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El sindicalismo en tiempo de crisis

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Junio 2014 / 15

Exministro de Trabajo y portavoz económico del PSOE

ANÁLISIS. La legislación debe estimular “cierto retorno a la empresa” de los sindicatos, objeto de combate despiadado

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

La acción sindical en defensa de los intereses de los trabajadores, también sufre las consecuencias de la crisis. Como un elemento más del Estado de bienestar, los sindicatos son también hoy objeto de erosión, cuando no de combate despiadado, por quienes piensan que son obstáculos al crecimiento, dificultan la eficiencia de las economías y anulan la libertad y la competencia.

Tony Judt citaba en Posguerra, su monumental obra, las declaraciones que Bismarck realizó en 1890 tras la aprobación en el Reichtag de la primera ley que establecía en Europa un sistema de pensiones público. No queremos, decía el canciller alemán, el establecimiento de un modelo de protección de los trabajadores alemanes cuando alcanzan la jubilación. Pretendemos “la expulsión de estos monstruos de la vida política”. Por supuesto, esos monstruos eran los sindicatos alemanes, y también el partido socialdemócrata, que antes habían impulsado intensas campañas en favor del establecimiento de seguros obligatorios contra los accidentes de trabajo, para la prohibición del trabajo infantil en las fábricas o frente al riesgo de pobreza tras la jubilación.

Hoy sabemos que Bismarck se equivocó en su pretensión de acabar con la presencia del sindicalismo y el movimiento socialdemócrata en la vida pública europea. Desde entonces, todos los países europeos han sido gobernados en algún momento por partidos socialistas o socialdemócratas, y el movimiento sindical alcanzó un importante desarrollo en Europa.

Con modelos de acción no siempre coincidentes, pero con una predominante y generalizada presencia en los sectores industriales, la acción sindical contribuyó a un modelo de relaciones laborales que insistía en buscar equilibrios en las condiciones del trabajo en las empresas. Primero a través de acuerdos que vinculaban solo a los trabajadores afiliados y después extendían esas condiciones al conjunto de los trabajadores. En ocasiones, estableciendo preferencias a favor del desarrollo de instrumentos de participación en las decisiones estratégicas de las empresas (como en Italia tras la Segunda Guerra Mundial o en Alemania con la Ley de Cogestión en las grandes corporaciones), y en otras a través de políticas de medio y largo plazo a favor de la solidaridad salarial y la presencia de los trabajadores en el accionariado de las empresas (como en Suecia el pasado siglo).

La evolución de las organizaciones sindicales medida a través de su volumen de afiliación ha sido dispar a lo largo del tiempo. Francia o España, países con proporciones de afiliación respecto de la población asalariada inferiores al 15%, conviven hoy con realidades como las centroeuropeas, que las duplican, o como las nórdicas, en las que la afiliación supera el 70% de los trabajadores.

En el caso español, uno de los elementos cruciales del debate reside en cómo desarrollar su función cardinal, la que confirió contenido a su nacimiento y que sigue definiendo su presencia en nuestro tiempo: la negociación colectiva. Cómo hacer de la negociación colectiva el corazón de la acción sindical en un país que, tras la reforma laboral de 2012, ha visto cambiar como nunca en democracia el equilibrio en las relaciones laborales en las empresas. Cómo hacerlo cuando en apenas dos años el número de trabajadores protegidos por convenio ha descendido en cerca de cuatro millones de personas (había casi 10,6 millones al finalizar 2011 y en 2013 la cifra descendió hasta 6,6 millones con convenio, algo desconocido en nuestra historia laboral). Cómo abordarlo, cuando el proceso de devaluación salarial está cambiando la faz de buena parte de nuestras empresas, sobre todo las que carecen de presencia sindical. Como muestra la evolución de la Seguridad Social, aun con incrementos en la afiliación en este último año (todavía inferiores en 800.000 afiliados a los de hace dos años), siguen bajando los ingresos ante la proliferación de trabajo a tiempo parcial, la reducción de las bases de cotización y la destrucción de empleo a tiempo completo.

La respuesta a estas preguntas solo puede venir de cierto “retorno a la empresa” (entendámonos, los sindicatos nunca estuvieron fuera de ellas, aunque hay quien pretenda su expulsión). Una presencia que debe estimularse en la legislación laboral encontrando una salida a la primera contradicción en que se desenvuelve hoy la acción sindical: sostener un sindicalismo con poca afiliación cuando los resultados de su acción se extienden, y así debe seguir siendo, al conjunto de trabajadores.