Sindicalismo y economía social: una compleja relación
Confluencia: Tras décadas de alejamiento, los sindicatos apuestan por la actuación conjunta con las cooperativas como vía para democratizar la economía y luchar contra las desigualdades.
Sindicatos y cooperativas de producción y consumo son instrumentos creados en el siglo XIX por los trabajadores para hacer frente a los peores efectos de la Primera Revolución Industrial, manifestados en la sobreexplotación de la clase trabajadora de la época. A pesar de este origen común, lo cierto es que, en términos históricos, el sindicalismo y el cooperativismo han seguido demasiadas veces caminos distintos. Paradójicamente, si el movimiento sindical en los países avanzados del capitalismo industrial vino atravesado históricamente desde finales del siglo XIX por las polémicas y luchas entre los partidarios del campo reformista y los del campo revolucionario, con relación al cooperativismo se producía una curiosa coincidencia entre unos y otros para rechazarlo como forma válida de producción y organización social alternativa al capitalismo. En estas desconfianzas ideológicas y su influencia en la cultura política concreta del sindicalismo puede estar la raíz de la tradicional sospecha con que, hasta hace relativamente poco tiempo, se ha observado el cooperativismo desde amplios sectores del movimiento sindical clásico, sospecha que ha sido frecuentemente un itinerario de ida y vuelta.
Tanto en el campo del socialismo reformista, Beatrice Webb, miembro destacada de los fabianos británicos que tanto influirían en la formación del Labour Party, como en el SPD alemán, Eduard Bernstein, en su obra Socialismo evolucionario (1898), son extremadamente críticos con el sistema cooperativista y sus posibilidades. En su respuesta a Bernstein, Rosa Luxemburgo en ¿Reforma o Revolución? (1899), desde el socialismo revolucionario rechazó igualmente el cooperativismo como un sistema con posibilidades de éxito dentro del capitalismo so pena de perder sus elementos genuinos basados en la propiedad social y la autogestión.
Hasta hace relativamente poco tiempo, ambos mundos se miraban mutuamente con desconfianza
Curiosamente, estos argumentos, claramente deterministas, no tuvieron impacto en algunas grandes organizaciones políticas de izquierda de matriz marxista, como el PCI en Italia, el cual desarrolló un importante movimiento cooperativista que pervive hoy en día en diversas regiones. En el contexto europeo, el cooperativismo también se impulsó por el más residual anarcosindicalismo y desde la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), por el sindicalismo de inspiración cristiana. No siendo estos últimos sindicatos el núcleo mayoritario de los diversos sindicalismos nacionales, su importancia en el desarrollo del cooperativismo fue muy relativa. Después de la Segunda Guerra Mundial, el consenso entre democristianos y socialistas para el desarrollo del estado de bienestar, la potenciación de la negociación colectiva, la expansión de los derechos sociales (sanidad gratuita universal, pensiones, protección al desempleo, etc.) hizo que los instrumentos creados por los trabajadores para afrontar la sobreexplotación (cooperativas, sociedades de ayuda mutua, etc.) perdieran importancia en las décadas siguientes.
Revolución neoliberal y cambios de paradigmas
La revolución neoliberal iniciada en la década de 1980 significó un cambio radical en muchos de los paradigmas sociales vigentes hasta entonces. Las políticas económicas y sociales derivadas del Consenso de Washington que se aplicaron durante la década de 1990 en América Latina constituían el resumen de ese neoliberalismo y consagraron el fundamentalismo de mercado. Detrás, subyacía la idea de que existe un modelo único de desarrollo, aplicable a todos los países en todas las circunstancias, y una visión de la economía de mercado antagónica del intervencionismo estatal o social. Estas políticas generaron un amplio nivel de rechazo por parte de los movimientos sociales de esos países, que comenzaron a impulsar alternativas de economía popular en el marco de lo que pasó a denominarse la economía social y solidaria (ESS).
En paralelo, en el plano teórico, aquellas críticas con el cooperativismo fueron cuestionadas por numerosos autores del movimiento alterglobalizador concretado en los Foros Sociales Mundiales (FSM). Estos autores, analizando el desarrollo de esas formas de economía alternativa, han venido considerado la necesidad de avanzar y explorar nuevas formas de producción y organización no capitalista. En este sentido, han destacado autores de la tradición marxista renovada como el profesor brasileño Paul Singer y Boaventura de Sousa Santos, de la Universidad de Coimbra.
