El euro en la construcción europea
La primera divisa sin Estado de la historia supuso una transferencia de soberanía sin precedentes.
A falta de un pasaporte común, el euro es el signo más tangible de Europa en manos de 340 millones de sus ciudadanos. Pero es otras cosas más. Para los economistas, es el medio de perfeccionar el mercado interior, dotándolo de mayor estabilidad e integración. También supone la promesa de alcanzar mayor convergencia entre las economías de los 19 países que lo comparten. Y una divisa internacional capaz de competir con el dólar. Pero los padres del euro, con Jacques Delors en lugar destacado, tenían, además, una visión política más importante aún para ellos.
En este sentido, el euro, primera divisa sin Estado de la historia, constituye la mayor transferencia de soberanía realizada en la Unión Europea. Por la cesión, tan simbólica, del derecho de los Estados a emitir su propia moneda; por la renuncia a ejecutar políticas monetarias y de tipo de cambio propias; por la aceptación de reglas de disciplina fiscal y presupuestaria. Por ello, el Banco Central Europeo es la más federal de las instituciones europeas.
El euro ha sido el gran paso, más decisivo aún que el mercado común o el mercado único, hacia la unión económica, fiscal y en último término, política, en la UE.
Transcurridos 20 años, ¿cómo valorar los resultados? El mercado interior sigue incompleto. Hemos conocido tantos años de inestabilidad, o más, que de estabilidad. La gran recesión de 2008 resultó en la crisis de la deuda de 2010, que amenazó al euro, carente de mecanismos para afrontarla.
La esperada convergencia entre países no se ha realizado; la crisis de la covid-19 ha acentuado las disparidades norte–sur en la zona euro. El peso de nuestra divisa, después de cierto despunte inicial, sigue muy por detrás del dólar en el sistema monetario internacional, limitando el peso geopolítico de la Unión. A pesar de los pasos dados para hacer frente a las crisis económicas —con mayor eficacia en la actual que en la anterior— la unión bancaria sigue incompleta, la fiscal pendiente y la política, reducida a buenas palabras.
El éxito del euro radica más en los males evitados que en los logros obtenidos, lo cual no es poco
Sin embargo, el apoyo de la ciudadanía al euro está en máximos. Ni los griegos en sus momentos más difíciles quisieron abandonarlo, ni los partidos en los extremos del arco político hablan ya de dejarlo.
¿Por qué este apego a una divisa que no parece haber satisfecho las expectativas? Tal vez porque quienes más se han beneficiado consideran que, sin euro, habrían conseguido menos y los que más han sufrido piensan que, sin él, les hubiese ido peor.
Imaginemos cómo habrían afrontado los países europeos las dos grandes crisis económicas de este siglo sin la moneda común. Con toda probabilidad se habrían repetido las viejas recetas: devaluaciones competitivas y guerras comerciales, lo que habría significado una espiral de inestabilidad que habría agravado la recesión y amenazado a la propia UE.
¿Como imaginar los mecanismos anticrisis que la UE ha sido capaz de establecer —en especial el Next Generation EU— sin la motivación de preservar el patrimonio común del euro?
Podemos extraer algunas conclusiones. Después de una infancia feliz y una adolescencia difícil, el euro está aquí para quedarse, aunque la pertenencia al selecto grupo no esté asegurada para nadie. Superada la prueba de fuego de las crisis, el éxito del euro radica más en los males evitados que en los logros conseguidos, lo cual no es poco.
La divisa común es el prerrequisito de la unión política europea, y la eurozona puede ser el núcleo más sólido donde edificarla. Pero esto requerirá más esfuerzo aún que la construcción del euro.