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La verdad tras los ‘lobbies’

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Noviembre 2018 / 64

El caso Sloane sitúa el debate de lo reprobable moralmente que supone permitir un sistema democrático presionado por lobbies.

Jessica Chastain, protagonista de la película.

Así como si de hacer lobby se tratara, un buen thriller requiere previsión, anticiparse a las expectativas del espectador y diseñar un guion que contenga los giros necesarios en el momento oportuno. El caso Sloane (John Madden, 2016) tiene todos los ingredientes para sumergirnos con un ritmo endiablado en el intrincado mundo de los lobbies americanos, donde se esconden parásitos de la democracia dispuestos a todo tipo de fechorías (sobornos, espionaje, amenazas, etc.) con tal de conseguir su propósito: beneficiar a las empresas que representan.

La protagonista de semejante historia es Madeleine Elizabeth Sloane, una profesional de los asuntos gubernamentales, ambiciosa y tenaz, que opera desde una empresa de comunicación, una forma muy sofisticada de decir lobby. Interpretada por una brillante Jessica Chastain, Sloane es una mujer capaz de todo: de hacerlo fantásticamente bien al coste que sea y de estropearlo todo en el momento más delicado de su carrera. He aquí cuando empezará su infierno, personal y profesional, pero antes descubriremos qué turbios movimientos tienen lugar en la clandestinidad del Capitolio cuando de aprobar una ley se trata. En El caso Sloane la acción se centra en el posible incremento de la regulación para portar armas, algo muy sensible en Estados Unidos, ya no solo por la magnitud del propio negocio, sino por el debate moral que se abre ante una sociedad cada vez más atemorizada.

Si en ajedrez anticiparse es importante, en la vida de los lobbystas no hacerlo supone perderlo todo. El objetivo de Sloane es ganar a toda costa, sin importarle los medios. Para ello, tiene en cuenta todos los recursos que están en sus manos (y los que no también si hace falta). A través de sus movimientos conocemos el ritmo frenético en el que se desenvuelven este tipo de profesionales y todas las herramientas con las que pueden llegar a contar como los estudios de opinión, encuestas y entrevistas con senadores, líderes de grupos de poder y asociaciones clave para el sector que se trate. Tanto su influencia como sus donaciones se vuelven indispensables y todo suma para llegar al fin: la victoria bajo los intereses por los que se muevan. Es un trabajo constante en el que nunca se duerme ni se descansa.

En El caso Sloane vemos la dualidad de valores de la sociedad americana, separadas grosso modo en  derechas e izquierdas. Sus puntos de mira y su ética nos permiten discernir el tipo de política en el cual nos posicionaríamos y hasta qué límites podríamos llegar a tolerar para apoyar la causa en la que creemos. 

A menudo, Sloane es acusada de tener una mente retorcida y maquiavélica, pero ella misma se encarga de demostrar continuamente que es el propio sistema político el que está totalmente pervertido por las fuerzas económicas que lo presionen. “Malpensado es como llaman los ingenuos a quienes carecen del exceso de candidez que ellos mismo manifiestan” es una de las perlas que nos brinda el magnífico y mordaz guion firmado por Jonathan Perera, unas palabras con las que Sloane, pieza fundamental de ese mundo, se defiende una vez más de aquellos que desconfían de sus pensamientos, a priori demasiado enrevesados pero que a la hora de la verdad la legitiman sin lugar a dudas.

Todo thriller que se precie de serlo debe ser imprevisible y mantener al espectador en vilo hasta el punto de sorprenderle con un último giro de guion. No es tarea fácil, pero El caso Sloane consigue contenerte la respiración hasta el punto exacto en el que liberarte de la carga con una maniobra digna de los mejores filmes del género. Touché.