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Cifras para una crisis

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Julio 2014 / 16

Periodista

La producción propia en España no es atractiva. Exportamos poco y tenemos un sector de exhibición minifundista, con muchas salas, no siempre bastante cómodas y modernas.

Sala semivacía del cine municipal de Caseres (Girona). FOTO: EDU BAYER

Desde que existe la industria del cine se habla de la crisis del cine español. Es verdad que Hollywood, Francia o Gran Bretaña también hablan a menudo de la crisis de su industria local, pero su desastre, cuando existe, tiene otra dimensión. En aquellas latitudes se habla de un sector que mueve mucho dinero y de una gran influencia a la hora de imponer mitos y modas, mientras que aquí todo se reduce a solicitar una mayor atención de los poderes públicos, a menudo enfrentados con el cine porque no les propone el espejo que desean: imperial y triunfante hace muchos años, pío y casto luego, desarrollista más tarde, descubridor de una libertad limitada a las exhibiciones anatòmicas cuando murió el dictador y, desde entonces, en un permanente intento de reciclaje de las viejas fórmulas a las necesidades actuales, llámense estas movida o series televisivas. A veces se muestra capaz de tratar correctamente problemas contemporáneos –la falta de futuro de los jóvenes, el paro masivo o los cambios de costumbres—, pero casi siempre es incapaz de conectar con lo que se vive más allá de los Pririneos.

La sempiterna crisis del cine español ha sido abordada regularmente desde la óptica de los intereses de la producción: no hacemos suficientes películas, no disponen de bastante presupuesto, los intereses son demasiado altos, la piratería falsea las cifras... Todo eso es cierto, pero no basta. La Unión Internacional de Cines ha publicado datos referidos a 2012-2013, malos años para todos los países europeos. Pues bien, el conjunto de los cines de cada país recaudó más o menos lo mismo en Alemania y Gran Bretaña, mejoró algo en Italia (1,5%), de manera espectacular en Rusia (10,2%) y se hundió en la Península Ibérica: el 11,5% en Portugal y un tremendo 16,3% en España. El país europeo de referencia en cine, Francia, también atravesó por dificultades y dejó de encajar 50 millones de euros durante el mismo período en que en España se recaudaban 100 millones menos. Eso sobre un total que en el caso francés dobla de largo el hispano.

Si ganas menos dinero porque tienes menos espectadores es más dramático cuando la parte correspondiente a la producción nacional es muy pequeña en relación con la cifra de títulos producidos: en España atrae entre el 18% y el 14% de la audiencia; en Francia, oscila entre el 40% y el 34%. Y en Italia va del 25% al 31%.

Los europeos que van más a menudo al cine son los irlandeses, seguidos de franceses, ingleses, daneses, noruegos y luxemburgueses, a su vez seguidos de holandeses, alemanes e italianos. Los españoles lo hacemos con la misma frecuencia que estos últimos, pero si en Alemania hay 57 pantallas de cine por cada millón de habitantes (en Italia, 65), en España disponemos de entre 81 y 86 pantallas, como en Francia, pero con resultados muy inferiores.

En definitiva, la producción propia no es atractiva, exportamos poco y tenemos un sector de exhibición minifundista, que ofrece muchas salas sin cubrir el territorio de manera razonable –hay capitales de provincia sin cine y barrios enteros de grandes ciudades sin una sala—, y no siempre esas salas son lo bastante cómodas y modernas, aunque en ese aspecto somos comparables a italianos y polacos.

En esa Francia que sirve de modelo cuando hablamos de cine, los fondos del Centro Nacional de Cinematografia proceden, sobre todo, de impuestos sobre las entradas, la publicidad televisiva y de tasas sobre la telefonía móvil o la venta de DVD. Esos fondos se reparten no solo para producir, sino también para tirar más copias, modernizar las salas con préstamos sin intereses y ayudar a la conservación y restauración de patrimonio. Si queremos imitar, hagámoslo en todo.