Consecuencias económicas de la independencia
Catedrática de Hacienda Pública de la UB
Los potenciales problemas económicos asociados a la secesión se han exagerado. A Catalunya le iría mejor si fuera independiente y la economía española también saldría beneficiada
CAVA CATALÁN Un hombre examina la oferta de cava en una bodega. Foto: ANDREA BOSCH
El proceso político que Catalunya ha iniciado y que tiene por objetivo consultar democráticamente a los ciudadanos si quieren que esta comunidad se transforme en un Estado independiente ha suscitado un importante debate sobre la viabilidad económica de Catalunya como Estado y sus consecuencias sobre la economía española.
Se argumenta que la independencia tendría consecuencias nefastas sobre el comercio catalán y que el tan nombrado déficit fiscal de Catalunya con la Administración pública estatal española no representaría ninguna ganancia con la independencia, ya que se debería gastar para financiar las nuevas estructuras de Estado que ello implicaría. Vamos a analizar estas cuestiones.
Algunos pronostican que con la independencia de Catalunya el comercio bilateral entre esta y España bajaría casi el 80% con un decremento del PIB catalán del 9% a causa de lo que los economistas denominan “efecto frontera”, según el cual el comercio de un territorio es más intenso entre territorios del mismo Estado que entre territorios pertenecientes a otros Estados. Los factores que pueden causar dicho efecto son: políticas proteccionistas a cada lado de la frontera; diferencias culturales, en la lengua y en las preferencias de los consumidores; uso de monedas diferentes; orientación hacia el comercio interior de las infraestructuras de transporte y comunicaciones; diferencias en los sistemas reguladores y el sistema legal, o la existencia de redes empresariales asociativas y familiares. Ante esta argumentación cabe decir lo siguiente:
En primer lugar, los factores que desencadenan el “efecto frontera” no van a producirse y otros tampoco se verán alterados en el corto plazo. Así, por ejemplo, si Catalunya sigue en la Unión Europea o firma tratados de libre comercio con esta no se implementarán políticas proteccionistas. Tampoco de un día para otro cambiarán las preferencias de los consumidores y vamos a dejar de entendernos porque las lenguas oficiales sean distintas.
El temido “efecto frontera” no tiene por qué ser intenso ni tampoco duradero
La independencia podría impulsar el cambio de modelo que España necesita
En segundo lugar, es evidente que Catalunya tiene una gran dependencia comercial con el resto del Estado español, debido a razones históricas como la de haber existido un fuerte proteccionismo del mercado español durante un amplio período de tiempo. No obstante, en los últimos años esta dependencia ha experimentado una tendencia decreciente a favor del resto de países. Mientras que en el año 2000 las ventas hacia el resto del Estado suponían el 57% del total de las exportaciones catalanas, en el año 2012 representaban el 45,7%. En 12 años, las exportaciones al resto del Estado han caído unos 12 puntos. Además, la crisis económica y la debilidad del mercado interior español han impulsado la búsqueda de nuevos mercados por parte de las empresas catalanas, lo cual la ha convertido en la economía española más exportadora.
En tercer lugar, la globalización y los acuerdos de libre comercio han reducido enormemente las ventajas de formar parte de un gran mercado interior. Cuando el contexto era el proteccionismo y un comercio poco liberalizado, las empresas que formaban parte de países grandes tenían ventajas. No obstante, este hecho deja de ser verdad en mercados liberalizados donde las fronteras pierden importancia, ya que los países pequeños pueden vender a otros países con la misma facilidad con que los países grandes venden en su mercado interior. Por tanto, la globalización reduce los costes de la secesión de los territorios que forman parte de Estados grandes, como Catalunya.
