El fracaso de la Europa fortaleza y sus intereses
La Unión Europea debe enfrentarse a las consecuencias de su ‘no política’ respecto a los inmigrantes extracomunitarios
LAMPEDUSA MORTAL Rescate de un inmigrante sin vida. FOTO:SARA PRESTIANNI
El drama de Lampedusa del pasado 3 de octubre, cuando 366 inmigrantes murieron en el mar, a tan solo 500 metros de las costas italianas, ha vuelto a situar en el centro del debate las políticas migratorias europeas.
Este episodio es, en realidad, tristemente banal si se tiene en cuenta que, según fuentes de distintas asociaciones, son ya entre 16.000 y 20.000 las vidas que se han perdido a lo largo de los últimos veinte años, en el intento de atravesar el desierto o el mar para alcanzar una Europa que se ha fortificado para, supuestamente, protegerse.
Las imágenes espectaculares de embarcaciones frágiles y abarrotadas de gente que es interceptada por los guardacostas no deben llevarnos a pensar que una nueva ola migratoria avanza sobre el Viejo Continente. Cada crisis que afecta a distintos países: la ex Yugoslavia, Afganistán, Irak, Somalia, Eritrea, Túnez y, en la actualidad, también Siria, conlleva su lote de nuevos inmigrantes clandestinos. Pero no estamos hablando de unos pocos miles de personas cada vez: entre enero y septiembre de 2013 llegaron a Italia por mar nada menos que 30.000, según Naciones Unidas.
Frontex, la agencia europea responsable de coordinar las acciones de seguridad en las fronteras exteriores de los países miembros de la UE, calcula en 70.000 el número de personas que en el año 2012 entraron de forma ilegal en territorio europeo.
Estos inmigrantes clandestinos son, sin embargo, poco representativos de la media de los que encontramos en Europa: la inmensa mayoría de ellos, estén o no en situación regular en estos momentos, entraron en ella de forma legal.
En el año 2011, un total de 1,7 millones de ciudadanos procedentes de fuera de la UE emigraron a ella de forma legal, de acuerdo con la oficina estadística de Bruselas, Eurostat. Por otro lado, no se observa ningún factor que haya expandido de modo importante las demandas de asilo. Su número, que ciertamente aumentó al inicio de los noventa, fluctúa alrededor de los 300.000 cada año. Desde hace tres, la cifra se orienta al alza, pero se mantiene todavía en niveles inferiores a los más elevados de 2000 y 2001. Valga decir que la proporción de respuestas positivas a estas solicitudes (25,2%) sigue siendo muy baja.
EL PRECIO DE SCHENGEN
El drama de Lampedusa plantea interrogantes, y muchos, a los políticos europeos en materia de inmigración. En 1995 se creó el Espacio Schengen, que se amplió posteriormente hasta agrupar hoy a 26 países europeos. Ha permitido hacer de Europa una zona de libre circulación de personas. Pero el precio pagado a cambio es un refuerzo de los controles en las fronteras externas. Para hacer frente a la presión migratoria, algunos países elevan además auténticos muros, como España en Ceuta y Melilla con las concertinas, o Grecia, y hoy Bulgaria, en la frontera con Turquía.
La Unión creó Frontex en 2004. Pero el dominio de las fronteras y el control de la circulación continúan siendo competencias nacionales que los Estados se resisten a transferir a escala europea. Con 85 millones de euros de presupuesto, Frontex aguanta bien poderosa, a pesar de los métodos casi militares que utiliza (con sus helicópteros, sus aviones, sus cámaras con infrarrojos...) para impedir que los inmigrantes se acerquen. El Consejo Europeo proyecta confiarle de forma oficial la tarea de socorrer a los inmigrantes que llegan por mar, pero dicha misión parece difícil de conciliar con la misión de rechazarlos.
FALTA DE COORDINACIÓN
En cuanto a la gestión del derecho de asilo, el Tratado de Amsterdam lo convirtió en una competencia comunitaria desde su entrada en vigor en 1999. Sin embargo, no se adoptó ningún estatuto europeo del refugiado. Entre los Estados miembros predomina la filosofía de que cada uno vaya a lo suyo. Cada cual sigue definiendo su propia lista de “países seguros”, y qué residentes tienen más dificultades para obtener el asilo. Sobre todo, en virtud de las disposiciones llamadas de “Dublín 2”, cada país debe gestionar por su cuenta las demandas de asilo formuladas en su territorio por los inmigrantes que han llegado a él.
