economistas en el ejercicio de su profesión. Define seis de las mismas, identificadas por los excesos o los defectos:

1. El excesivo recurso a los planteamientos morales o ideológicos.

2. La despreocupación por las cuestiones morales. No se pueden obviar las cuestiones de justicia social.

3. El desdén por el método científico.  Los que desprecian los datos  y no se someten a la disciplina de los métodos científicos, representan lo mismo que los hechiceros en la medicina.

4. La concentración en los desarrollos técnicos. Algunos economistas olvidan el objetivo de producir conocimiento útil sobre cuestiones económicas.

5. El apego a las sabidurías convencionales, ideas basadas en la costumbre, en preguntas sobre las supuestas “verdades fundamentales”.

6. La heterodoxia indocumentada: ideas supuestamente alternativas sin ninguna base en la evidencia empírica. La heterodoxia sólo es útil cuando nace del profundo conocimiento de la ortodoxia.

Otro economista, Santiago Sánchez-Pagés, de la Universidad de Barcelona, divulgaba en el mismo lugar (Modelos, economía y economistas: un debate,  “Nada es gratis”, 6 de abril de 2017) las críticas que el profesor de la Universidad de Nueva York Ariel Rubinstein hacía a la teoría económica:

1. Exceso de matematicidad. Una élite de economistas, que dificulta al resto el desarrollo de su carrera, utiliza las matemáticas como una barrera de entrada.

2. Se inculcan unas expectativas irreales a los estudiantes de Ciencias Económicas. La disciplina no es ni debe ser una plataforma hacia el éxito financiero o empresarial.

3. El estado de los estándares de publicación en economía es lamentable. La sustancias de los artículos está perdida en un mar de símbolos y matemáticas, en parte como forma de señalización y en parte por el deseo de generalizar sus resultados: de ser la palabra última y definitiva. Es decir, por su deseo de convertirse en el MODELO.

Todo ello recuerda una pregunta que se hace Kelle Lasn, en un libro singular titulado Guerra de memes. La destrucción creativa de la economía neoclásica (Adbusters): “¿Sufren los economistas de un complejo de inferioridad académico denominado ‘envidia de la física’?”.

 

SIN  VISIÓN  DE  FUTURO 

La crisis iniciada en 2007 puso en cuestión el acierto de los economistas como profesión. El único colectivo que dedica su jornada laboral a prever y analizar los cambios económicos, y a dar recetas para corregirlos, no los vio venir. La Gran Recesión cuestiona un conjunto de ideas que fueron las hegemónicas; unas ideas que, amalgamadas con los intereses creados, la política, las circunstancias de cada momento y lugar, compusieron la ideología y la política económica dominantes. Los pepito grillo de esta ortodoxia económica han sido, entre otros,  Joseph Eugene Stiglitz y Paul Krugman, ambos galardonados con el Nobel. Aprovechando las rentas de situación que les ha proporcionado ese galardón, elaboran pronunciamientos que se salen del consenso neoclásico de su profesión. Sus tesis han sido suficientemente publicitadas. No es el caso de Paul Romer, desde hace unos meses nuevo economista jefe del Banco Mundial. Considerado por la revista Time una de las 25 personas más influyentes de EE UU y conocido como uno de los pioneros de las teorías del crecimiento endógeno, Romer ha conmovido los cimientos de la profesión al publicar un texto (El problema de la macroeconomía) en el que demuele los cimientos de la corriente neoclásica. La primera frase de ese artículo resume el resto: “Desde hace tres décadas, la macroeconomía está yendo marcha atrás”. Enumeremos algunas de las ideas que Romer considera centrales en el análisis de la actual macroeconomía:

La Gran Recesión cuestiona las ideas que fueron hegemónicas

Stiglitz y Krugman han sido los ‘pepito grillo’ de la ortodoxia dominante

1. Los modelos macroeconómicos actuales emplean hipótesis increíbles para llegar a conclusiones desconcertantes.

2. El problema no es tanto que los macroeconomistas digan cosas que son inconsistentes con los hechos. El problema es que a otros economistas les dé igual que a los macroeconomistas los hechos les den igual. Una tolerancia indiferente ante el error es algo todavía más destructivo para la ciencia que consagrarse a hacer apología de aquél.

3. Existen paralelismos sorprendentes entre la teoría de cuerdas establecida en la física de partículas, y la macroeconomía. Reproduce unas características de estos teóricos que podrían ser aplicadas a los economistas: una enorme confianza en sí mismos; una comunidad científica extraordinariamente monolítica; un sentido de identificación con el grupo similar a la que se tiene con una religión o con un partido político; un sentido muy marcado de la frontera entre el grupo y otros expertos; etcétera.

Romer se ha unido en esta crítica a otros colegas que desde hace ya tiempo cuestionan la validez actual de la economía neoclásica. Uno de ellos ha sido el profesor australiano Steve Keen, que en su libro La economía desenmascarada (Capitán Swing) desarrolla su tesis principal: que la economía neoclásica es responsable no sólo por no haber anticipado la Gran Recesión, sino por ser intrínsecamente errónea y haber contribuido a multiplicar las calamidades que intentaba prever. Los economistas neoclásicos convirtieron lo que podría haber sido una crisis financiera y una recesión del montón en una crisis mayor del capitalismo.

Tienen un sentido de la identificación similar al de una religión

Romer y Keen discuten la validez de la economía neoclásica 

Keen se pregunta por qué a pesar de la existencia de tantos economistas neoclásicos bienintencionados, casi todas sus recomendaciones y recetas favorecen a los ricos más que a los pobres: “Llegué a la conclusión de que la razón por la que manifestaban estas conductas tan poco intelectuales, tan ideológicas (…) era de naturaleza más profunda: lo que ocurría era que el modo en que habían sido formados les había inculcado las pautas de comportamiento de los fanáticos, más que de intelectuales desapasionados”.

¿Han practicado estos economistas hegemónicos algún tipo de autocrítica tras los duelos y quebrantos que trajo la Gran Recesión?, ¿han reconocido su fracaso?, ¿han reflexionado sobre las contorsiones ideológicas que han tenido que asumir con el objetivo de salvarse del descrédito?  Ninguno de esos profesionales de la economía ha sido despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores, ni como medida de ahorro de costes.