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Otra historia de la cultura

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Abril 2014 / 13

Periodista

Los manuales de historia de la literatura, del teatro o del cine solo tienen en cuenta los textos, obras o películas que han llegado hasta nosotros y que antes ya fueron destacados por críticos, historiadores, novelistas o expertos más o menos competentes.

Fotograma de Non-Stop.

Si esos mismos manuales se escribieran teniendo en cuenta como parámetro definitivo el número de ejemplares vendidos, de representaciones o de espectadores, todo cambiaría. Las preferencias populares, con lo que de democrático y populista comportan, condenarían al olvido al 90% de los grandes nombres y harían emerger otras figuras.

El barcelonés Jaume Collet-Serra (Sant Iscle de Vallalta, 1974) sería sin duda el mejor director español de todos los tiempos, muy por encima de los Berlanga, Buñuel, Trueba, Almodóvar o Amenábar, por citar a algunos de los pocos hispanos que figuran en todas las enciclopedias. Collet-Serra ha logrado lo que antes ningún compatriota: ser número 1 de la taquilla norteamericana. Y no una vez, sino en dos oportuniddes. Lo ha logrado ahora con Non-Stop, que acaba de estrenarse entre nosotros, pero ya lo consiguió en 2011 cuando, en solo tres días, recaudó con Unknown más de 22 millones de dólares, lo que había costado la producción. El resto, la enorme añadidura, fue todo beneficio, como lo son los millones de dólares obtenidos con Non-Stop.

¿Es una gran película Non-Stop? Es como preguntar si Ten Little Niggers es una cumbre literaria. Lo que sí sabemos es que varias generaciones han leído la novela de Agatha Christie y que el libro ha sido llevado a la pantalla en diversas ocasiones. En Non-Stop la isla ha sido cambiada por un avión y las muertes están previstas cada 20 minutos. A Collet-Serra le interesa crear y mantener una intriga, que esta vaya alimentándose regularmente con sorpresas —el que parecía sospechoso deja de serlo, la solución que intuíamos se revela imposible, etc.—, que la acción no decaiga y que los personajes queden descritos con un solo trazo para luego descubrirnos los recovecos del alma, como dirían los cursis.

Liam Neeson es un agente alcohólico, con problemas de dinero y sentimentales: detrás de todo ello está la muerte de una hija; el profesor holandés mentiroso y charlatán es en realidad un patriota decepcionado por unos EE UU que no se deciden a acabar con todos sus enemigos; la caprichosa y frívola Julianne Moore también tiene un secreto que explica su comportamiento. En definitiva, nada es lo que parece y un cargamento de cocaína esconde una bomba y una crisis cardíaca un sutil envenenamiento.

Viendo Non-Stop y el sabio manejo que Collet-Serra hace de los tópicos y las convenciones, es imposible no pensar en lo mucho mejores que hubieran podido ser las inacabables películas de la serie Aeropuerto, que alimentaron el repertorio del cine de catástrofes durante la década de los setenta, si las hubiera dirigido este barcelonés afincado en Los Ángeles.

Al final, cuando hay que verbalizar el porqué del embrollo, las motivaciones de los criminales, el cineasta, con muy buen criterio, deja que los actores lo digan de una vez, deprisa y sin tiempo para la reflexión, para luego poder entregarse a lo que de verdad nos entretiene: que el aparato estalle en pleno vuelo, que el piloto quiera aterrizar con un boquete en el fuselaje y un motor incendiado, que los protagonistas tengan tiempo de tirar balazos a la cabeza a los que se lo merecen y que la niña de seis años, salvada de milagro, venza su miedo a volar.

Hitchcock hablaba de Mac-Guffins para referirse a los pretextos inverosímiles que servían para organizar una sucesión de descargas de adrenalina. Hitchcock, despreciado en su día por la crítica, ocupa hoy un lugar destacado en las mencionadas historias del cine. Collet-Serra hace un cine de ningún lugar; es decir, de ese país que no existe y que se llama el mundo del cine o, para simplificar, Hollywood. Y da gusto e inquietud verle tan bien adaptado.