Accede sin límites desde 55 €/año

Suscríbete  o  Inicia sesión

Una bicicleta ante los tanques

Comparte
Pertenece a la revista
Septiembre 2013 / 6

Periodista

‘Wadjda’, el film que se ha estrenado entre nosotros bajo el título de ‘La bicicleta verde’, no solo es una buena película, sino también un síntoma y un símbolo. 

Fotograma de La bicicleta verde

Se trata de una coproducción entre Alemania y Abu Dabi realizada por la saudí Haifaa al-Mansour, rodada en Riad y con parte de capital proporcionado por el también saudí príncipe Al Waleed. 

Wadjda cuenta una historia muy sencilla: una adolescente descubre que en su país, además de no poder jugar a la vista de los hombres, además de estar obligada a cubrirse el pelo o el rostro, además de estar condenada a una enseñanza estupidizante pero que se pretende “femenina”, además de no poder salir de casa sola, tampoco tiene derecho a montar en bicicleta y echar una carrera con su vecinito y amigo Abdullah. 

La película habla de una obsesión de policía sexual entre la masculinidad oficial musulmana: saber qué se ponen entre las piernas las mujeres, y un sillín de bicicleta es, para esa manera de pensar, un peligro. Dicen ellos que el sillín es un riesgo para la virginidad de las chicas, pero, piensan ellos, igual el contacto resulta placentero y, sobre todo, reflexionan ellos, las dos ruedas permiten que ellas escapen —modestamente— al control de sus amos. De ahí que podamos hablar de síntoma.

Wadjda se rodó en la primavera de 2012, como un eco de las famosas primaveras árabes. Pero la rebelión de la adolescente interpretada por Waad Mohammed es individual. Mientras que las calles de El Cairo, Trípoli y Túnez se llenaron de jóvenes que exigían una salida colectiva y lanzaban cócteles Molótov contra los tanques, en Wadjda, ella –que escucha rock occidental, calza zapatillas Converse, se pinta las uñas y detesta tener que llevar el velo islámico— tiene un objetivo personal: comprar la bicicleta. 

Wadjda, la heroína, comprende que es víctima de la dominación masculina y en ningún caso se siente sexo débil. Ve que su madre es maltratada por su padre, ve que su nombre no figura en el árbol genealógico de la familia y se da cuenta de que los hombres, todos, abusan de un poder legitimado por la religión, incluidos los taxistas, que forman parte del entramado que impide la libertad de movimiento de la mujer. De ahí que podamos hablar de símbolo.

La película presenta, pues, la rebelión discreta de alguien que sabe dónde vive. Riad no solo es la ciudad más fea del mundo, sino también un horror especial para las chicas. Los preceptos religiosos convierten a la mujer en sierva, pero Wadjda comprende que una religión convertida en retahíla de consignas no necesita de teólogos para ser discutida, sino de oportunistas para utilizarla. Es así como un concurso de preguntas y respuestas sobre el Corán, con premio en metálico, permite que ella obtenga el dinero que necesita para la bicicleta.

Wadjda, la película, es muy astuta. La escuela, al saber que el premio servirá para adquirir la demonizada bicicleta, opta por obligar a ceder el montante a los niños palestinos. Palestina sirve para todo, para hablar de nación árabe o para quitarle unos pocos riales a una niña demasiado lista. De alguna manera el film nos señala el papel que desempeña Palestina para las distintas dictaduras del Golfo, para los jeques ricos en petrodólares. Es una excusa que vale para todo, su Gibraltar. 

La película presenta de manera muy clara los problemas de unas sociedades que mantienen apartada del saber y de la plenitud de la vida social a la mitad de su población: las mujeres. Es posible que las grandes manifestaciones de trágico final de El Cairo hubiesen acabado de otra manera si el casi 100% de los dos bandos que ocupan las calles –militares y hermanos musulmanes— no llevase barba. La bicicleta frente a los tanques.