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Allí donde no llega la moneda ‘legal’

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Junio 2015 / 3

El valor del dinero tiene mucho que ver con la psicología, la reputación y la imagen. No tanto las de quienes más dinero poseen, sino las del propio dinero. Por ejemplo, si la economía se desploma, dejamos de creer en la moneda. Lo que importa es la credibilidad y confianza que aquélla proyecta sobre quiénes intercambian con ella. 

En realidad, permitir el intercambio es la razón de ser del dinero. El invento de la moneda supuso añadir al trueque —tú me das una cabra a cambio de que yo te dé un cerdo— la capacidad de posponer parte de la transacción. A lo mejor te doy el cerdo que necesitas, pero no necesito ninguna cabra, sino una burra, de modo que te entrego el cerdo a cambio de algo que me permita esperar hasta encontrar la burra. Otra cosa es que a la función de medio de intercambio le hayamos añadido otras —tampoco ajenas a la psicología—, como el ahorro o incluso la especulación. Pero el dinero estancado no mueve la economía de una comunidad.

Una moneda local puede ser social o no, pero siempre anima al comercio de la zona y refuerza lazos

El valor de una moneda depende hoy, sobre todo, de la confianza de que goce entre quienes la utilicen

Lo de la confianza, a partir de unas monedas de reservas, es relativamente reciente. Si durante el siglo XIX el oro servía para medir el valor de la moneda —tanto te doy porque tengo el oro equivalente que lo respalda—, tras la Segunda Guerra Mundial fue el dólar la referencia monetaria internacional, aunque EE UU siguió abrazando el patrón oro.

Es habitual pensar que la mayoría del dinero que circula por el mundo es dinero legal, emitido por bancos centrales de los países. No es cierto. Ese tipo de dinero sólo supone una pequeña parte del total. El grueso lo fabrican los bancos privados cada vez que conceden un préstamo a una empresa, particular o institución, y le añaden un interés. 

 

TIPOS DE DINERO

Pero existe un tercer tipo: el que encarnan las monedas locales, regionales o de una determinada comunidad. En el mundo se cuentan por miles los experimentos realizados con ellas, a menudo en tiempos de crisis, pero también en etapas de gran transformación social. En las últimas décadas, la hiperglobalización ha desarrollado como paradoja una apuesta por movimientos descentralizadores que incrementan la producción y el consumo locales. Una moneda alternativa puede tener finalidad social —luchar contra la exclusión, por ejemplo— o  económica. Pasa por casar recursos infrautilizados con necesidades no satisfechas, estimula la actividad local y el empleo y refuerza lazos dentro de la comunidad. También puede promover comportamientos verdes. En España se  contabilizan 70 intentos en cinco años, según El dinero de la gente (Bernard Lietaer, Margarit Kennedy y John Rogers). Las experiencias son múltiples.