Las mujeres, amortiguadoras del ‘shock’
Universidad Pablo de Olavide
El avance del mercado en detrimento del estado deja en manos de las redes familiares la posibilidad de bienestar.
CUIDADOS Trabajadoras sociales en una residencia en Barcelona. FOTO: ANDREA BOSCH
Los análisis convencionales del Proceso de Integración Europeo suelen obviar las consecuencias sociales y humanas que conllevan las políticas desarrolladas, así como la importancia de las estructuras de desigualdad de género para sostenerlas. De ahí que, desde una lectura feminista, el interés radique en una cuestión clave: ¿cuál es el efecto último que estas políticas tienen sobre el bienestar cotidiano de las personas? ¿Dónde recae la responsabilidad de garantizar unas condiciones de vida adecuadas en el marco de una estructura institucional, política y discursiva cuyo objetivo prioritario es la mercantilización de la existencia social?
Desde la firma del Acta Única Europea, en 1986, se ha venido consolidando un modelo neoliberal en el que los mercados capitalistas y su lógica de acumulación se han situado en el centro de la organización social, lo cual posibilita que su buen funcionamiento se asuma como una responsabilidad colectiva y política. Es decir, que a golpe de tratados los riesgos de los mercados se van socializando, al tiempo que se inhibe cualquier responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida. Así, esta queda relegada al ámbito doméstico —con los recursos privadamente disponibles— y a partir del trabajo que las mujeres realizan en condiciones de precariedad, invisibilidad y explotación.
Por un lado, las privatizaciones de empresas públicas y de ciertos servicios en materia de sanidad, educación y protección social de las últimas décadas, han supuesto la transferencia de un importante volumen de recursos del Estado al capital privado. De este modo, su acceso o disfrute depende del poder adquisitivo, y se pierde su carácter más o menos universal. Ello implica que sea necesario recurrir a un mayor consumo en los mercados para acceder a cierta calidad de vida. No obstante, la obtención de los ingresos necesarios para ello es cada vez más inestable e insegura: las políticas de desregulación del mercado de trabajo se han basado en medidas de contención salarial y deterioro de condiciones y derechos laborales conquistados décadas antes; ello, unido al empobrecimiento relativo que ha supuesto la entrada del euro (la participación de los salarios en el PIB de la eurozona ha caído del 63,3% al 56,0% en el período 1993-2006) (1), a las reformas fiscales regresivas, reformas de las pensiones, etc., que han llevado a una creciente inseguridad en el acceso sostenido a los recursos monetarios necesarios para el proyecto de vida elegido.
Es decir, se va configurando un contexto de polarización social en el que una parte importante de la población ya no puede alcanzar sus expectativas de bienestar material. Una intensificación de la precariedad de la vida que está dando paso a situaciones de exclusión y pobreza, en las que ya no hay incertidumbre, sino directamente falta de acceso a los recursos. De ahí que la utopía factible de libertades democráticas y Estado de bienestar haya devenido poco a poco en un territorio hostil, en el sentido de que ha supuesto un ataque directo a las condiciones de vida, unido a un paulatino proceso de vaciamiento democrático de las instituciones y un deterioro de los derechos que parecían asegurados (la reforma de la ley del aborto es un claro ejemplo).
Esto nos lleva a la pregunta inicial: en este contexto ¿qué otras esferas y agentes absorben las tensiones que se generan a la hora de establecer las condiciones de posibilidad de una vida digna? Aquí se desvela que los hogares están asumiendo una responsabilidad cada vez mayor respecto a la consecución del bienestar material y emocional de las personas que los integran.
En ellos, son las mujeres las que, en línea con ese papel de responsables últimas (o únicas) del bienestar familiar, multiplican e intensifican sus trabajos remunerados y no remunerados para que la vida salga adelante, actuando como elemento de reajuste del sistema y como factor de absorción de los shocks económicos. Un punto de vista estratégico que, si bien no es el todo, permite entender cómo las relaciones de poder y desigualdad entre géneros se (re)crean a través del funcionamiento de este proceso de integración europea.
1. Datos de AMECO