La ola digital trae empleo ‘just in time’
IMPACTO La implantación de las nuevas tecnologías en las empresas conlleva desregulación y un concepto individualista de las relaciones laborales y la organización industrial
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
En enero de este mismo año, el World Economic Forum publicó un informe titulado The Future of Jobs. En él se analizaban los retos que debe afrontar la fuerza de trabajo en pleno despegue de la llamada Cuarta Revolución Industrial, y se lanzaba la advertencia de que sólo en Europa alrededor de ocho millones de trabajadores podían perder sus empleos por falta de actualización de sus habilidades o estrategias públicas de reconversión laboral.
Las cifras que se lanzan en este tipo de informes son orientativas, pero lo cierto es que en todo el mundo surgen llamadas de atención en torno al impacto en las relaciones laborales, es decir, en el modelo de redistribución y convivencia que conocemos, de la implantación masiva de las nuevas tecnologías en las empresas y en la organización de las mismas. La economía digital engloba toda una serie confusa y mezclada de conceptos que van desde la Economía de Plataforma hasta la economía colaborativa, la Internet de las cosas o incluso las monedas encriptadas, con la tecnología Blockchain en la cresta de la ola de la innovación y la transformación del sector financiero.
Como usuarios aceptamos con franca bienvenida las comodidades derivadas de la digitalización de las relaciones económicas, las facilidades de uso de las aplicaciones que nos permiten operar a distancia y mejorar nuestra vida y nuestra productividad. Pero como trabajadores vemos con recelo la ola digital, que trae consigo, si nadie lo evita, desregulación y un concepto individualista de las relaciones laborales y la organización industrial tradicional.
LOS FALSOS AUTÓNOMOS
Veamos el ejemplo de la economía colaborativa. Empresas como Uber o Airbnb, muy valoradas en los mercados financieros, están revolucionando el transporte y el turismo. Pero, ¿a qué precio? Uber se enfrenta en Estados Unidos a una seria demanda, ya que no actúa como una empresa con empleados y contratos de trabajo, sino como una plataforma que pone en contacto a demandantes de transporte con independent workers, esto es, falsos autónomos que deben cotizar por ellos mismos a la seguridad social estadounidense.
Este modelo, que no comparte ni siquiera el Departamento de Trabajo de Estados Unidos, supone la sustitución intempestiva de miles de trabajadores por cuenta ajena por autoempleados ficticios, cuya relación laboral real no es con una plataforma, sino con una empresa en toda regla. Eso sí, este modelo permite a Uber ahorrarse miles de millones de euros en costes laborales, lo que supone una amenaza al propio equilibrio del sistema, si no se impide.
Ocho millones de europeos pueden perder sus empleos
Celebramos la ola digital como usuarios, no como trabajadores
Llama la atención que la OIT no se pronuncie sobre este nuevo mundo
Otro ejemplo que se puede poner en torno a las sombras y luces de la economía digital es el complejo mundo de las monedas encriptadas y la tecnología Blockchain. Llama la atención que las más importantes instituciones financieras del mundo, desde la Reserva Federal de Estados Unidos hasta el Banco de Inglaterra, han creado grupos de trabajo para analizar el impacto de estas monedas en las relaciones financieras tal como las conocemos hasta ahora. En su número del 29 de agosto de 2016, la revista Bloomberg Businessweek dedicaba su portada a Blockchain: “Esta tecnología permite a particulares realizar transacciones fiables con otros particulares de los que no tienen información, disminuyendo la necesidad de intermediarios de confianza (o trusted intermediaries), y esto puede costarle su empleo.
Es decir, que las máquinas pueden acabar con la red de sucursales bancarias, entidades de seguros y todo tipo de intermediarios financieros, porque los algoritmos proporcionan, en teoría, seguridad, fiabilidad y ausencia de ese tipo de errores que caracterizan al ser humano. Una declaración de intenciones que es preciso analizar con rigor, sensatez y detenimiento.
Llama la atención la ausencia de informes emitidos hasta la fecha por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), ajena por lo visto a una creciente preocupación mundial.
En Estados Unidos la administración de Barack Obama está plantando cara a un modelo de negocio que puede afectar a todo el sistema. Steven Hill, de la organización New America, proponía ya en 2015 “un nuevo contrato social”, a la vista del acelerado crecimiento de los trabajadores independientes en la economía de su país.
En Europa destacan los estudios llevados a cabo por el instituto ETUI (European Trade Unions Institute), que alertan sobre la proliferación de unas relaciones laborales contingentes, caracterizadas por el trabajo casual y el empleo líquido.
En definitiva se trataría de la aplicación al mercado de trabajo del modelo just in time implantado por Toyota en los años ochenta para reducir sus costes de almacenamiento de piezas y cargar a los proveedores todo el riesgo de pérdida de valor de los materiales. Pero en esta ocasión no se trata de tornillos, ni de baterías, ni de espejos retrovisores, sino de personas de carne y hueso cuyo sometimiento a este exitoso modelo de negocio supone una brutal inseguridad, el cobro de salarios bajos y la extinción de su contribución indirecta al bienestar colectivo, ya que las empresas se ahorran seguros sociales y otras ventajas que llevó mucho tiempo conquistar, como las pensiones o las vacaciones pagadas.
Entre los críticos más afilados de la nueva situación hay que citar a Christian Fuchs, autor de varios libros al respecto (entre ellos Digital Labour and Karl Marx, Routledge, 2013) quien señala el enriquecimiento injusto de algunas conocidas plataformas a través del trabajo gratuito y altruista de miles de colaboradores. Es un modelo de negocio que aprovecha los deseos de comunicación y el ansia de visibilidad de miles de personas para beneficiarse de un trabajo no retribuido.
LA COHESIÓN SOCIAL COMO RETO
Sea como sea, hay que coincidir con la Fundación 1.º de Mayo cuando afirma en uno de sus últimos estudios —La digitalización del mundo del trabajo— que “estamos ante un proceso imparable, cada vez más extendido, con afectación al empleo y a la formación de las personas, y si se pretende mantener la cohesión social se precisa una regulación clara y adaptaciones dentro del derecho laboral de las nuevas formas de trabajo que están apareciendo”.
Europa debe velar por su modelo social, no sólo por la competencia
Algunas plataformas se forran con el altruismo de sus colaboradores
En EE UU surgen voces que reclaman un nuevo contrato social
Dar la señal de alarma sobre los cambios que acaecen no es un síntoma de luddismo (en alusión a la revuelta de los artesanos ingleses contra las máquinas en el siglo XIX) en ningún caso. La economía digital tiene muchas luces (comodidad, aumento de la productividad, bajadas de precios de servicios de transporte y turismo, democratización del acceso a la tecnología, etc.) y también sus correspondientes sombras (debilitamiento de las relaciones laborales, elusión fiscal, tecnocracia, confianza ilimitada en la honestidad de los algoritmos).
Lo adecuado es que no se acepte gato por liebre, y en ese proceso deben implicarse las instituciones encargadas de velar por los equilibrios y el bienestar colectivo. En Estados Unidos ya se está abordando esta situación con cierta preocupación. Europa, además de propiciar la competencia, también debe proteger su modelo social. Y en el centro de este modelo está el empleo. Lógico como un algoritmo, me parece.