Susto o muerte
A principios de noviembre sabremos quién es el presidente o presidenta de la nación más poderosa del mundo. Los electores norteamericanos habrán optado entre la derecha dura, pero homologada y con cara civilizada, léase Hillary Clinton, o la extrema derecha xenófoba, dudosamente democrática y claramente retrógrada y machista que encarna el supuesto multimillonario Donald Trump.
No nos engañemos. En Europa tendemos a pensar que el bipartidismo en EE UU, como en algunos países del viejo continente, está representado por un partido de derechas (el Republicano) y otro socialdemócrata moderado (el Demócrata), y no es así: los dos pertenecen a la derecha dura. Los republicanos son defensores a ultranza de los métodos de la ultraliberal Escuela de Chicago de Milton Friedman, y los demócratas también, pero se permiten el lujo de incluir en su programa algún toque social en materia de sanidad, educación o derechos de la mujer, por ejemplo.
Con independencia del vencedor, la campaña electoral norteamericana ha pasado a la historia como una de las más duras y desabridas por la actitud de los dos contrincantes, especialmente de Trump, que es quien ha marcado las pautas con sus intemperancias, mentiras, xenofobia, insultos y descalificaciones rayanas en el delito. Esta actitud ha tenido un doble efecto. Por una parte ha forzado a Hillary Clinton a seguir la estela de la dureza fijada por el presunto magnate del juego y los concursos de misses; y por otra ha provocado que el debate político de fondo y serio sobre los respectivos programas electorales —eso, ahora que caigo, también sucede aquí, donde tampoco hay debate profundo y confrontación sensata sobre las diversas propuestas electorales— haya casi desaparecido de la campaña norteamericana.
En definitiva, mirado desde la perspectiva de la izquierda europea, el elector estadounidense ha tenido dos opciones: elegir entre susto o muerte. Si ha elegido susto habrá contribuido a que al primer presidente negro de la historia de EE UU le suceda la primera mujer al frente de la nación.
Javier Quintanar