Sin novedad en el frente
Catedrático de Derecho Constitucional. Universidad de Sevilla
Dinámica Llevamos una década instalados en el conflicto en términos de todo o nada por ambas partes, sin un solo instante en que se haya rebajado la tensión. el choque de trenes se aproxima.
Con las palabras que dan título a este artículo resumió la portavoz de Nafarroa Ebai el debate en el Congreso sobre la admisión a trámite de la proposición de ley del Parlamento catalán para transferir la competencia que permita a la Generalitat la convocatoria de un referéndum sobre la independencia.
Me temo que acertó con la fórmula. Las posiciones estaban enfrentadas antes del debate y continuaron enfrentadas en prácticamente los mismos términos después del mismo. No hubo la más mínima aproximación. Tal vez fuera así porque el 25 de mayo se celebrarán las elecciones europeas y el momento preelectoral conduce al enfrentamiento y no a la conciliación. Pero no se puede olvidar que el Gobierno de la nación y su mayoría parlamentaria fueron quienes decidieron que el debate se celebrara en abril en lugar de en junio, que es cuando tocaba. Que el debate se convirtiera en una trinchera más del frente de batalla en lugar de ser una ocasión para abrir una vía de entendimiento, fue una opción buscada deliberadamente por el Gobierno. La fijación de la fecha ya era una declaración de intenciones. Seguimos, pues, donde estábamos, pero habiendo desaprovechado una ocasión más, pese a la invitación al diálogo que el Tribunal Constitucional hizo por unanimidad a finales de marzo en su última sentencia en este terreno.
En algún momento habrá que salir de la situación en que nos encontramos. La celebración del referéndum el 9 de noviembre es imposible, a menos que se produjera una subversión del ordenamiento constitucional, que no parece probable. O se hunde el Estado antes de noviembre o no hay referéndum. Esto es seguro. Qué pasará después es más discutible, aunque sigo considerando improbable que el nacionalismo independentista catalán consiga acumular suficiente fuerza para vencer la resistencia del Estado español en un enfrentamiento directo. El todo o nada no creo que conduzca al nacionalismo independentista catalán a ninguna parte.
HACIA NINGUNA PARTE
Pero esa estrategia tampoco conduce a ninguna parte al Gobierno de la nación, ya que no puede considerar que no ha pasado nada desde la aprobación de la reforma del Estatuto y la anulación de su contenido esencial por el Tribunal Constitucional y que, en consecuencia, la integración de Catalunya en España está resuelta y bien resuelta en el bloque de la constitucionalidad, como el presidente del Gobierno subrayó expresamente en su intervención parlamentaria el 8 de abril. Como se recordará, Mariano Rajoy dedicó la primera parte de su intervención a explicar por qué la solicitud de la transferencia para la celebración del referéndum era imposible jurídicamente, para pasar inmediatamente después a argumentar en términos políticos por qué los solicitantes no tenían razón, ya que, en su opinión, Catalunya recibía del Estado un trato excelente y no podía tener ningún motivo de queja. No hay nada que reformar para dar satisfacción al nacionalismo catalán, porque no tienen razón en nada de lo que se quejan. El nacionalismo catalán tiene simplemente que abandonar la sinrazón.
Cómo se sale de un enfrentamiento planteado en estos términos, es imposible de predecir. De alguna manera se saldrá, pero no podemos saber cuál será, entre otras cosas porque hasta el momento el enfrentamiento se ha producido sin violencia, pero ¿se puede descartar que, a medida que se aproxime el 9 de noviembre y en la resaca de la no celebración del referéndum, la violencia no haga acto de presencia? No me refiero a violencia de tipo terrorista, sino a violencia institucionalizada del tipo de “desobediencia civil de baja intensidad” (Xavier Vidal-Folch, El País) y la esperable reacción del Gobierno. Eso puede conducir a que los términos del planteamiento de la integración de Catalunya en España o de su independencia se escapen del control de quienes están representando las diversas opciones.
