Las crisis del tiempo
Retos: la ecología, los cambios sociales y laborales y hasta la legitimidad democrática tienen que ver con el tiempo
ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR
Las principales crisis contemporáneas son crisis vinculadas al tiempo. Esta es la tesis principal del sociólogo alemán Hartmut Rosa, quien, en una reciente conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB), defendió que la actual aceleración social no es un fenómeno nuevo, sino que se remonta a los orígenes de la modernidad, cuando la velocidad quedó asociada a la idea de progreso para siempre. El crecimiento económico ilimitado y la innovación permanente se convirtieron entonces en el principal motor del desarrollo político y social. Esta aceleración continua ha llevado a la actual crisis ecológica, en la que la necesidad de producción constante está agotando los recursos naturales del planeta. También explicaría la crisis financiera, provocada por el desajuste entre la velocidad de las finanzas y el ritmo de la economía productiva. A su turno, la democracia habría perdido parte de su legitimidad por la dificultad de compaginar sus tempos con los de los mercados, los medios de comunicación y el progreso tecnológico. A escala individual, la percepción de falta de tiempo que domina la cultura contemporánea sería una de las principales fuentes de malestar.
La mayoría de expertos explican esta sensación de aceleración como un síntoma de una mayor complejidad social. Con altas dosis de desregulación y flexibilidad, un paro estructural y la incorporación de la mujer, el mundo laboral ha sufrido profundas transformaciones que han difuminado las fronteras entre la esfera del trabajo, el ocio y la vida privada. La diversificación de los modelos familiares, la pérdida de rituales en una sociedad cada vez más secular y el desmoronamiento de las instituciones estables que ordenaban la vida y le daban sentido son otros factores estructurales de la percepción generalizada de falta de tiempo.
FASCINACIÓN Y RESISTENCIA
Sin ser las causantes principales de la aceleración actual, las nuevas tecnologías sobrevuelan todos los debates sobre el tiempo. La velocidad a la que viajan las comunicaciones electrónicas ha facilitado las finanzas globales y la circulación incesante de información. Los nuevos instrumentos móviles aumentan el número de acciones posibles por unidad de tiempo y, al permitir estar en dos o más lugares a la vez, rompen la barrera del espacio y aumentan la presión sobre el tiempo. A la espera de que la sociedad se reajuste a esta mayor complejidad, las nuevas tecnologías ocupan pues el centro del debate. Como siempre, los efectos de los progresos tecnológicos generan tanta fascinación como resistencia. Ya Sócrates se lamentaba de la invención de la escritura, que dispensaría a los ciudadanos de ejercitar la memoria, el único medio que, según él, fuerza una reflexión interna y permite un verdadero acceso al saber. Como ocurrió posteriormente con el ferrocarril, la luz eléctrica, la radio o la televisión, la aparición de las nuevas tecnologías lleva ahora a pensar que estamos ante una transformación inédita de consecuencias incalculables, que solo el paso del tiempo podrá atemperar.
Mientras tanto, las nuevas tecnologías alteran los términos de la deliberación en la esfera pública. Las redes sociales han transformado la comunicación entre representantes políticos y ciudadanos. Asimismo, han roto jerarquías y monopolios de la información, facilitando la comunicación horizontal entre ciudadanos y la crítica del poder, que es la función última del debate en la esfera pública. A priori, esta conversación permanente debería ser garantía de una democracia de mayor calidad. Pero la sobredosis de información y el diálogo constante también llenan los espacios para el silencio, la concentración y la creatividad, requisitos indispensables para la crítica razonada y la libertad. Mientras se reajustan los cambios sociales propios de la modernidad tardía, la democracia se juega en esta tensión entre la apertura de la esfera pública y la protección de los tiempos vacíos para preservar la atención de los ciudadanos.