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¿Prestigio sin fundamento?

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Mayo 2013 / 3
Foto artículo: ¿Prestigio sin fundamento?

Todos los humanos, en un momento u otro de nuestras vidas, experimentamos en carne propia el Principio de Peter.

Nos descubrimos incompetentes, ya sea en la profesión, en el trato humano, en las relaciones sentimentales, en la práctica deportiva o en la búsqueda de setas, y no queremos admitirlo, lo camuflamos. El ocultamiento puede carecer de importancia o atraparnos hasta hacernos perecer bajo toneladas de equívocos. 

Los artistas suelen protagonizar vistosos ejemplos del famoso principio. Escriben una buena primera novela, ruedan un primer film innovador, aciertan a pintar de otro modo lo que ya hemos visto mil veces, y de pronto se les encumbra y califica de genios. A veces se lo creen y empiezan a comportarse como tales o como se supone que lo hacen los de verdad.

Javier Bardem en To the Wonder.

El desconocido Terrence Malick, en 1973, ganó en San Sebastián con su primera cinta, Badlands. En aquellos años el festival donostiarra atravesaba una profunda crisis. El presidente del jurado era Nicholas Ray, que entre cabezada y cabezada vio al joven Martin Sheen, el protagonista de Badlands, como una reencarnación de James Dean.

Con la Concha de Oro bajo el brazo, Malick no tuvo prisa. En 1978, gracias a la fotografía de Néstor Almendros y la fotogenia de Richard Gere, se consagró. Days of Heaven fue finalista en los Oscar por distintos conceptos y Almendros ganó el que le correspondía. 

Aún había que tener menos prisa. Hubo que esperar 20 años para que Malick terminara una nueva película: The Thin Red Line, un film sobre la batalla de Guadalcanal. El cineasta insistía en proponernos distintas declinaciones de su tema preferido: la pérdida del paraíso. A causa de la violencia unas veces, a causa del pecado otras. 

Dotado de un talento visual innegable, rodeado siempre de muy buenos técnicos y grandes fragmentos de música, Malick ha ido cultivando su imagen de “poeta del cine”. En The New World  (2005) quiso hacernos ver y sentir lo que era América antes de su descubrimiento. En The Tree of Life  (2011) se atrevió a filmar el primer gesto “humano” —un diplodocus renuncia a aplastar la cabeza de otro— para luego mostrarnos la traumática educación de unos niños bajo la tiranía de un padre dictatorial y frustrado. Al final, uno de esos hijos, arquitecto, después de edificar horrores y preguntarse por el sentido de la vida, acaba en un cielo o paraíso concebido como la publicidad de una compañía de seguros.

La ambición de trascendencia de Malick, su necesidad de explicitarse como filósofo, puso en cuarentena todo lo que había hecho hasta ahora. ¿Toda esa poesía desembocaba en una religiosidad de tres al cuarto? Toda la ambigüedad inherente al destilado poético se transformaba en aserciones dignas de un catecismo ecorreligioso.

En To the Wonder (2013), Javier Bardem encarna a un predicador en el que el director delega mensaje. Los personajes intentan recuperar la inocencia previa al pecado original. El espectador admira los contraluces y la belleza lánguida y melancólica de las heroínas. 

En su momento nadie lo dijo, pero las torres inclinadas de KIO no solo amenazaban ruina por su 15% de inclinación. Su destino era acabar en manos de Bankia, pero, ¿quien se ha atrevido a hablar mal de Philip Johnson? ¿Quien se atreve a hablar mal de Malick? El problema es que un(os) último(s) error(es) ilumina retrospectivamente el inicio de una trayectoria. El empeño en ser y parecer genial termina con la genialidad.