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Por una regulación mundial de las vacunas

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Octubre 2021 / 95

Ilustración
Pedro Strukelj

Covid-19: Las grandes farmacéuticas no tienen interés en ganar la carrera contra las nuevas variantes del virus. Lo que quieren es vender más dosis al mejor precio.

Las conclusiones de la cumbre del G7 que se celebró el pasado junio en Cornualles (Reino Unido) arrojaron una luz muy clara y cruda sobre la realidad de las relaciones de fuerza existentes en materia de salud pública mundial. Las promesas de los siete países más poderosos del mundo en el sentido de que van a favorecer la vacunación en los países pobres están llenas de buenas intenciones, pero no bastarán para doblegar a las empresas farmacéuticas.

Problema global, solución global

Primera lección de esta batalla política: solo hay soluciones globales a un problema global. Vacunar únicamente en Occidente es, en el mejor de los casos, darse unos meses de respiro y exponerse a medio plazo a un riesgo todavía mayor. No hay, pues, generosidad en las promesas de donación de vacunas. Se trata solo de un realismo indispensable. Y, sin embargo, no existe ninguna institución reguladora a la altura. La Organización Mundial de la Salud (OMS) se encuentra en punto muerto, empantanada en su embrollo diplomático.

Segunda lección: la economía que solo busca el rendimiento financiero es un freno a la innovación. Al disponer de patentes que le aseguran una rentabilidad financiera confortable, por ejemplo, Sanofi no ha invertido en desarrollar nuevas vacunas y ni en lanzarse a experimentar la técnica del ARN mensajero (ARNm).  En resumen, si nos contentamos con fiarnos del mercado, es seguro que fracasaremos. 

Tercera lección: los intereses de las finanzas no son los mismos que los de la salud. Porque solo los laboratorios farmacéuticos titulares de vacunas, las famosas big pharma, tienen claves para poder organizar las campañas de vacunación. Hay capacidades de producción infraexplotadas: el think tank estadounidense Knowledge Ecology International ha identificado más de 150 lugares de producción que podrían movilizarse, pero no se ha firmado ningún acuerdo de licencia global. Las big pharma no tienen ningún interés en ello. La lógica financiera pasa por vender cada dosis de la vacuna al mejor precio. Ello se opone a una eventual requisa o a una negociación arancelaria que sea favorable a los países del Sur. 

Además, de forma cínica, las farmacéuticas no tienen interés en ganar la carrera contra las variantes. Como las variantes del virus dan motivos para procesos de vacunación complementarios, a las empresas les interesa adaptarse a esta evolución y distribuir la vacuna entre clientes solventes.
 
También el cambio climático

No se trata de señalar con el dedo el cinismo de algunos, sino de constatar que la lógica de mercado es incompatible con una auténtica política sanitaria. 

Existe, pues, un debate político sobre las vacunas, pero contrariamente a lo que vehicula una parte de la opinión pública, no se sitúa entre partidarios de la vacunación y contrarios a ella.

Ante un virus, la única terapia eficaz es la vacunación colectiva. Y esta requiere una solución universal e incondicional. Para conseguirla, nos hará falta mucho más que una gobernanza multilateral tambaleante y que cumbres internacionales llenas de falsas promesas. 

Lo que necesitamos hoy es una institución reguladora mundial. Es la única manera de poner fin a la pandemia. Y actuar en tanto que terrícolas que se encuentran bajo una amenaza global también podría permitirnos enfrentarnos al cambio climático. La solución es política.