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La tentación asiática

Por Yann Mens
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Noviembre 2016 / 41

La política exterior de Obama se ha volcado en el lejano oriente con el objetivo de limitar la influencia china

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

El futuro económico del mundo, y en particular de Estados Unidos, se decide en Asia: Barack Obama estaba convencido de ello antes de llegar al poder, y su política exterior, poco volcada en Europa, demuestra que no ha cambiado de opinión, empezando por la política comercial.  En octubre de 2015, el presidente estadounidense firmó con los representantes de otros 11 países el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP). Ese tratado de libre comercio no fue iniciativa estado-unidense. Cuando EE UU se subió al barco, en 2009, le siguieron otros países (Australia, Canadá, México, Japón...). Hoy, los 12 signatarios equivalen en conjunto al 38% del PIB mundial.

La idea de Obama es evitar que los países de Asia-Pacífico, una región con futuro,  terminen cayendo bajo la dependencia de Pekín. Además de la eliminación de ciertos aranceles, el TPP prevé un acceso más fácil a los mercados públicos de los países firmantes, el fortalecimiento de los derechos de propiedad intelectual, la “neutralidad competitiva” de las empresas estatales, la reforma del mecanismo de arbitraje entre los inversores y el Estado... Por el contrario, no prevé ningún mecanismo de represalia contra un país que manipulara su tipo de cambio para favorecer sus exportaciones, algo que China ha hecho en el pasado.


NADIE QUIERE AL TPP

El TPP ha sido objeto de muchos debates durante la campaña presidencial bajo la doble influencia de Donald Trump, quien, a este respecto, ha tomado a contrapié la doctrina librecambista de los republicanos, y de Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton en las primarias demócratas. Trump ha llegado incluso a hablar de una “violación del país”... Su condena ha hallado un fuerte eco en los medios obreros, sobre todo blancos, que han sufrido los efectos de la masiva desindustrialización que tuvo lugar en la década de 2000 (con una disminución del 23,6% del empleo industrial). Esa sangría afectó sobre todo al noreste y al medio oeste,  donde se encuentran algunos de los swing states, esos estados en los que ninguno de los dos partidos tiene el voto garantizado y que, por tanto, son mimados por los candidatos. Hillary Clinton, que, en su calidad de secretaria de Estado (2009-2013), alabó los méritos del TPP, se opone ahora diciendo que el contenido que se ha negociado finalmente no es bueno para los trabajadores estadounidenses. 

El debate en torno al TPP se basa tanto en su contenido, y especialmente en el asunto de los tipos de cambio, como en los efectos de las anteriores aperturas comerciales. Donald Trump amenaza, así, con retirar a su país del acuerdo de libre comercio con Canadá y México que entró en vigor en 1994 bajo la presidencia de Bill Clinton, si no se renegocia el texto. Y, paradójicamente ya que Pekín ha sido excluido del TPP, cita continuamente el precedente chino. 

Los obreros de EE UU se oponen al tratado de libre comercio

El acuerdo aún no ha sido ratificado en el Congreso

La desindustrialización estadounidense fue, en efecto, brutal tras la entrada de China en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001, que impulsó las exportaciones de ese país hacia Estados Unidos. Si la mayoría de los economistas estadounidenses consideran que la apertura comercial no ha sido el factor más importante de la desindustrialización y que sobre todo ha sido provocada por los cambios tecnológicos, un estudio reciente  calcula, sin embargo, en un cuarto de millón el número de empleos perdidos debido al comercio con China entre  los años 1990 y 2007.

La virulenta hostilidad de Donald Trump al tratado y la más ambigua de Hillary Clinton empujan a Obama, que sigue convencido de que hay que cortar el paso a Pekín, a acelerar la ratificación del TPP por el Congreso. Querría conseguirlo de aquí al final de su mandato, en enero de 2017. Un desafío digno de un acróbata si se tiene en cuenta el clima actual.