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El último tren

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Noviembre 2018 / 63

Al ritmo actual, quedan 20 años para que se agote el tope de emisiones de gases sin cruzar el umbral de seguridad.

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Nos aproximamos al borde del abismo”, ha alertado el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres. Con el telón de fondo de los fenómenos climáticos extremos del pasado verano se inaugurará en diciembre la Conferencia del clima COP 24, con Polonia como sede. Si el objetivo principal de esta cita internacional es la adopción del “manual” que debe definir las reglas concretas de  aplicación de los principios acordados en París en 2015, son muchos los que esperan que sea también la ocasión de poner las bases para el relanzamiento de la ambición inicial formulada en la COP21.

Los científicos no dejan de martillear que debemos respetar de forma imperativa el límite de los 2 ºC de calentamiento del globo respecto de los niveles preindustriales que prevé el acuerdo de París, porque corremos el riesgo de transformar el planeta en un gran horno. Los expertos han publicado un informe sobre las consecuencias desastrosas de un aumento incluso de 1,5 ºC, mientras los compromisos voluntarios presentados hasta ahora por los Estados firmantes del acuerdo de París nos llevan a una subida de las temperaturas de 3,2 ºC a finales de siglo. 

Peor todavía: después de tres años de estabilidad, las emisiones de CO2 mundiales han vuelto a incrementarse en 2017 un 1,4%, ya sea en China (1,7%) o en Europa (1,5%). Si hay un país que se quiere presentar como garante del acuerdo de París es Francia, pero en realidad su comportamiento deja también mucho que desear: las emisiones de este país, que suponen un 0,9% del total del mundo, aumentaron más del 3% en 2017.


NEGOCIACIÓN BAJO TENSIÓN

La paradoja la encarna Estados Unidos: figura en segundo lugar del podio de los países más contaminantes solo detrás de China, pero disminuyó un 0,5% sus emisiones el año pasado, gracias a un despliegue masivo de energías renovables y también a la apuesta por el gas de esquisto respecto del carbón. A la espera de 2020, fecha en la que la salida de los americanos del acuerdo de París anunciada por Donald Trump será efectiva —o anulada por el sucesor del actual presidente si este no es reelegido presidente en la Casa Blanca— estos últimos continúan, sin embargo, participando en las negociaciones climáticas con una estrategia hostil, para disgusto de los países emergentes.

Durante las negociaciones de Bangkok que tuvieron lugar el pasado septiembre, EE UU, Australia y Japón se opusieron con firmeza a que para los países emergentes se acuerde una flexibilización automática de sus compromisos de reducción de las emisiones, en lugar de la flexibilidad caso por caso prevista en el acuerdo de 2015. “De forma general, el principio de diferenciación entre países desarrollados —históricamente responsables del calentamiento global— y los países en desarrollo —en fuerte crecimiento y que disponen de medios técnicos y financieros menores— es el principal punto de bloqueo de las negociaciones”, lamenta la directora del programa del clima del Instituto Independiente de Investigación IDDRI, Lola Vallejo.

“Una problemática a la que se vienen a sumar la de la financiación verde, que encarna la crisis reciente del Fondo verde para el clima”, añade Yamide Dagnet, encargada de las negociaciones climáticas del Instituto Mundial de Recursos.


EL FONDO VERDE PARA EL CLIMA

El fondo verde para el clima fue creado en Copenhague en 2009, y es la principal fuente de financiación proporcionada por los países desarrollados para los más vulnerables con el objetivo de ayudarlos a limitar el calentamiento global. Dotado inicialmente de 10.000 millones de dólares, hoy solamente dispone de 8.000 millones después de que  Estados Unidos ha hecho saber que no cumpliría con sus compromisos. El fondo ya ha prometido destinar 3.800 millones a 74 proyectos situados en todo el mundo, de los que 1.400 millones todavía no han sido desembolsados.

