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China, Sudáfrica y América Latina / Crónica negra en Latinoamérica

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Julio 2014 / 16

La corrupción es un tema que se repite en la novela negra en general. En América Latina, el género trata, además, del narcotráfico, la inmigración, las guerrillas y la represión militar. Sobre violencia y racismo se escribe en Sudáfrica y las corruptelas son el pan nuestro de cada día en la China de hoy.

En América Latina la novela negra viene a ser un subgénero  del realismo, ya que narra todas las lacras que corroen a los países latinoamericanos.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Desde Tierra de Fuego hasta el río Bravo, Latinoamérica ha estado empantanada en problemas similares, y hay, por tanto, una narrativa común que la novela y las crónicas negras han retratado de forma brillante.

Aunque las particularidades de cada país hacen que haya tantas subcategorías como nuestro capricho quiera ver, hay algunos rasgos comunes: en América Latina, a diferencia de Estados Unidos y Europa, no hay tantas novelas negras puramente deductivas, como puedan ser las de Raymond Chandler o Simenon.

La realidad social más desigual y violenta hace que el contexto esté más presente en los libros, y que por tanto estos sean fiel reflejo de las sociedades donde se desarrollan las tramas. Además, hay una frontera mucho más permeable entre la ficción negra y el periodismo narrativo policial. Grosso modo, podría decirse que en América Latina la novela negra es un subgénero del realismo, no mágico en este caso, aunque quepa decir que una de las cumbres la marca precisamente el padre del concepto: Gabriel García Márquez en Crónica de una muerte anunciada.

Así, asumiendo que abarcar toda la región tiene algo de impostado y que toda lista no es más que un pálido reflejo de un fulgor más poderoso (y, por tanto, un trabajo injusto en esencia), puede decirse que hay una narrativa negra que en América Latina ha descrito al subcontinente. Narcotráfico, emigración, miseria, corrupción, guerrillas, represión militar. En mayor o menor grado, todas estas lacras corroen a los países latinoamericanos y, para nuestro deleite y pese a su desgracia, cuentan con glosadores excepcionales, tanto en novela negra como en periodismo de investigación.

 

A falta de periodismo narrativo

Es el caso, entre otros, de los cubanos Leonardo Padura y José Latour, menos conocido en España pero ampliamente reconocido en muchos países europeos. Sus retratos de las corruptelas de la Cuba de Fulgencio Batista y de las felonías y la carestía de la vida en la Cuba de los Castro, son quizá los mejores manuales para alcanzar a entender una isla que, por razones obvias, carece de la pujanza del periodismo narrativo del que sí disfrutan otros países de la región. Periodismo narrativo, crónica negra, de investigación que sí existe en una de las regiones más violentas del mundo, Centroamérica, que ha dado algunos de los mejores narradores de la región, como son todos los periodistas y escritores alrededor del diario digital salvadoreño El Faro: Roberto Valencia, Carlos Martínez, José Luis Sanz y Óscar Martínez. Este último es autor de una de las mejores crónicas negras de los últimos años, Los migrantes que no importan (editado en España por Icaria), un sórdido y magistral retrato de las penurias de los latinoamericanos que intentan conseguir llegar a Estados Unidos a través de territorio centroamericano y mexicano, y que son víctimas de las extorsiones de los cárteles de las drogas y de funcionarios corruptos. Recientemente, ha aparecido una compilación de los mejores textos de dicho diario, en un libro imprescindible en la narrativa negra latinoamericana: Crónicas negras. Desde una región que no cuenta (Alfaguara, 2013).

México, además de buenos novelistas que han tratado la corrupción y el fenómeno narco como Antonio Ortuño y Jorge Zepeda, y pese a ser uno de los países más peligrosos para ejercer el periodismo, cuenta con algunos de los mejores reporteros de investigación y cronistas negros del mundo. Casi todos pertenecen a la asociación Periodistas de a Pie, y los autores Daniela Rea, Diego Enrique Osorno, Marcela Turati, Wilbert Torre y Alejandro Almazán han hecho un retrato espeluznante de un país que otros insisten en vender como una potencia sin freno.

Más al sur, Colombia ha sido quizá el país más conocido por la vesania de los narcos, las guerrillas, y de la respuesta aún más feroz e implacable del paramilitarismo tolerado (cuando no apoyado) por los gobiernos de turno. Interesantes son las novelas del escritor Leonardo Escobar Barrios (editado en España por Periférica), aunque sitúa mejor en el contexto general de la época la obra de Juan Gabriel Vásquez, cuyo El ruido de las cosas al caer (excelso retrato negro de una época, los años ochenta del siglo XX, llena de magnicidios y bombas) no deja de recoger premios. Perú ha tenido en Santiago Roncagliolo uno de sus mejores retratistas, con Abril rojo y La cuarta espada (sobre Abimael Guzmán, líder de la guerrilla Sendero Luminoso).

Argentina es el país menos asimilable al canon latinoamericano, aunque no ha dejado de sufrir los mismos problemas. Algunos de ellos, como la vesania vengativa de los militares, en mayor grado que ninguno. Fiel retrato de esta furia son algunos de los libros y de las crónicas negras de Rodolfo Walsh, o las menos conocidas pero igualmente crudas de Alexander Graham-Yooll, exdirector del Buenos Aires Herald durante el golpe de Estado de Jorge Videla. Crónicas negras que la editorial española Libros del Asteroide reunió en Memoria del miedo, uno de los grandes libros policiales sobre el terror de Estado en América Latina. Hay dónde escoger, y por desgracia, más aún que retratar.