En cuarto lugar, no es descabellado considerar la posibilidad de que, por razones políticas, la independencia de Catalunya comportara un boicoteo comercial a los productos catalanes por parte de España. De todos modos, es preciso señalar que la experiencia demuestra que la duración de los boicoteos es corta y se concentra en productos emblemáticos representativos del país en cuestión. Además, residimos en sociedades avanzadas donde las empresas y los consumidores toman sus decisiones basándose en criterios racionales como son el maximizar beneficios y utilidades, respectivamente, no de acuerdo con venganzas ni animadversiones. En este sentido, suponer una drástica reducción del consumo de productos catalanes por parte del resto de España es un supuesto poco probable. En todo caso, puede limitarse a la reducción del consumo de algunos productos emblemáticos, pero las experiencias comerciales de procesos de secesión no demuestran que las consecuencias sobre el comercio sean nefastas. Lo evidencia la separación de la República Checa y Eslovaquia o el caso de las repúblicas bálticas. Además, solo un tercio de las ventas al resto de España son bienes de consumo y en parte proceden de productos de empresas multinacionales (Nestlé, BASF, Volkswagen, Nissan o, incluso, la española Repsol), y es de suponer que los productos de estas empresas no se verían afectados. Por último, todo hace pensar que el boicoteo sería simétrico, lo cual podría tener un efecto positivo sobre la economía catalana si se sustituyeran las importaciones del resto del país por productos catalanes. Asimismo, es de suponer que los productos que no se vendieran en España no se tirarían a la basura, sino que se podrían vender en otros mercados del resto del mundo.
Por lo que se refiere a la ganancia fiscal que Catalunya tendría con la independencia, se han hecho estudios solventes que concluyen que, por ejemplo, si de 2006 a 2010 Catalunya hubiera sido un país independiente y hubiera mantenido el mismo sistema fiscal, presión fiscal, volumen de gasto y nivel de servicios públicos que tuvo dentro de España, la ganancia fiscal de la independencia se habría situado entre 12.000 y 16.000 millones de euros anuales después de haber financiado las nuevas estructuras de Estado. Además, esta ganancia fiscal tendría un efecto multiplicador sobre la economía catalana, y podría dedicarse a incrementar el gasto público y/o rebajar los impuestos. El incremento del gasto público (o la rebaja de impuestos) aumentaría el consumo y/o la inversión, lo cual generaría un efecto positivo sobre la economía al crecer la capacidad productiva y la creación de nuevos puestos de trabajo.
La última cuestión que tener en cuenta es si la secesión de Catalunya sería muy perjudicial para la economía española. En mi opinión, la independencia podría impulsar el cambio de modelo económico y político que España necesita para salir de la crisis.
Una Catalunya-Estado permitiría a España desarrollar con plenitud su estrategia económica. Catalunya y España tienen estrategias empresariales y económicas diferentes. Para tener éxito, estas dos estrategias requieren legislaciones (mercantil, laboral, financiera) y políticas (como la de infraestructuras) diferentes.
Competencia positiva
La competencia entre la economía catalana y la española en igualdad de condiciones, ambas dotadas de los mismos instrumentos de Estado, haría progresar económicamente a España. La competencia haría construir al Gobierno español infraestructuras básicas bajo criterios de rentabilidad y abandonar las inversiones faraónicas no rentables. Igualmente, la competencia podría contribuir a que España se dotara de instrumentos para competir con Catalunya para la atracción de inversión extranjera.
Asimismo, una Catalunya-Estado debería dedicar recursos a inversiones en infraestructuras para impulsar la economía catalana. Este hecho, además de facilitar la importación de productos españoles y las inversiones catalanas en España, también reforzaría la competitividad de las empresas españolas, ya que permitiría que enviasen más fácilmente sus productos a Europa. Al tiempo que Catalunya podría aportar ayudas económicas directas a España.
Todo apunta a que la recuperación de España no tendrá una gráfica con una curva en forma de V (mejora), sino más bien en forma de L (no recuperación). Ante esta situación, a medio y largo plazo la independencia de Catalunya podría beneficiar a la economía española e incrementar el bienestar de sus ciudadanos.
En conclusión, los costes asociados a la transición dependerían en gran medida de la actitud del Gobierno español ante esta cuestión. Una actitud cooperativa los minimizaría y una actitud beligerante los incrementaría para ambas partes, Catalunya y España.