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Todo está en ‘Borgen’

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Junio 2016 / 37

Una de las series políticas de referencia, ‘Borgen’, incluye algunos de los debates económicos clave en las sociedades occidentales.

La política Birgitte Nyborg, con su asesor de comunicación Kasper Juul.

La aclamada serie de ficción Borgen, sobre las intrigas de la política danesa, es uno de los pocos terrenos de consenso entre los principales partidos políticos españoles, cuya falta de entendimiento ha precipitado la repetición de las elecciones generales, el próximo 26 de junio.

Es sabido que algunos tienen su propia serie inspiradora —el núcleo irradiador de Podemos prefiere la más sangrienta Juego de tronos—, pero una serie capaz de entusiasmar simultáneamente tanto a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau —que tiene muchos motivos para empatizar con la idealista política forzada a aprender muy rápidamente las reglas de la realpolitk—, como al líder de Ciudadanos, Albert Rivera —que aún sueña con emular el genio moderado de la protagonista y situarse en el centro del tablero no ya como hacedor de reyes, sino con el control del Boletín Oficial del Estado—, es realmente digna de ser seguida: debe de haber muy pocos políticos con posibilidades de lograr escaño el 26-J y analistas a derecha e izquierda que no hayan caído rendidos a los encantos de esta humilde producción que ha alcanzado una audiencia global.

Pero la gracia de Borgen  es que no se trata únicamente de una serie sobre los entresijos de la política y sus navajazos inherentes —aquí, en general, refinados y de exquisitas formas florentinas—, sino que aborda muchos debates económicos clave de las sociedades occidentales. Y lo hace con el registro general de toda la producción, asentada en la complejidad de los grises y lejos de los planteamientos de blanco o negro.

El debate económico de fondo en las tres temporadas, que pueden verse en las plataformas televisivas bajo demanda, es la reforma del Estado de bienestar, construido sobre unas condiciones que la globalización neoliberal ha modificado de forma sustancial y con un movimiento obrero, que fue clave en la creación de un Estado con derechos y seguridades, muy debilitado y hasta en descomposición.

Esta decadencia del movimiento obrero organizado se expresa tanto en  su versión sindical como política, con un partido socialdemócrata a la baja, en mutación permanente y con nuevos dirigentes tecnócratas y modernos sin apenas conexión con unas bases populares en general menguantes y perdedoras en la globalización; fruta madura, por tanto, de los nuevos movimientos populistas de derechas que ofrecen protección al de casa con la receta de mantener a raya y lo más lejos posible al diferente y extranjero para poder preservar dentro de la  fortaleza un modelo social en  declive imparable. 

La liberal progresista Birgitte Nyborg quiere, en cambio, reformar el Estado de bienestar para hacerlo viable, con servicios públicos universales y de calidad, lo cual también la separa de la derecha liberal y su afán privatizador. Pero en cambio, sus planteamientos modernizadores chocan con la tradición de sus socios —y a la vez rivales— socialdemócratas, que hasta sus dirigentes ven como un lastre para impulsar la modernización pendiente, business-friendly, que en teoría salvará el Estado de bienestar. 

Es un debate complejo, pero muy de actualidad, y todos los ingredientes están bien aliñados en Borgen, que no rehúye tampoco fenómenos sustantivos como el peso de las élites económicas en las políticas del gobierno —ojo: no siempre de forma negativa—, el papel de la gran banca en la financiación de los partidos, la influencia  de los medios de comunicación —públicos y privados—, así como las políticas de conciliación y sus límites prácticos, incluso en el caso de que se tenga muy clara su importancia.

Todo está en Borgen... salvo el final de la historia, claro.