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La asignatura pendiente

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Abril 2014 / 13

Las instituciones comunitarias empujan desde hace 25 años hacia la unión económica, pero los gobiernos no ayudan.

PROTESTAS Manifestantes contra las políticas de austeridad, en Barcelona. FOTOGRAFÍA: EDU BAYER

El Parlamento Europeo y el Consejo Ecofin llegaron recientemente a un acuerdo para establecer el nuevo Fondo de rescate/liquidación bancaria. Este sigue a la ya constituida Autoridad de Supervisión (encomendada al BCE). La unión bancaria casi ha culminado. Pese a sus defectos y limitaciones, saldrá al paso de cualquier nueva crisis bancaria en la UE, sin que los contribuyentes deban aportar los recursos para restaurar o cerrar los bancos en crisis: será una tarea financiada por el propio sector.

Junto a ella, se han equipado en Europa, desde que estalló la crisis en 2008, bastantes mecanismos que configuran un entramado necesario de unión económica: sobre todo, los fondos de rescate a los países en riesgo de quiebra y las nuevas operativas del Banco Central Europeo (BCE), mientras que en otros ámbitos, como la armonización de impuestos, los avances son raquíticos.

El problema de la “devaluación interna” es el injusto e ineficaz reparto de su factura

La creación de una unión económica que acompañase a la monetaria es una asignatura pendiente desde hace, al menos, un cuarto de siglo. Desde que en 1989 el Comité Delors diseñara el plano arquitectónico de la moneda que luego, en 1995, se bautizaría como euro, parte de la secuencia comunitaria responde al imperativo de buscar y recuperar el tiempo perdido sin lograrla.

En medio de una crisis tan dura como la actual es fácil, casi obligado, criticar los errores de diseño del euro. Pero la crítica es banal si no se acompaña de la atribución de responsabilidades. ¿Quién falló? Más bien los Gobiernos. Las instituciones, como la Comisión y el Parlamento, estuvieron a la altura. Defendieron hasta el final algunos de los principios que Jacques Delors introdujo en el informe del comité al que dio nombre, como el “paralelismo”: “La unión económica y la unión monetaria forman parte integrante de un conjunto y deben, en consecuencia, realizarse en paralelo”. Si eso hubiera sido así, el presupuesto europeo se habría triplicado hasta el 3% del PIB, y podrían financiarse con holgura las crecientes necesidades de las políticas regionales, de transportes, de innovación y desarrollo... y de empleo.

En realidad, el paralelismo figuraba ya en el antecedente del Informe Delors, el Informe Werner de 1970, que fue enterrado pero dio lugar a la llamada “serpiente monetaria”, un mecanismo (que resultó efímero) para defender a los europeos de las turbulencias del dólar: la construcción monetaria continental debe tanto a la voluntad europeísta como a la necesidad de soslayar los perjuicios del declive del dólar y de la crisis del sistema multilateral de Bretton Woods. La (en buena parte fracasada) ambición de entonces llegaba a postular la armonización de impuestos como el IVA y los gravámenes sobre los movimientos de capital, entre otros. O la supervisión presupuestaria por las instituciones comunes “antes de que los gobiernos aprueben de forma definitiva sus proyectos”, un logro federalizador que ha debido esperar a plasmarse más de 40 años.

Tienen menos sentido los lamentos —tanto de economistas conservadores como progresistas— por la imposibilidad de devaluar para restañar las pérdidas de competitividad o afrontar los choques asimétricos, porque una moneda única implica justamente eso, que nadie puede ir devaluándola en solitario. Pero sobre todo porque la evidencia empírica indica que los efectos de las devaluaciones (externas, respecto a otras monedas) suelen tener escaso recorrido, a no ser que vayan acompañadas de reformas estructurales o planes de estabilización que entrañen parecidos sacrificios sociales a los de una devaluación interna como las operadas en los países periféricos. El problema de estas no ha sido su necesidad, sino otro: el injusto e ineficaz reparto de su factura, que solo ha recaído sobre las capas más vulnerables. A este se añade la escasez de las medidas de acompañamiento que hubieran aliviado su brutal dureza, o la carencia de estímulos al crecimiento. Vehiculados a través de un verdadero Presupuesto. O financiados mediante operaciones de mutualización de la deuda (eurobonos). Llegarán.