El enfrentamiento en términos de todo o nada implica este riesgo porque conduce al no reconocimiento jurídico de las partes enfrentadas. En estas condiciones, el conflicto, por definición, no tiene salida. Si se negocian los términos de un referéndum de independencia, como en Escocia, es obvio que todo el proceso será un proceso negociado. Se aceptará el resultado del referéndum y a partir de ahí se negociará lo que se estime que hay que negociar. Lo que se hace en el punto de partida marca el desarrollo ulterior de todo el proceso. Pero si el punto de partida es que no hay nada que negociar porque, por un lado, se considera que la independencia de Catalu-nya es resultado de un derecho natural a la autodeterminación irrenunciable e imprescriptible, y por otro se alega que la existencia de una voluntad independentista no puede ser siquiera reconocida, porque el pueblo catalán aprobó en referéndum la Constitución en 1978 y el Estatuto en 1980 y así renunció para toda la eternidad a su derecho a ser independiente de España, no es posible encontrar un terreno común sobre el que dialogar.
Y en estas estamos. El nacionalismo independentista afirma que la celebración del referéndum es una exigencia de derecho natural que no puede no estar por encima del derecho positivo. Es la esencia misma de la democracia la que se pone en cuestión con la negativa a su celebración. Desde el Gobierno de la nación se argumenta que el derecho a la autodeterminación lo ejercen los catalanes desde el 29 de diciembre de 1978 en el marco jurídico definido por la Constitución en condiciones de igualdad con los demás ciudadanos españoles y que, por tanto, los catalanes no están privados del ejercicio de ningún derecho, sino que quieren alterar de manera unilateral el marco jurídico fijado en la Constitución.
Ambas posiciones tienen argumentos muy sólidos a su disposición, pero con ninguno de ellos se puede llegar a un encuentro, sino todo lo contrario. Es un ejemplo de libro de discusión que se desarrolla en líneas paralelas, que jamás podrán confluir. Es lo que está ocurriendo desde hace cuatro años, aunque se podría decir que desde hace ocho, pues aunque es verdad que la STC 31/2010 fue la que desató el enfrentamiento en los términos a los que me vengo refiriendo, no lo es menos que esos términos ya eran visibles en el texto del recurso de inconstitucionalidad interpuesto por los parlamentarios del PP, que el Tribunal Constitucional resolvió de manera sobradamente conocida y, en mi opinión, sumamente imprudente, por decirlo de manera suave.
TODO O NADA
Llevamos instalados en el conflicto en estos términos de todo o nada demasiado tiempo. De manera inequívoca desde que fue dada a conocer la STC 31/2010, pero en realidad desde que se inició el proceso de reforma del Estatuto en 2004 y el PP se autoexcluyó del debate, ayudado sin duda por la estrategia poco meditada del Gobierno tripartito. El conflicto tiene ya casi una década de recorrido y en este tiempo no ha hecho más que enconarse. No ha habido ni un solo instante en el que se haya rebajado la tensión. Ha ido incesantemente a más.
Dejarle siempre una salida al toro es la primera regla de la tauromaquia. No se ha respetado hasta el momento en ninguna de las fases por las que ha atravesado el conflicto. Como acabo de indicar, son ya muchos los años transcurridos y cada vez es mayor, por ello, la probabilidad de que la salida no sea pacífica y jurídicamente ordenada.
Por ahora, solo el partido socialista apunta una salida con la fórmula de una reforma —una revisión de la Constitución— en los términos previstos en el artículo 168 CE. Ni el nacionalismo independentista ni el Gobierno de la nación parecen dispuestos a aceptar un debate en este sentido. No es probable, por tanto, hallar una salida al conflicto por esa vía. No antes del 9 de noviembre. Seguimos, pues, si novedad en el frente y cerca del choque de trenes. Que Dios reparta suerte.
Artículo de análisis vinculado al Dossier 'Un pulso enconado por la desconfianza' sobre el debate territorial