Por una transición digital igualitaria
Industria 4.0: La segregación de género en la economía real se está reproduciendo en la digital. Para evitar mayor desigualdad, polarización y precariedad, los planes de digitalización deben tener en cuenta el impacto dispar que esta tiene sobre el empleo.
Nos encontramos inmersos en la denominada Cuarta Revolución Industrial o Industria 4.0, caracterizada por las continuas innovaciones tecnológicas relacionadas con la digitalización, la inteligencia artificial, la robótica y la nanotecnología. Está cambiando la geografía de la producción, distribución y cadenas de valor, y la frontera entre las tareas realizadas por seres humanos y las de las máquinas o algoritmos se modifica, con un impacto trascendental sobre el mercado laboral. Las nuevas tecnologías alteran por completo en qué trabajamos, cómo y dónde, al transformar las tareas y ocupaciones y sus requisitos de acceso, así como las condiciones de trabajo y las relaciones laborales.
En primer lugar, estos avances tecnológicos conducen a nuevas formas de organización de los procesos productivos y, por tanto, a un cambio en las tareas asociadas a cada puesto. La automatización cambia los empleos demandados y las competencias requeridas. El Informe McKinsey estima para 2030 una pérdida o desplazamiento de los actuales puestos de trabajo debido a la automatización del 23,5% en España, el 24,5% en Alemania, el 25% en Italia y el 26,5% en Japón. La mayoría de los empleos perdidos estarán relacionados con tareas que involucren procesos rutinarios; entre otros, las tareas administrativas, procesos de fabricación, producción y distribución y transporte. Los trabajos con mayor riesgo de ser eliminados suelen encontrarse en el nivel medio de la distribución salarial, y provocan polarización, un vacío entre los trabajadores con mayor y menor cualificación.
Segundo, los requisitos físicos, psicológicos y ambientales de los empleos varían según las nuevas tecnologías utilizadas. La digitalización conlleva un nuevo modelo productivo, sustentado en el acceso a la información desde dispositivos móviles, la colaboración entre trabajadores remotos, la interacción telemática con los/as clientes o usuarios/as, o la interacción autónoma entre sistemas a través del internet de las cosas. Las tecnologías nos han permitido mantener una parte importante de la actividad laboral —un tercio de trabajadores ha podido teletrabajar— durante las restricciones de movilidad y confinamiento.
Relaciones laborales y plataformas
Por último, en tercer lugar, estas nuevas tecnologías alteran también las condiciones contractuales y sociales del trabajo, incluidas la estabilidad, las oportunidades de desarrollo profesional, la retribución y el grado de institucionalización o formalización de las relaciones contractuales. Una muestra clara de estos cambios la encontramos en las plataformas digitales. No solo propician un desplazamiento de actividades tradicionalmente bajo relaciones de empleo asalariado hacia formas de empleo autónomo, sino que facilitan la creación de empleo precario e incluso irregular o informal. Las consecuencias del crecimiento intenso del trabajo en plataformas con relación a los derechos laborales o al acceso a la protección social son uno de los problemas sociales y políticos prioritarios.
Tenemos que ser muy conscientes de los enormes retos que nos plantean estas profundas transformaciones y, en particular, de que estos cambios afectan de manera muy desigual a los trabajadores según su sector económico, ocupación, condición laboral, nivel educativo, sexo, edad, etc. Por ejemplo, en cuanto a los efectos sobre las desigualdades de género ya existentes en el mercado laboral y la sociedad, los pocos estudios disponibles muestran que los patrones de segregación de la economía real se están reproduciendo en la economía digital. Hoy las mujeres están subrepresentadas en los sectores en los que se va a generar más y mejor empleo, las disciplinas STEM (ciencia,tTecnología, ingeniería y matemáticas). Estos datos sugieren que, si la brecha digital de género persiste, las mujeres pueden perder las mejores oportunidades de trabajo. Al mismo tiempo, las mujeres se encuentran en ocupaciones con tareas más rutinarias que los hombres en todos los sectores y ocupaciones, tareas que son más propensas a la automatización. Las trabajadoras se enfrentan a un mayor riesgo de automatización. El informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 30 países estima que 26 millones de empleos de mujeres tienen un alto riesgo de ser automatizados en las próximas dos décadas y calcula que para los hombres habrá un nuevo empleo STEM por cada cuatro perdidos, mientras que para las mujeres solo uno por cada 20 destruidos.
Las dos caras del teletrabajo
Los cambios en la organización del trabajo en cuanto a tiempos, espacios y condiciones también alteran las desigualdades de género. Por ejemplo, el teletrabajo puede tener efectos positivos por la reducción de los tiempos de desplazamiento o la mayor autonomía en cuanto al tiempo de trabajo, lo que permite mayor flexibilidad de la organización del tiempo de trabajo, la mejora de la conciliación y el aumento de la productividad. Pero también puede presentar desventajas, como el incremento del tiempo de trabajo, la superposición entre el trabajo remunerado y la vida personal y, como resultado, la intensificación del trabajo, o la disolución de las relaciones personales del entorno laboral. Muchos de los trabajos en plataformas digitales suelen caracterizarse por el escaso control de los trabajadores sobre el flujo de trabajo y la obligación de reaccionar de inmediato a los requerimientos de los clientes, lo que da lugar a la invasión del trabajo sobre la vida privada. Muchas teletrabajadoras y trabajadores de plataformas digitales tienen que reducir las horas dedicadas al empleo para poder conciliar a cambio de menores ingresos y posibilidades de promoción.
El FMI augura un nuevo empleo por cada cuatro que destruya la automatización en el caso de los hombres, pero solo uno por 20 en el de las mujeres
En general, el aprovechamiento de los beneficios de esta nueva revolución industrial dependerá del mayor o menor protagonismo de lo público, de la regulación laboral bajo la que se desarrollen estos nuevos empleos, de la capacidad de generar empleo o destruirlo de los distintos sectores, de las posibilidades de inserción de los trabajadores, y de los equilibrios de poder. La Unión Europea acaba de poner en marcha el Mecanismo Europeo de Recuperación y Resiliencia, dotado de 672.500 millones de euros, para impulsar la reactivación de la economía tras la pandemia. Los Estados miembros deben incluir la transición digital como uno de los pilares cruciales de sus planes de recuperación. A ella deben destinarle al menos el 20% de los fondos. Resulta fundamental que los planes de digitalización nacionales tengan en cuenta los desiguales impactos en el mercado laboral e incorporen desde su diseño un enfoque feminista y de género, que persiga la eliminación de las brechas existentes. Si no se incluye un análisis de los impactos de género o sobre otras desigualdades, todas estas transformaciones nos conducirán a perpetuar y ampliar la segregación del mercado de trabajo y a una mayor desigualdad, precarización y polarización en la sociedad.