Frontex mantiene a raya a los inmigrantes. Y ahora, paradoja, en el mar deberán ayudarlos
La UE se mueve entre el respeto a los derechos humanos y la xenofobia de algunos ciudadanos
“Es un fracaso formidable de la armonización europea”, lamenta Pierre Henry, director general de la asociación Francia, Tierra de Asilo. Además, cada Estado miembro lleva a cabo la política de regularizaciones que desea en relación con los entre 1,9 y 3,8 millones de sin papeles que, según las estimaciones de la OCDE, viven en Europa. La Comisión Europea preconiza la regularización caso por caso antes que una política de regularizaciones masivas como las que llevaron a cabo Francia en 1997, España en 2005 e Italia en 2012.
Este “cada uno a lo suyo” ha empujado a que las políticas nacionales sean cada vez más duras. Si no, se corre el riesgo de atraer a todos los clandestinos de la UE al propio territorio.
¿Por qué resulta tan difícil gestionar juntos un problema que, sin embargo, se ha convertido en plenamente europeo como derivado del propio acuerdo de Schengen y del principio de libre circulación dentro de las fronteras de la UE?
Las divisiones se deben en parte a las situaciones geográficas y a los intereses de cada país miembro. España, Italia y Grecia están en primera línea para recibir el flujo de inmigrantes venidos de los países del Sur. Confrontados directamente con los intentos de los inmigrantes que intentan pasar por los enclaves de Ceuta y Melilla, por el canal de Sicilia, la frontera greco-turca o las Canarias, reclaman medios europeos suplementarios. Las situaciones demográficas y económicas también pesan. Sin inmigración, Alemania vería cómo su población disminuye, al contrario que Francia. La primera, con una tasa de paro débil y una población cada vez más envejecida, acoge a más y más voluntarios de mano de obra extranjera.
Ante estas dificultades, los gobiernos de los países europeos, atrapados entre las tentaciones xenófobas de una parte de los electores y la inquietud por el respeto de los derechos humanos, tienen tendencia a pasar de puntillas sobre el problema. Estos últimos años, con los países de fuera de la UE, se han multiplicado los acuerdos de origen o de tráfico de inmigrantes para evitar su paso. Exponiéndose a impedir a quienes piden asilo que depositen su solicitud si no alcanzan las orillas de Europa, y a violar el derecho de todas las personas “a abandonar un país, incluido el suyo”, tal como prevé la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
La Unión Europea presiona a los países que tienen emigración para que acepten la firma de acuerdos de readmisión de sus nacionales expulsados de Europa.
FANTASMAS
A la espera de dichas expulsiones, los países miembros de la UE se han dotado con cerca de 500 centros de retención donde son encerrados de forma provisional cada año centenares de miles de inmigrantes en situación irregular (570.660 en 2009, según Eurostat). Pero la caída de las dictaduras en Túnez y en Libia ha desestabilizado este edificio de seguridad y ha lanzado hacia las costas de Europa a una nueva generación de inmigrantes.
En realidad, Europa nunca será una fortaleza impenetrable. El fantasma de una Europa que funcione como en un sistema de vasos comunicantes cerrados no se sostendrá en un continente que, sin inmigración, está condenado al declive demográfico. El control, deseable, de los flujos migratorios no deja exentos a los europeos de sus deberes humanitarios.
No se disuadirá a los inmigrantes permitiendo que se ahoguen “como para dar ejemplo”.
Este control pasa, sin duda, menos por la obligación que por una política de ayuda al desarrollo más ambiciosa para con los países del sur del Mediterráneo. En el año 2012, la Unión Europea no consagró más que el 0,43% de sus ingresos nacionales brutos a la ayuda al desarrollo. Este porcentaje queda bastante lejos del objetivo prometido del 0,7% del PIB.
FRONTERAS
FOTO: INGRID TAYLAR |
Todo vale para disuadir al inmigrante de dar el salto a territorio europeo en los países gendarme del sur. También en España, donde ha estallado la polémica por la presencia de las concertinas, cuchillas que hieren a las personas que intentan superar las vallas fronterizas en Ceuta y Melilla, idénticas a la que muestra la fotografía (en este caso empleada en Oakland, California, EE UU). “El Gobierno no retirará los alambres cortantes, hasta que la oposición le sugiera alternativas igual de eficaces”.