Ilustración: Elisa Biete Josa
Esa contestación social fue encabezada generalmente por los sindicatos, particularmente en Brasil, Uruguay y Argentina, donde, respectivamente, la Confederación Unitaria de Trabajadores (CUT, una de las organizaciones fundadoras de los FSM), la PIT-CNT y la CTA lideraron a finales de esos años noventa los movimientos de empresas recuperadas que transformarían esas sociedades en cooperativas propiedad de los trabajadores manteniendo su vinculación orgánica y política con los sindicatos. Desde este sindicalismo latinoamericano se impulsan también organizaciones representativas de estas cooperativas auténticas (frente al falso cooperativismo organizado por las patronales) y las encuadran en el marco de la ESS. Particularmente interesante resulta el caso de la CUT brasileña, donde con la acción decidida del Sindicato dos Metalúrgicos del ABC paulista (el sindicato del expresidente Lula), se constituyó en 1999 la Agencia de Desarrollo Solidario (ADS/CUT) con el objetivo de formular desde el movimiento sindical propuestas en relación con las políticas públicas de desarrollo local, especialmente en lo que se refiere a la potenciación de los emprendimientos de la economía popular y solidaria, así como desarrollar iniciativas sindicales de fomento de la ESS. Ese mismo año, gracias a ese impulso de la CUT y de las cooperativas originadas en las empresas recuperadas y con apoyo técnico, económico y político de los sindicatos europeos de la CGIL y CISL de la Emilia-Romagna italiana y CC OO de Cataluña, se funda UNISOL Brasil, central de cooperativas y emprendimientos solidarios, que hoy reúne a unas 800 cooperativas de los diversos sectores productivos y de servicios, distribuidos por todo Brasil, agrupando a unos 75.000 socios trabajadores.
Nuevas realidades en la organización del trabajo
Con ritmos distintos, las nuevas políticas del capitalismo también se generalizaron en Europa. Después de la crisis del petróleo de 1973 se observan los primeros ataques al estado de bienestar que modifican de facto aquella posición tradicional de los sindicatos en relación con el apoyo de fórmulas empresariales basadas en la propiedad de los trabajadores. En nuestro entorno, la crisis industrial de finales de 1970 genera en Italia los primeros fenómenos de workers buy out, es decir, empresas adquiridas por sus trabajadores y transformadas en cooperativas con el apoyo sindical. En España, esa crisis, un poco más tardía, generó un importante movimiento de empresas recuperadas en determinadas zonas del país encabezado por los dirigentes sindicales de esas empresas, básicamente de CC OO. Este proceso determinó una regulación jurídica específica para encajar esta nueva forma de democratización económica, las denominadas sociedades laborales, en las que los trabajadores poseen la mayoría del capital. La primera ley reguladora (1986) las equiparó al cooperativismo a efectos de las políticas de fomento.
Los sindicatos se están sumando como socios a proyectos de consumo alternativo en varios sectores
Organizar el trabajo bajo las nuevas realidades, las reflexiones teóricas abiertas sobre la necesidad de construir alternativas socioeconómicas no capitalistas, las propuestas de la OIT y su estrategia del trabajo decente y de impulso del cooperativismo y la ESS, etc. hace que el sindicalismo esté reconduciendo sus relaciones con el mundo de la ESS en favor de una actuación conjunta con sus entidades representativas por una democratización de la economía que sea antídoto al incremento de las desigualdades. Con ello no se obvia la existencia de posibles zonas de fricción que habrán de reconducirse mediante la colaboración y el diálogo. Sería el caso de la denuncia conjunta de las falsas cooperativas que sobreexplotan a trabajadores precarios e inmigrantes y la comprensión de la necesidad de la presencia sindical como contrapeso en lo que se conoce como cooperativas sin cooperativistas. En otro sentido, al igual que lo hacen individualmente numerosos afiliados sindicales, esa nueva relación del sindicalismo con la ESS pasa por implicarse activamente, en tanto que sindicatos, como socios de cooperativas de consumo alternativo que van surgiendo en diversos sectores. Es el caso, por ejemplo, de la banca ética en Italia, donde las centrales sindicales CISL y CGIL son grandes impulsoras del banco cooperativo Banca Etica. En España, CC OO lo ha hecho con la rama española de aquel, Fiare Banca Etica. También en el caso de las cooperativas eléctricas de energías renovables de segunda generación como Goiener, Som Energía o Energética, con la idea, además, de fortalecer este consumo alternativo y sostenible mediante el cambio progresivo del suministro eléctrico de las sedes sindicales, el apoyo a cooperativas culturales como el Festival Esperanzah!, etc. En el marco histórico actual ese parece ser el camino para contribuir conjuntamente a la cohesión social y superar una relación demasiadas veces compleja.