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Es hora de decir que sí hay alternativas

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Febrero 2017 / 44

NEOLIBERALISMO Los desheredados del capitalismo aceptan ideas como las de Trump, que les señalan a falsos culpables

Desde que Margaret Thatcher pronunció su famoso TINA (There is no alternative), las élites que gobiernan el planeta se pusieron a trabajar con empeño para llevarnos a un callejón sin salida. El libre mercado, la libre circulación de capital, se convirtió en la única libertad defendible, y no importaba que dictadores sojuzgasen a la ciudadanía siempre que al capital no le pusieran trabas. Así, el capital abrió nichos de negocio en Asia, África y América Latina. Y si la democracia pone límites a sus ambiciones, se crean campañas de difamación y se financia a la oposición para sustituir al gobernante por alguien más dócil a los intereses del inversor. Eso es el libre mercado. 

Estos días ha circulado un chiste por las redes que es el resumen de lo que es esta globalización neoliberal: “Año 2021: Sacyr termina el muro entre EE UU  y México [el presidente norteamericano, Donald] Trump se niega a pagar, el PP rescata a Sacyr. Pagamos el muro”.  

Es lo que Harvey denomina “acumulación por desposesión”, esta estrategia del capitalismo que desde los años setenta del siglo XX, mediante privatizaciones de servicios públicos o bienes comunales, financiarización, o manipulación de las crisis, están logrando el objetivo de mantener el sistema neoliberal, repercutiendo la crisis de sobreacumulación de capital en sectores empobrecidos.

Los tratados del mal llamado libre comercio han sido la herramienta de que se han servido las multinacionales y las élites políticas y económicas para afianzar esta globalización de las desigualdades y de la injusticia. Es una estrategia bien pergeñada para traspasar los costes y las pérdidas a la mayoría social mientras se afianzan los beneficios de los inversores. 


PROTECCIÓN DEL INVERSOR

Casi todos los tratados de libre comercio e inversión firmados y por firmar contienen los mecanismos de protección de los inversores con más garantías que la defensa de los derechos humanos o la protección del medio ambiente. Por ejemplo, el CETA, el tratado entre la UE y Canadá, hace referencias generales al respeto a los derechos humanos y la sostenibilidad ambiental, pero no incluye ningún compromiso de cumplimiento de los acuerdos del Cop22 firmado en París en 2015, o mecanismos de sanción a las empresas que incumplan la ley o violen los derechos humanos.

Con los tratados de libre comercio e inversión las empresas e inversores se convierten en objeto de derecho sin ninguna obligación. La Responsabilidad Social Corporativa (RSC), que es voluntaria, es su único compromiso social frente a los derechos que adquieren. Mientras tanto, cualquier acto soberano de un Estado puede ser cuestionado si entorpece las aspiraciones inversoras o las expectativas de beneficio.

Ahora que el triunfo de Trump nos ha alarmado, conviene revisar qué ha ocurrido con el NAFTA (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) después de más de veinte años de su firma. El resultado nos muestra cómo el libre comercio, mientras producía pingües beneficios a las élites, maltrató a la ciudadanía de Canadá, México y Estados Unidos. El NAFTA provocó la pérdida un millón de puestos de trabajo y bajadas salariales en EE UU, de las que no se ha vuelto a recuperar; cerca de 100.000 granjas quebradas en Canadá, y la desaparición de las explotaciones de maíz en México mientras que se importa maíz transgénico y subvencionado de EE UU, y se ha creado una zona de maquilas en la frontera norte, donde se explota a trabajadoras en régimen de  semiesclavitud. 

Las élites afianzan una globalización sin equidad ni justicia

El inversor se protege más que lo social y lo medioambiental

Las promesas de Trump de renegociar el NAFTA, no ratificar el Tratado Transpacífico y paralizar las negociaciones del TTIP no producen ninguna tranquilidad en los ciudadanos y ciudadanas que denuncian el libre comercio. De hecho, ya han comenzado movimientos de organizaciones ciudadanas de los tres países firmantes del NAFTA solicitando que se replanteen las condiciones del tratado. 

El triunfo de Trump y otros muchos líderes ultraderechistas es el del capitalismo más autoritario. El neoliberalismo ya no engaña a nadie, no ha repartido su riqueza, y los desheredados del capitalismo, desilusionados, aceptan propuestas que les señalan a falsos culpables. Y eso es fruto del famoso TINA de Thatcher, que dejaba a la sociedad sin alternativas. 

Por eso, este es el momento de decir que sí hay alternativas. Es el momento de generar y afianzar nuevos compromisos globales, como el Tratado Vinculante de la ONU —apoyado por cientos de organizaciones sociales— para hacer cumplir los Derechos Humanos a las multinacionales y crear mecanismos que las sancione en caso su vulneración. También acuerdos como el Cop22 deben incluir mecanismos sancionadores a quienes provoquen catástrofes ambientales,o simplemente no reduzcan su contaminación. 

La globalización también ha servido para que la sociedad civil se organice  en el planeta y pueda desarrollar estas y otras alternativas, como el Tratado de los Pueblos, que propone otra forma de hacer comercio allí donde la libertad del capital no sea la única posible.