“La hora de volver a llenar el fondo está próxima. El problema reside en que los países del norte y del sur representados a partes iguales en el consejo de administración de la institución no se ponen de acuerdo sobre la manera de proceder”, explica Audrey Rojkoff, responsable adjunta de la división clima de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD).

El último consejo del Fondo Verde para el Clima que tuvo lugar se saldó con la dimisión de su director ejecutivo. Hay que recordar que el fondo no representa más que una porción de los 100.000 millones de dólares anuales que los países desarrollados se han comprometido a aportar desde ahora hasta el año 2020. Las próximas reuniones que mantenga serán determinantes.

Estas tensiones se perfilan como un mal augurio en vistas a la continuación de las discusiones que deben desarrollarse ahora y hasta la Conferencia del clima COP25 del año 2020 en lo que respecta a un aumento de la ambición de los Estados, que cada cinco años deben revisar sus compromisos según el acuerdo de París. “Todo el mundo sabía desde la COP21 que los esfuerzos comprometidos en París eran insuficientes para alcanzar el objetivo de los 2 ºC de incremento, pero la filosofía del acuerdo era tolerar de manera provisional esta carencia  sabida para que todos los países aceptaran sentarse en la mesa de negociación y en seguida se pusieran a buscar después una aproximación progresiva al objetivo fijado”, explica Lola Vallejo.

Pero hay un problema: el tiempo apremia. Al ritmo actual, no disponemos más que de 20 años de emisiones antes de agotar nuestro presupuesto en carbono, que mide la cantidad máxima de gases de efecto invernadero que pueden ser emitidos a la atmósfera si queremos evitar que el calentamiento global franquee el listón de seguridad de los 2 ºC en relación con la temperatura de la era preindustrial. Deberíamos triplicar  nuestros esfuerzos de reducción de emisiones de CO2 para esperar mantenernos de forma estable y duradera por debajo de la barrera de los dos grados.

En aplicación del principio “el que contamina paga”, una manera de limitar  las emisiones de CO2 sería instaurar un  mercado mundial que fijara un precio del carbono lo bastante elevado como para disuadir a los principales emisores.


PRECIO DEL CARBONO

“Podríamos quedarnos por debajo de los dos grados si mantenemos el precio de la tonelada de carbono entre los 40 y los 80 dólares en 2020, y después entre los 50 y los 100 en 2030”, estima Gaël Giraud, economista jefe de la Agencia Francesa de Desarrollo (AFD), sobre la base de un informe entregado en mayo de 2017 por la Comisión de Alto Nivel sobre los Precios del Carbono. 

Un precio del carbono elevado disuadiría a los principales emisores

Las promesas para nutrir el Fondo Verde para el Clima flaquean

Estamos aún lejos porque numerosos países no  consideran la tarificación de sus emisiones. Los países que han puesto en marcha tales mecanismos no representan más que un 15% de las emisiones mundiales. E incluso ahí donde un precio de CO2 existe, su nivel es muy bajo como para que desempeñe un papel decisivo y disuasor, con raras excepciones como la de Suecia. 

Considerando que hay aún muchos aspectos tecnológicos pendientes de resolverse antes de que se pueda adoptar un manual de aplicación del acuerdo de París, queda poco margen y espacio para discutir una potencial subida de la ambición fijada en el acuerdo.

“China, que ha actuado desde el principio en tándem con Estados Unidos, corre el riesgo de jugar a mantener el statu quo y, a pesar del voluntarismo que muestran de ciertos países europeos, ningún anuncio concreto en este sentido ha sido formulado (por Europa)”, indica Lola Vallejo. La posición de la Unión Europea se mantiene fragilizada por la incertidumbre que planea sobre la estrategia alemana de sustitución del carbón y las voces disidentes que se dejan oír en los países de la Europa del Este, y en especial entre los polacos, que precisamente serán los anfitriones de la próxima Conferencia del clima COP24 y que temen por el futuro de su industria del carbón.