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Tener o no tener... o simplemente usar

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Junio 2015 / 3

Propietarios. A lo largo de la mayor parte del último siglo, hemos crecido deseando serlo. Ser dueño, hemos aprendido, nos da pátina de estabilidad. Lo básico es tener una casa —con la carga de inmovilismo que añade al desaparecido trabajo para toda la vida—, seguido, por supuesto, de un coche, su plaza de aparcamiento o una colección de discos (o casetes, o CD, o canciones digitales). Lo curioso es que, adelantado a su tiempo, el Diccionario de  la Real Academia Española (RAE) no sólo define propiedad como “el derecho o la facultad de poseer alguien algo”, sino también como el de “poder disponer” de ese algo “dentro de los límites legales”. Es decir, que, en un marco de reglas que rijan para todos —para evitar caer, por efecto péndulo, en la ley de la selva—, se sugiere que uno puede sentirse propietario cuando utiliza una cosa, cuando la disfruta.

 

CREAR ‘MARKETPLACES’

En un mundo en el que existe incluso un síndrome del “acumulador compulsivo”, o ansiedad por acaparar artículos u objetos y ser incapaz de deshacerse de ellos, se abre camino la puesta en marcha de plataformas facilitadoras (los llamados marketplaces) que permitan que personas (amigas, conocidas o desconocidas entre sí) conecten entre sí en cualquier lugar y en cualquier momento para cerrar algún acuerdo. Y no siempre con dinero físico de por medio. Puede pagarse exclusivamente por uso, compartir lo que se tiene, unirse para compartir gastos, trocar objetos de ocasión, reciclar en lugar de desechar, regalar aquello que ya no se usa y que permanezca en buen estado, o venderlo al mejor postor, en este caso sin ningún fin social. 

Este panorama supone que el ciudadano no sólo se viste de consumidor ante una de estas plataformas, sino que a la vez produce para los demás.

Nuevas plataformas facilitan que conocidos (o no) cierren un trato, con o sin dinero de por medio

Las comunidades se autorregulan y tienden a expulsar a quienes infringen las reglas 

Es obvio que sólo sobreviven las plataformas que proyecten suficiente confianza entre quienes participen en las transacciones, de modo que no puedan encontrarse con sorpresas desagradables (desde una estafa en toda regla a un objeto estropeado o distinto del anunciado). Las comunidades, en este sentido, se autorregulan y tienden a expulsar a quienes infringen las reglas del juego. Es su único modo de sobrevivir. Además, se desarrollan cada vez más mecanismos de control de la reputación de todos los actores de la red, gracias a las opiniones de sus propios miembros.  

Tras la crisis, los cambios culturales y de mentalidad hacen el resto. Hoy, para muchos jóvenes, tener un coche no da el estatus social del pasado.